jueves, 15 de septiembre de 2011

Construir sobre el alba

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
(Buenos Aires, Argentina, 1927-1983)


Vamos a proclamar que el poeta es un ser humano, habitante del mundo.
Vamos a proclamar que la poesía es el hombre. Vamos a terminar con la significación literaria de la palabra poesía, con la significación inerme, tranquila, indeterminada, escrita, de la palabra poesía.
Los poetas de hoy deben escribir en el aire, limpiar el aire. Ésta es su tarea inmediata, su tarea más difícil.
No se trata ya de versos o de imágenes. Ellos son siempre un excedente, un sencillo desecho que servirá para construir las ciudades nuevas.
Se escribe sólo una parte de la poesía. La parte mayor, la parte principal, esencial, está en el espacio. Ella sostiene las señales, los caminos, las brújulas.
Basta ya de papeles y de disquisiciones circulares. La mano del poeta no es diferente ni heroica. Es la mano de una persona de confianza.
Basta de insultos a la sombra del mundo. Construir sobre el alba, allí donde cada herida avanzará hacia la indiferencia.
No haremos poesía en el espacio donde toda palabra es inútil. La poesía por la que trabajamos tendrá siempre una inexorable acción sobre las relaciones humanas. La poesía, a través de los que identifican con su vida ese hacer, ha de llegar también a los que no comprenden el escrito, ha de llegar en acto y en presencia. Y las criaturas sin fidelidad a sus ojos, los continuos saqueados, serán así defendidos. El poeta hará posible la comunicación, los bellos gestos, la continuación de la vida. (Viejo perro sin amo, habrá gustado el curso de vuestras palabras, acelerado por su presencia.) El más bello ademán matará al último de los canallas.
Los poetas dicen la verdad con sus siete colores: hay entre esos colores un amarillo ingenuo y un violeta con trágica experiencia, hay un niño y un viejísimo dios, una ciudad despierta por un grito, y un cofre de maravillas. (Un cofre de tierra preciosa, porque ellos son dueños de la piedra antifilosofal, que transforma el oro en plomo.)
La poesía será una forma de caminar, o de habitar el mundo. Cada poema es un accidente, una circunstancia.
Hablemos de caminar, de comprender, hablemos de la indignación de los testigos y de los que tienen que ganar su hambre. Hablemos de la única manera de estar entre los otros. Hablemos de las soluciones universales y del tesoro único de cada hombre.
Y el poeta debe responder por todos los hombres, puesto que los representa y significa.
La poesía ya no es un frasco de agua sin olor, sino la música donde sucede cada movimiento de las fibras musculares.
Niño, no mates a tus poetas, porque ellos vienen a devolverte la vida.
El poeta viene a unificar vuestras mejores experiencias, vuestros momentos cruciales, y a devolveros su fuerza.
La gran memoria sostiene los ojos que justificarán el mundo.
El poeta es el único que puede comprender. Él decidirá en última instancia sobre las relaciones entre la lógica y la vida, entre la mecánica, los mitos, la planificación y la vida.
Es necesario que la realidad, antes de existir, sea soñada. Nada se materializa más fácilmente que un verdadero sueño.
Vosotros venceréis siempre a las máquinas de calcular, porque la fuerza del que ve claro lleva mil siglos de ventaja. Ver a través de vuestros dolores, ver a través de vuestros sueños, ver a través de vuestra inocencia.
La poesía deviene, violentamente, antipoesía. Ella se instala ahora en vuestros cuerpos, habita vuestras casas y combate por vuestra dignidad en todos los frentes.
A vivir por vosotros.
Sólo así el poeta tiene derecho, a veces, a entregaros algunas imágenes, algunas sugestiones, a devolveros doble por sencillo.
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Raúl Gustavo Aguirre, en El movimiento Poesía Buenos Aires (1950-1960),
Buenos Aires, Editorial Fraterna, 1979

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char