jueves, 9 de febrero de 2012

Para mí no hay corona

 HORACIO CASTILLO
(Ensenada, provincia de Buenos Aires, Argentina, 1934. 
Residió en La Plata, Buenos Aires, 2010)

ELLA EN SARDES 

Ella, a menudo, en Sardes,
tendrá su pensamiento aquí.

Como el caballo rompe el ronzal
y corre libremente por la llanura,
así volará hacia aquí,
con el destino atado todavía al cuello.

Cuando estuvo entre nosotros,
en ti echó raíces, de ti se nutrió,
pues toda alma es parásita
y sólo a expensas de otra alma crece.

Por eso ahora, en Sardes,
afilando el ojo en el esmeril,
ella tendrá su pensamiento aquí,
lejos de sus brazos, en su dominio bárbaro.

(De Tuerto rey)
***
HISTORIA CALAMITATUM 

Esta pena es pasajera, no eterna. 
Tiende a purificar, no a condenar. 
Segunda carta de Abelardo a Heloísa 

¿Adónde ir ahora? ¿Cómo reaparecer ante el público,
para que todos me señalen con el dedo
y se ensañe la compasión? Ya no soy, para el mundo,
sino un espectáculo abominable, escándalo, un eunuco
excluido, como animal mutilado, de la asamblea de Dios.
La ley homicida me ha juzgado de esta manera
para que purgue las seducciones de la carne y del siglo,
pero el aguijón del pensamiento, más poderoso que el
de la carne, aviva la hoguera de la voluptuosidad
y el fuego se propaga desde el cielo al infierno.
El dolor infligido exaspera todavía más
porque el pensamiento, ay, a diferencia de la sensación,
no se consuma, y se revuelve sobre sí mismo
buscando esa muerte donde todo halla reposo.
Para mí no hay corona, y puesto que un abismo
separa de la esposa blanca por los huesos,
espero otro nombre mejor que el de esposo,
el nombre verdadero que jamás perece.

(De Los gatos de la Acrópolis)
***
Tuerto rey

Esta mosca que desova en el pantano
y vuela de mejilla en mejilla, de párpado en párpado,
ha traído la peste a nuestros ojos: ya no vemos
las nubes sobre los techos de la aldea,
la sombra de la garza remontando la corriente.
Pero al atardecer, cuando bajamos a la orilla del río
y el tuerto coronado de oro repite su relato,
descubrimos a través de su boca grandes señales en el cielo,
sangre de su ojo que sueña por la tribu.

(De Tuerto rey)

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char