miércoles, 6 de mayo de 2009

Mínimas


Y Máximas de ABELARDO CASTILLO
(San Pedro, prov. de Buenos Aires, 1935-)


Podrás beber, fumar o drogarte. Podrás ser loco, homosexual, manco o epiléptico. Lo único que se precisa para escribir buenos libros es ser un buen escritor. Eso sí, te aconsejo no escribir drogado ni borracho ni haciendo el amor ni con la mano que te falta ni en mitad de un ataque de epilepsia o de locura.
(...)
Lo mejor que se ha escrito sobre el cuento es lo que Edgar Poe escribió en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne. No pienso facilitarte las cosas reproduciéndolo. Tendrás que encontrarlo solo. Un escritor es un buscador de tesoros. Los descubre o no. Esa es la única diferencia entre la biblioteca de un escritor y el mueble del mismo nombre de las personas llamadas cultas.

Lo que dice Borges sobre los sinónimos es verdad: no existen. Can no es lo mismo que perro ni la palabra ramera tiene la dignidad de la palabra puta. Pero yo te recomiendo un buen diccionario de sinónimos. Uno quiere escribir: "habló en voz baja". Como eso no le gusta lo reemplaza por "voz queda", que es espantoso. Hojea el diccionario de sinónimos al azar y en cualquier parte encuentra la palabra pálida. Entonces escribe: "habló con voz pálida", lo que está muy bien.

Nunca adjetives en orden decreciente, nunca digas: "Era una montaña titánica, enorme, alta". Si no te das cuenta por qué, nadie puede ayudarte. Si adjetivaste en la dirección correcta tampoco te creas un gran estilista. Tal vez buscabas el último adjetivo y te olvidaste de borrar los otros dos.

Podrás corregir tus textos o no corregirlos. Tolstoi escribió siete veces Guerra y paz; Stendhal terminó La Cartuja de Parma en cincuenta y dos días. El único problema es cómo se las arregla uno para ser Tolstoi o Stendhal.
(...)
No intentes ser original ni llamar la atención. Para conseguir eso no hace falta escribir cuentos o novelas, basta con salir desnudo a la calle.
Si la palabra mercado te hace pensar "persa", quizá no seas muy original pero todavía estás a tiempo. Si la palabra mercado te hace pensar en la venta de tu libro, no insistas con la literatura.
Cuidado con las computadoras. Todo se ve tan prolijo que parece bien escrito.
(...)
Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no escribía así: era así.
(...)

(Fragmento de sus "Mínimas para escritores", incluidas en el libro Ser escritor)

6 comentarios:

silvia camerotto dijo...

verdadera llave maestra.
un saludo.

Irene Gruss dijo...

¿Ha visto? Gracias, Irene

principio de incertidumbre dijo...

Uno de los primeros libros que me regaló mi novio.

Bello.

Saludos.

Irene Gruss dijo...

¡Bello el novio o el libro?, ¿ambos? Beso, Irene

principio de incertidumbre dijo...

¡Ambos! :)

La advertencia sobre copiarse de Borges, Kafka, etc., es muy buena.
Cuando tenía 12 mi mamá me regaló una antología de poesía muy coqueta (roja y con letras doradas) que le compró a un librero itinerante que andaba por Patagones y yo enloquecida con Delmira Agustini. No recuerdo si era un poema de ella u otra poeta que mencionaba una habitación y oropeles. Yo intentando hacer algo parecido, pero claro, en mi pieza había varios posters y entre ellos Brandon de 902010.
Claro, salió una cochinada.

Perdón por el comentario largo.

Irene Gruss dijo...

Corolario: Agustini no escribía así, era así. Cariños, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char