martes, 24 de agosto de 2010

Juguetona, pueril de obediencia

Algo más de FRANCIS PONGE
(Montpellier, Francia, 1899-Le Bar-sur-Loup, Francia, 1988)

(…)
La superficie del pan es maravillosa en principio a causa de esa impresión casi panorámica que ofrece: como si tuviéramos a disposición de la mano los Alpes, el Tauro o la Cordillera de los Andes.
De esta manera, entonces, una masa amorfa eructando fue deslizada para nosotros en el horno estelar, donde, endureciéndose, se plasmó en valles, crestas, ondulaciones, grietas…Y desde entonces todos estos planos claramente articulados, todas estas losas delgadas donde la luz con aplicación tiende sus fuegos –sin un vistazo a la blandura innoble subyacente.

Ese frío y descuidado subsuelo que llamamos miga tiene un tejido similar al de las esponjas; ahí, hojas y flores son como hermanas siamesas unidas por todos los codos a la vez. Cuando el pan se seca, sus flores se marchitan y se encogen: se separan las unas de las otras, y la masa se puede desmenuzar.

Pero cortémosla acá: porque el pan en nuestra boca debe ser menos objeto de respeto que de consumo.
***
El agua
Traducción de Alfredo Silva Estrada

MÁS ABAJO que yo, siempre más abajo que yo se encuentra el agua. Es siempre con los ojos bajos como la miro.
Como el suelo, como una parte del suelo, como una modificación del suelo.
Es blanca y brillante, informe y fresca, pasiva y obstinada en su único vicio: la pesantez.
Y dispone de medios excepcionales para satisfacer ese vicio: contornea, traspasa, corroe, se filtra.
En el interior de sí misma ese vicio también actúa: se derrumba sin cesar, renuncia a cada instante a toda forma, no tiende más que a humillarse, se acuesta boca abajo sobre el suelo, cuasi cadáver, como los monjes
de ciertas órdenes. Siempre más abajo: tal parece ser su divisa: lo contrario del excelsior.

Uno casi podría decir que el agua es loca, a causa de esa histérica necesidad de no obedecer más que
a su pesantez, la cual la posee como una idea fija.

Es cierto, en el mundo todo conoce esa necesidad, que siempre y en todas partes debe ser satisfecha.
Este armario, por ejemplo, se muestra muy testarudo en su deseo de adherirse al suelo, y si se encuentra un día en equilibrio inestable, preferirá romperse antes que desobedecer a ese deseo.
Pero, en fin, en cierta medida, él juega con la pesantez, la desafía: no se derrumba en todas sus partes; su cornisa, sus molduras no se conforman según ella. Existe en el armario una resistencia en provecho de su personalidad y de su forma.

LÍQUIDO es por definición lo que prefiere obedecer a la pesantez antes que mantener su forma,
lo que rechaza toda forma para obedecer a su pesantez. Y lo que pierde toda compostura a causa
de esa idea fija, de ese escrúpulo enfermizo. De ese vicio, el cual lo vuelve rápido, precipitado o estancado;
amorfo o feroz, amorfo y feroz, feroz terebrante, por ejemplo; astuto, filtrándose, contorneando; de tal manera que uno puede hacer de él lo que uno quiera, y conducir el agua por tubos para luego hacerla surgir verticalmente con el fin de gozar al fin de su manera de romperse en lluvia: una verdadera esclava.

Entretanto el sol y la luna están celosos de esa influencia exclusiva, y tratan de actuar sobre ella cuando se ofrece expuesta en grandes extensiones, especialmente si se encuentra en estado de menor resistencia, dispensa en delgadas charcas. El sol entonces toma su mayor tributo. La obliga a un ciclismo perpetuo, la trata corno a ardilla en su rueda.

El agua se me escapa. . .  se me escurre entre los dedos. ¡Y aún más! Eso no es ni siquiera tan conciso (como una lagartija o una rana): me deja rastros en las manos, manchas, relativamente lentas en secarse o que es preciso enjugar. Se me escapa y no obstante me marca, sin que yo pueda hacer gran cosa.
Ideológicamente, es la misma cosa: se me escapa, escapa a toda definición, pero deja en mi espíritu y sobre este papel manchas, manchas informes.

Inquietud del agua: sensible al menor cambio del declive. Saltando las escaleras con los pies juntos.
Juguetona, pueril de obediencia, volviendo de inmediato cuando uno la llama al cambiar la inclinación hacia este lado.
***
Las moras

En los arbustos tipográficos constituidos por el poema sobre una ruta que no lleva fuera de las cosas ni al espíritu, algunas frutas están formadas por una aglomeración de esferas que una gota de tinta llena.

Negras, rosas y caqui juntas sobre el racimo, ofrecen más bien el espectáculo de una familia arrogante en sus diversas edades, que una tentación muy fuerte de cosecharlas. Vista la desproporción entre las pepas y la pulpa los pájaros las aprecian poco, tan poca cosa en el fondo les queda cuando del pico al ano por ellas son atravesados.

