lunes, 11 de diciembre de 2017

Cuchilladas de sol en las nubes oscuras

MARCELO LEITES
(Concordia, Entre Ríos, Argentina, 1963)


LO QUE DIJO EL VIENTO


Las hilachas de luz describen
siluetas diminutas, desnudas.
Hileras verdes en galería
adelgazándose en las sombras.
La luna irradia mi cuerpo
¿Soy todavía?
¿Soy un río que viene y va
o sólo su reflejo?
Estallido de agua.
Nado contra la corriente.
y mis brazos levantan vuelo.
Nadar es apropiarse del agua.
En la costa bailamos unidos
un ritual ebrio y tribal
cuyo ritmo hemos olvidado.

El aguaribay mueve sus ramas
y la lengua absorbe el centro
picante de los pimientos rojos.
El viento entre las ramas del aguaribay.
Arranco una rama
y la rugosidad de mis manos
cede a la suave savia de sus hojas.
Este olor a resina pegajosa me acompañará
en el viaje definitivo.
La superficie iluminada de la costa,
los biguaes y sus círculos sobre el río,
la insistencia del grito de las aves
y los dorados que saltan fuera del agua
deberían bastar a la hora de hacer un recuento.

Cuchilladas de sol en las nubes oscuras.
Las brasas oscilan tenues sobre los restos
del mediodía: el humo de la carne asada:
el pan y el vino y esa canción que quedó
flotando como una revelación
deberían bastarte, aunque más no fuera
como una lacerante, dolorosa maravilla.

¿Y la alegría de la mesa compartida?

¿Aún te dicen algo esas nubes?
Dibujan entre los huecos del cielo
los rostros que creías fieles
con una sonrisa lejana y suficiente.
¿Aún te dicen algo esas nubes
que se disgregaron en el aire?
Pasan
Pasan
Pasan como las plumas
tornasoladas del pavo real.
¿Te dicen algo, todavía?
Ah, la entropía del conocimiento.
Saber no nos salva:
Nos deja al borde
de nosotros mismos:
Los zumbidos de las moscas
nos atraparon como arañas en su tela.
Hemos llevado el universo a nuestra casa
y hemos cerrado la puerta.
Pequeños hombres grandes
Pequeños monstruos maquillados
que acusan con el dedo de dios
y no dejan a nadie en paz.
No se puede tolerar a los intolerantes,
no, Oliverio, no hay que compadecerlos:
hay que ignorarlos.

¿Y la alegría de la mesa compartida?

Todavía el aire bombea tu corazón.
No has muerto en ninguna batalla,
y aunque tu papel en el universo
sea como el paso de una hormiga
sobre una brizna de hierba,
cada día renuevas el salto.
Debería, entonces, alcanzarte.
Ahora, en esta primavera de guerra,
los hijos toman aire de mis pulmones
y cantan una canción.
Estas voces enamoradas del mundo…
Habrá que seguir cantando
y las voces unidas en el canto
deberían, al fin, bastarnos.

Las luciérnagas no saben que iluminan la noche.

Suspendidos en el espacio, los amantes
quedan exhaustos como dos nadadores.
El mundo se cae a pedazos
y todavía estás ahí, del otro lado,
tendida, tendiéndome una mano.
**
TANQUE AUSTRALIANO
I


Y una noche de luna llena
pegamos la cara en el espejo
entramos descalzos a la noche
y sin saber qué esperar
bajamos al tanque australiano
bajamos despacio
deslizamos por las paredes de chapa
los cuerpos desnudos.
Los pies agitan el agua,
un estanque en medio del desierto.
No hay desacuerdos,
un entendimiento tácito entre nosotros.
Nos basta con estar dentro del tanque
y mirar las estrellas.
La conciencia se aquieta y respiramos
el mismo aire que respiran los caballos
en el campus militar de enfrente.
Disparos de rifles sacuden el letargo,
enfrente.
—Son sólo tiros al blanco.
—Pero suficientes como signo de época.
Y bajamos todavía más, casi tocamos el fondo
y contuvimos la respiración bajo el agua
y vimos algas y hojas sumergidas
y sedimentos y escuchamos
el sonido atemperado del mundo
y más y más navegamos en nuestro tanque
y giramos una vez y otra vez
por las paredes de chapa y en cada giro
algo nuevo veíamos
y un nuevo canto oíamos.
—Ése que está adentro del sauce
es Juanele.
—Y al costado está el filodendro que plantó
Veiravé.
—Y el que parece un árbol de letras, ¿quién es?
—Ah… Leónidas viajando aún en su capuchón.
—¿Ves también los sembrados y los pescadores
mirando más allá del espinel?
—Sí, pero lejanos, casi inalcanzables.
Y había también sirenas, las mismas sirenas
de Ulises cantaban un canto de opio
y desaparecieron cuando quisimos tocarlas.
Flotando en el agua del tanque
vimos la ciudad inclinada entre la villa
y las luces de neón y las pantallas ciegas.
Y vimos los ejércitos de hormigas
que durante años llevan sobre sus hombros
los ladrillos para construir su casa
antes que el veneno las liquide
antes que el país las expulse
definitivamente.
Sentados en el borde del tanque
nuestra mirada horadó los pastos,
los árboles y el río lejano.
Y nuestra mirada seguirá horadando
escrutando entre la niebla
las partículas de polvo en el aire
y el sol que anuncia el fin del día.
De Tanque australiano, Ediciones Gog y Magog, Buenos Aires, 2007.
***
POEMAS CON VALQUIRIAS
IV


El aire pasa de tus labios a los míos
pasa el aire de mis labios
a los tuyos
bajo el agua nítida del estuario.
Mientras pasa el tiempo nos miramos
y se forman arruguitas en los dedos
que se apenas se rozan en las yemas.
Sostenemos el aliento
hasta que no aguantamos más
y subimos a la superficie.
Los pulmones respiran aliviados.
Otra vez estamos solos.
***
Hay que dar gracias

Hay que dar gracias:
el cuerpo anda
el cuerpo camina
el cuerpo se mueve solo.
No hay otra libertad
sino el cuerpo.
No hay otra verdad
sino el cuerpo.
Sé que me muevo
porque mi cuerpo se mueve.
No estoy muerto
no estoy dormido
no hay forma de quedarse inmóvil.
Creo en mi cuerpo.
Mi cuerpo no me abandona.
Hay que dar gracias:
tus manos se mueven
tus piernas se mueven
el mundo se mueve.

De Adentro y afuera, en preparación.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char