sábado, 28 de abril de 2012

El corazón del hombre es un bisel del mundo, una raíz

Tomada de rosamolesta.com.ar
VALERIA MEILLER
(Azul, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1985)

De AGUADA


Durante una inundación, los más fuertes
se reúnen arriba de un árbol.
Con el agua en todas partes, la familia en el techo.
Hacer un barco de la pata de la cama. Una vela de sábana.
La primera solución es trepar. Trasparentes,
padres, abuelos y embarazos.
Los niños en el techo chupando
su ración de hueso preguntan
¿Dónde estará el sol? Y fosforecen.
Otros florecen además. Niños trasparentes nacen bajo la lluvia.
La partera a nado
asiste a las madres sin dar abasto. Un perro la sigue.
Los más chicos sacan la lengua y beben la lluvia.
Muchas gotas es varón, entonces eligen un nombre.
*

Algunos rezan de rodillas sobre una chapa roja. Último bebe.
Bebe de rodillas en el borde del techo, toda
la cara en el agua, la nuca al cielo.
Con la panza hinchada y el agua en la chimenea casi, el agua
en todas partes…
***
Después de una semana de lluvia, una cabeza
es cuajo amarillo. Veinte cabezas, una mina de azufre.
Tristeza de leche agria hace llorar
ni tragarse un hueso va a salvar el brillo.
*

Cuando la mitad del cielo es la mitad del cielo y la mitad
de la tierra la mitad, alguno
traza con una piola la línea y dice: éste es
el horizonte.
Lo que queda, de mi mitad para tener,
es un corral de cardos y dos
animales flacos no dan para comer.
*

Cuando Último estira la mano, madre
apenas sabiendo nadar se arroja
por el amor del borde del árbol. Madre
de la matriz del living al cordón del piano está
hamacándose una canción de cuna.

Un anillo de rama de muérdago
hace sangrar el dedo.
Un anillo de rama de muérdago
hace sangrar el dedo y la unión
se disuelve. Después de tantos años florece
de carretel el círculo de tu panza. Un camino

va del hueso a la muela
de la muela a la primera nana. Así
se crece hasta llegar al último
arrorró con leche pegado a la tapa.

De “Aguada”, EL RECREO, El fin de la noche, Buenos Aires, 2010
***
Tilos

Era el mes de las hojas:
cada diciembre una tila blanca, el olor en las ventanas-
y se acodaban para ver:
una hoja del sueño y en el sueño: una mujer
los hijos de los árboles en un brazo debajo
como un ala.
En el país donde crecían
la tierra estaba húmeda, la lluvia
se contaba en la lengua, en la palma de la mano.
Flores blancas, principios blancos también:
cuarenta y nueve años al pie de una raíz
que tenía en el fondo las escamas.
Del otro lado estaba el agua- la dársena donde corrían los hombres.
Llegaron en los barcos,
pusieron un pie blanco en la tierra y después:
todo era largas extensiones, largas horas con cartas a caballo-
Querido: te escribo con la última luz, cuando esta carta llegue…
Esperaban.
Las horas levaban como la harina blanca
y se hacían pan.
Los años por venir
se celebraban en el trigo, se ponían de noche
al borde de la cama para rezar.
Querido: cuando esta carta llegue será
primavera en la historia de los árboles, tendremos
palo a pique las piernas
formando el corral de la familia:
una piedra de clemencia para el tiempo,
las batallas blancas de la leche,
la corteza roída por amor a la tierra.
Ella dijo.
El árbol del aroma es el árbol del sueño.
Del suelo subía un perfume ligero
y se miró los pies:
un árbol le brotaba en el arco con una flor blanca
–en el sueño del tilo a ella
le crecían hojas en la axila y la flor en la planta,
caminaba sobre un colchón de flores–.
Una melodía simple
de voz y de piano llegó
con un viento del norte en una lengua extraña
y decía.
… en la frente del viento el tilo
cae sobre su propio pie: el corazón del árbol es un órgano
que no se parte sin el hacha. El corazón del hombre
es un bisel del mundo, una raíz.
El dijo.
El origen en la vereda del campo es fértil: un niño planta,
otro rama pelada y flor
de desnudez todavía. Las hojas que hagan la sombra
van a venir después. En el comienzo:
mundo sencillo de dos partes
árboles perennes los que no pierden las hojas
arboles caducos los que sí.
¿Y los niños?
Suaves:
un pulgar roído de pasarse la lengua.
Ella pensó y no dijo que los niños
de los árboles no tienen, no podrían tener,
raíces
y le salía una hoja
verde oscuro en la cavidad del brazo.
Ahora abría que armar una nueva
taxonomía para los niños:
seguir la curvatura del tronco, del pie, de los niños hirviendo el té
en el agua de su propio cuerpo.
Todavía quedaba por decir:
para los niños colgados de los árboles
hay un borde aserrado con un jardín de huérfanos y la intuición
para beber la rama de los dedos .
¿Dormirán, duermen, los niños de los tilos?
Es el tiempo de la caída de las hojas y todavía falta
el fin de enero, febrero completo y el principio de marzo.
Hace cinco veranos que no llueve.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char