jueves, 16 de febrero de 2012

No soy esa pared, no sueño

ROSELLA DI PAOLO
(Lima, Perú, 1960)

Bartleby en el infierno

Y sin embargo se mueve.

La ciudad se mueve.
Un animal sarnoso que no deja de rascarse
con todos encima  más los trenes
las expectativas la nueva plaza el viejo diente el cráneo roto
las efemérides el sucio amor el intestino ciego.

Me agotan los afanes de los otros. Cada dedo
subido o bajado es un cataclismo. Cada pregunta
una montaña que no quiero escalar  que no voy a escalar.
Preferiría estar muerto.

Yo no juego.
Yo pateo el tablero. Me bajo del perro.
Resto

y me ovillo ante esta pared
desnuda y determinada como una columna
en el desierto inmóvil.

Lejos de ella la ofuscación de los espejos
que extravían sus imágenes / la de los pobres lienzos
que suponen retenerlas.

De tanto mirar esta pared
soy esta pared.

(Una pared cuando sueña es una ventana.
No soy esa pared, no sueño)

Tanta fijeza, tanta alzada quietud
y sin embargo me muevo

365 veces en torno a las llamas
de un sol helado.

Ninguna vara detiene la rueda de este infierno.
***
Bartleby en la playa

No es el mar, Bartleby.
Es sólo agua triste.

Ponte el sombrero negro,
la corbata de palo.

Ven, Bartleby,
entra un  poco más, aquí
en ti mismo.
 ***
Amor de verdura


El rey tiene barbas amarillas como los choclos
y una risa apretujada como los choclos
y tiernas sábanas verdes como los choclos
ah, y a mí cómo me gusta, como los choclos, el rey.
 ***

Si yo escribo tu nombre en la arena
y tú escribes mi nombre en la arena
pero en otra playa
es que hemos descuidado las cosas
hemos dejado crecer el mar como hierba mala
y habrá que arrancarlo con cuidado
hasta allanar la arena de esa playa
donde puedas escribir mi nombre y rozar el dedo
que está escribiendo el tuyo despacito.
 **
Foto: tomada de omni-bus.com

2 comentarios:

hugo luna dijo...

bueno... q gusto leer por aquí

Irene Gruss dijo...

Como siempre, gracias; mi saludo, Irene

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char