domingo, 30 de julio de 2017

¿Os prosternáis, Millones de seres?

Friedrich Schiller 

(Marbach, Alemania, 1759 - Weimar, id., 1805) 

Coral del cuarto movimiento de la novena sinfonía de Ludwig van Beethoven

¡Alegría, bella chispa divina,
 hija del Elíseo!
 ¡Penetramos ardientes de embriaguez,
 ¡Oh celeste, en tu santuario!
 Tus encantos atan los lazos
 que la rígida moda rompiera;
 y todos los hombres serán hermanos
 bajo tus alas bienhechoras.

Quien logró el golpe de suerte,
 de ser el amigo de un amigo.
 Quien ha conquistado una noble mujer
 ¡Que una su júbilo al nuestro!
 ¡Sí! que venga aquel que en la Tierra
 pueda llamar suya siquiera un alma.
 Pero quien jamás lo ha podido,
 ¡que se aparte llorando de nuestro grupo!

Se derrama la alegría para los seres
 por todos los senos de la Naturaleza.
 todos los buenos, todos los malos,
 siguen su camino de rosas.
 Ella nos dio los besos y la vid,
 y un amigo probado hasta la muerte;
 Al gusanillo fue dada la Voluptuosidad
 y el querubín está ante Dios.

Alegres como vuelan sus soles,
 A través de la espléndida bóveda celeste,
 Corred, hermanos, seguid vuestra ruta
 Alegres, como el héroe hacia la victoria.

¡Abrazaos Millones de seres!
 ¡Este beso al mundo entero!
 Hermanos, sobre la bóveda estrellada
 Debe habitar un Padre amante.

¿Os prosternáis, Millones de seres?
 ¿Mundo presientes al Creador?
 Búscalo por encima de las estrellas!
 ¡Allí debe estar su morada!

¡Alegría, bella chispa divina,
 hija del Elíseo!
 ¡Penetramos ardientes de embriaguez,
 ¡Oh celeste, en tu santuario!
 Tus encantos atan los lazos
 que la rígida moda rompiera;
 y todos los hombres serán hermanos
 bajo tus alas bienhechoras.

¡Alegría, bella chispa divina,
 hija del Elíseo!
 ¡Alegría, bella chispa divina!


Versión definitiva 1808.
Publicado por fernando delgado. 
***
Amor y apetito

Muy bien dicho, Schlosser: se ama
lo propio; y si no se tiene
se apetece. El alma rica
ama, la pobre apetece.

Versión de J. L. Estelrich



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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char