lunes, 11 de octubre de 2010

“No me interesan los poemas bien hechos"


 Más de RAYMOND CARVER
(EE.UU., 1938-1988)


Felicidad


Tan temprano que casi está oscuro todavía.
Me acerco a la ventana con una taza de café
y el atasco de siempre a estas horas de la mañana
en la cabeza.
Veo entonces al chico y a su amigo
calle arriba
repartiendo el periódico.
Llevan gorras y musculosas,
uno de ellos con una bolsa al hombro.
Son tan felices
que no se dicen nada, estos chicos.
Creo que, si pudieran, se tomarían
del brazo.
Es temprano por la mañana
y están haciendo esto juntos.
Se acercan, despacio.
El cielo empieza a cubrirse de luz,
aunque todavía cuelga pálida la luna sobre el agua.
Tanta belleza que, durante un instante,
la muerte o la ambición, incluso el amor,
no tienen cabida aquí.
Felicidad. Llega
de forma inesperada. Y sigue su camino, realmente.
Cualquier madrugada te lo dice.
***
BAJO UNA LUZ MARINA CERCA DE SEQUIM, WASHINGTON


Empiezan los verdes campos. Y las altas, blancas
granjas después de los charcos de la marea,
y aquellos pequeños cangrejos
listos para echar a correr, o darse la vuelta, si
levantábamos la roca debajo de la que vivían. La languidez
de aquella carretera del campo. Hablando de París,
nuestro París. Y luego encuentras ese sitio en el libro
y me lees la vida de Anna Ajmátova allí con Modigliani.
Sentados en un banco de los jardines de Luxemburgo
bajo su enorme sombrilla negra
recitándose a Verlaine el uno al otro. Los dos
“todavía no alcanzados por el futuro”. Cuando
allá en el prado vimos
a un joven desnudo de medio cuerpo para arriba
y con los pantalones remangados,
como un antiguo remero. Nos miró sin curiosidad.
Se quedó allí observándonos indiferente.
Luego nos dio la espalda y siguió con su trabajo.
Mientras pasábamos como una hermosa guadaña negra
por aquel paisaje perfecto.
***
El lugar donde vivían

Ese día visitó varios lugares,
caminó dentro de su propio pasado.
A las patadas, atravesó
memorias que se le amontonaban.
Miró a través de ventanas
que ya habían dejado de pertenecerle.
Trabajo, pobreza, pequeños engaños.
En esos días todos vivían a fuerza de voluntad,
decididos a convertirse en seres invencibles.
Sentían que durante mucho tiempo
nada ni nadie podría detenerlos.
En la pieza del motel
esa noche, en la primeras horas de la madrugada,
corrió las cortinas. Perdió la mirada
en las nubes que ocultaban la luna.
Se apoyó en el marco de la ventana.
El aire frío atravesó los cristales
y le apretó el corazón con su mano helada.
Te amé, te quise bien, pensó.
Esto pensó un minuto antes de dejar de quererla.

Versiones: Esteban Moore y algunas modificaciones de I.G. 
***
Tu perro se muere

lo atropella una furgoneta.
lo encuentras a la orilla de la carretera
y lo entierras.
te sientes mal.
te sientes mal por ti mismo,
pero te sientes peor por tu hija
porque era su mascota
y lo quería mucho.
solía canturrearle
y lo dejaba dormir en su cama.
escribes un poema sobre ello.
lo titulas un poema para tu hija
y trata del perro al que atropella una furgoneta,
de cómo te ocupaste de él,
lo llevaste al bosque
y lo enterraste hondo, muy hondo,
y el poema sale tan bien
que casi te alegras de que hayan atropellado
al pobre perro, si no, no habrías escrito
nunca ese poema.
entonces te sientas a escribir
un poema sobre la escritura de un poema
que trata de la muerte de ese perro,
pero mientras escribes oyes
a una mujer gritar
tu nombre, tu nombre de pila,
ambas sílabas,
y tu corazón se para.
dejas pasar un rato y vuelves a escribir.
ella grita de nuevo.
te preguntas hasta dónde puede llegar.

Versión de Jaime Priede
***
“No me interesan los poemas bien hechos. Al verlos, mi tentación es decir: 'Ah, pero no es más que poesía'. Yo busco algo distinto, algo más que un buen poema.” (R. Carver)
**
Del reportaje publicado en Paris Review en 1983 (Mona Simpson y Lewis Buzbee) Traducción: Mirta Rosenberg, Diario de poesía, otoño de 1989:

¿Todavía escribe poesía?
Un poco, pero no suficiente, quiero escribir más. Si pasa un tiempo largo, seis meses o algo así, sin que haya escrito ningún poema, empiezo a ponerme nervioso. Empiezo a preguntarme si he dejado de ser poeta o si he perdido la capacidad de escribir poesía. Entonces suelo sentarme a escribir algunos poemas. Este libro mío que aparecerá en la primavera, Fires, reúne todos los poemas que deseo conservar.

¿Cómo se influyen entre sí la escritura de poesía y la de narrativa?
Ya no se influyen. Durante mucho tiempo estuve igualmente interesado en escribir narrativa y en escribir poesía. En las revistas, siempre me fijo primero en los poemas que en los relatos. Finalmente tuve que elegir, y elegí la narrativa. Fue la elección adecuada. No soy un poeta “innato”. No sé si soy algo “innato”, salvo un varón blanco norteamericano. Tal vez me convierta en un poeta ocasional. Pero estoy conforme así. Eso es mejor que no ser ninguna clase de poeta.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char