Pero el poeta en el transcurso de su paseo profesional, se apropia de los granos a su manera:
“Entonces, se dice a sí mismo, triunfan en gran número los pacientes esfuerzos de una flor muy frágil aunque por un hosco enmarañamiento de zarzas defendida. Sin muchas otras cualidades —maduras, perfectamente están maduras— como también este poema está hecho.”

De De parte de las cosas
***

El mar hasta la cercanía de sus límites es una cosa sencilla que se repite ola por ola.

Pero para llegar a las cosas más sencillas en la naturaleza es necesario emplear muchas formas, muchos modales; para las cosas más profundas sutilizarlas de alguna manera. Por eso, y también por rencor contra su inmensidad que lo abruma, el hombre se precipita a las orillas o a la intersección de las cosas grandes para definirlas. Pues la razón en el seno de lo uniforme rebota peligrosamente y se enrarece: un espíritu necesitado de nociones debe ante todo hacer provisión de apariencias. Mientras que el aire hasta cuando está atormentado por las variaciones de su temperatura o por una trágica necesidad de influencia y de informaciones directas sobre cada cosa sólo superficialmente hojea y dobla las puntas del voluminoso tomo marino, el otro elemento más estable que nos sostiene hunde en él oblicuamente hasta la empuñadura rocosa anchos cuchillos de tierra que se quedan inmóviles en su espesor. A veces encontrándose con un músculo enérgico una hoja vuelve a salir poco a poco; es lo que se llama una playa.
Desorientada al aire libre, pero rechazada por las profundidades aunque hasta cierto punto tenga familiaridad con ellas, esta parte de la extensión se estira entre lo uno y lo otro más o menos leonada y estéril, y por lo común no sostiene más que un tesoro de desechos incansablemente alisados y recogidos por el destructor.
Un concierto elemental, por lo discreto más delicioso y digno de reflexión, se ha ajustado allí desde la eternidad para nadie: desde que se formó por operación sobre una chatura sin limites del espíritu de insistencia que suele soplar de los cielos, la ola llegada de lejos sin choques y sin reproche al fin por primera vez encuentra a quién hablar.
Pero una sola y breve palabra se confía a los cantos rodados y a las conchillas, que se muestran muy conmovidas, y la ola expira profiriéndola; y todas las que la siguen expirarán también haciendo otro tanto,
a veces quizá con fuerza algo mayor. Cada una por encima de la otra cuando llega a la orquesta se levanta un poco el cuello, se descubre, y da su nombre al destinatario. Mil señores homónimos son así admitidos
el mismo día de la presentación por el mar prolijo y prolífico en ofrecimientos labiales a cada orilla.
Así también en vuestro foro, oh cantos rodados, no es, para una grosera arenga, algún villano del Danubio el que viene a hacerse oír: sino el Danubio mismo, mezclado con todos los otros ríos del mundo después que han perdido su sentido y su pretensión y están profundamente reservados en una desilusión amarga sólo al gusto de quien se cuidara mucho de apreciar por absorción su cualidad más secreta, el sabor.
Porque es, en efecto, después de la anarquía de los ríos, a su abandono en el profundo y copiosamente habitado lugar común de la materia líquida a lo que se ha dado el nombre de mar.

De ahí que éste parecerá aun a sus propias orillas siempre ausente: aprovechando el alejamiento recíproco que les impide comunicarse entre sí como no sea a través de él o por grandes rodeos, hace creer sin duda a cada una que se dirige especialmente hacia ella.
En realidad, cortés con todo el mundo, y más que cortés: capaz para cada cual de todos los arrebatos, de todas las convicciones sucesivas, conserva en el fondo de su permanente tazón su posesión infinita de corrientes.
Sale apenas de sus bordes, por sí mismo pone freno el furor de sus olas y, como la medusa que él abandona a los pescadores como imagen reducida o muestra de sí propio, se limita a hacer una reverencia extática por todas sus orillas.
Eso es lo que ocurre con la antigua vestidura de Neptuno, amontonamiento pseudo-orgánico de velos unidamente extendidos sobre las tres cuartas partes del mundo. Ni el ciego puñal de las rocas, ni la más perforadora de las tormentas que hacen girar atados de hojas al mismo tiempo, ni el ojo atento del hombre usado con dificultad y por lo demás sin control en un medio inaccesible a los orificios destapados de los otros sentidos y trastornado más todavía por un brazo que se hunde para agarrar, han leído ese libro.

De Orillas de mar

1 comentario:

Anónimo dijo...

... la pesantez del agua... y además, todos estamos hechos de agua!!!
Desde esta empecinada gravedad le agradezco esta posibilidad de lectura.
Arcadia

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char