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Entrevista a Alejandra Pizarnik
Marta Isabel Moia
Entrevista
de Martha Isabel Moia, publicada en El
deseo de la palabra, Ocnos,
Barcelona, 1972.
* Todos
los asteriscos que aparecen hasta el final del texto hacen referencia a poemas
de Alejandra Pizarnik.
M.I.M. ‑ Hay, en tus
poemas, términos que considero emblemáticos
y que contribuyen a conformar tus poemas como dominios solitarios e
ilícitos como las pasiones de la infancia, como el poema, como el amor, como la
muerte. ¿Coincidís conmigo en que términos como jardín, bosque, palabra, silencio, errancia, viento, desgarradura y
noche, son, a la vez, signos y emblemas?
A.P. ‑ Creo que en mis poemas hay
palabras que reitero sin cesar, sin tregua, sin piedad: las de la infancia, las
de los miedos, las de la muerte, las de la noche de los cuerpos. 0, más
exactamente, los términos que designas en tu pregunta serían signos y emblemas.
M.I.M. ‑ Empecemos por
entrar, pues, en los espacios más gratos: el jardín y el bosque.
A.P. ‑ Una de las frases que más
me obsesiona la dice la pequeña Alice en el país de las maravillas: ‑«Sólo vine a ver el jardín». Para Alice y para
mí, el jardín sería el lugar de la cita o, dicho con las palabras de Mircea
Eliade, el centro del mundo. Lo cual
me sugiere esta frase: El jardín es verde en el cerebro. Frase mía que me
conduce a otra siguiente de Georges Bachelard, que espero recordar fielmente: El jardín
del recuerdo‑sueño, perdido en un más allá del pasado verdadero.
M.I.M. ‑ En cuanto a tu
bosque, se aparece como sinónimo de silencio. Mas yo siento otros significados.
Por ejemplo, tu bosque podría ser una alusión a lo prohibido, a lo oculto.
A.P. ‑ ¿Por qué no? Pero también
sugeriría la infancia, el cuerpo, la noche.
M.I.M. ‑ ¿Entraste
alguna vez en el jardín?
A.P. ‑ Proust, al analizar los
deseos, dice que los deseos no quieren analizarse sino satisfacerse, esto es:
no quiero hablar del jardín, quiero verlo. Claro es que lo que digo no deja de
ser pueril, pues en esta vida nunca hacemos lo que queremos. Lo cual es un
motivo más para querer ver el jardín, aun si es imposible, sobre todo si es
imposible.
M.I.M. ‑ Mientras
contestabas a mi pregunta, tu voz en mi memoria me dijo desde un poema tuyo: mi oficio es conjurar y exorcizar.*
A.P. ‑ Entre otras cosas, escribo
para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al
Malo (cf. Kafka). Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este
sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la
herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.
M.I.M. ‑ Entre las
variadas metáforas con las que configuras esta herida fundamental recuerdo, por
la impresión que me causó, la que en un poema temprano te hace preguntar por la bestia caída de pasmo que se arrastra por
mi sangre.* Y creo, casi con certeza, que el viento es uno de los
principales autores de la herida, ya que a veces se aparece en tus escritos
como el gran lastimador.*
A.P. ‑ Tengo amor por el viento
aun si, precisamente, mi imaginación suele darle formas y colores feroces.
Embestida por el viento, voy por el bosque, me alejo en busca del jardín.
M.I.M. ‑ ¿En la noche?
A.P. ‑ Poco sé de la noche pero a
ella me uno. Lo dije en un poema: Toda la
noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la
noche.*
M.I.M. ‑ En un poema de
adolescencia también te unís al silencio.
A.P. ‑ El silencio: única
tentación y la más alta promesa. Pero siento que el inagotable murmullo nunca cesa de manar (Que bien sé yo do mana la fuente del lenguaje errante). Por eso me
atrevo a decir que no sé si el silencio existe.
M.I.M. ‑ En una suerte
de contrapunto con tu yo que se une a la noche y aquel que se une al silencio,
veo a «la extranjera»; «la silenciosa en el desierto»; «la pequeña viajera»;
«mi emigrante de sí»; la que «quería entrar en el teclado para entrar adentro
de la música para tener una patria». Son estas, tus otras voces, las que hablan
de tu vocación de errancia, la para mí tu verdadera vocación, dicho a tu manera.
A.P. ‑ Pienso en una frase de
Trakl: Es el hombre un extraño en la tierra. Creo que, de todos, el poeta es
el más extranjero. Creo que la única morada posible para el poeta es la
palabra.
M.I.M. ‑ Hay un miedo
tuyo que pone en peligro esa morada: el no
saber nombrar lo que no existe.* Es entonces cuando te ocultás del
lenguaje.
A.P. ‑ Con una ambigüedad que
quiero aclarar: me oculto del lenguaje
dentro del lenguaje. Cuando algo ‑incluso
la nada tiene un nombre, parece menos hostil. Sin embargo, existe en mí una sospecha de que lo esencial es indecible.
M.I.M. ‑ ¿Es por esto
que buscas figuras que se aparecen
vivientes por obra de un lenguaje activo que las aluden?*
A.P. ‑ Siento que los signos, las
palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo complejo de sentir el lenguaje me
induce a creer que el lenguaje no puede expresar la realidad; que solamente
podemos hablar de lo obvio. De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente
exactos a pesar de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las sombras
interiores. Es esto lo que ha caracterizado a mis poemas.
M.I.M. ‑ Sin embargo,
ahora ya no buscas esa exactitud.
A.P. ‑ Es cierto; busco que el
poema se escriba como quiera escribirse. Pero prefiero no hablar del ahora porque aún está poco escrito.
M.I.M. ‑ ¡A pesar de lo
mucho que escribís!
A.P. ‑ ...
M.I.M. ‑ El no saber nombrar* se relaciona con la
preocupación por encontrar alguna frase
enteramente tuya.* Tu libro Los trabajos y las noches es una respuesta
significativa, ya que en él son tus voces
las que hablan.
A.P. ‑ Trabajé arduamente en esos
poemas y debo decir que al configurarlos me configuré yo, y cambié. Tenía
dentro de mí un ideal de poema y logré realizarlo. Sé que no me parezco a nadie
(esto es una fatalidad). Ese libro me dio la felicidad de encontrar la libertad
en la escritura. Fui libre, fui dueña de hacerme una forma como yo quería.
M.I.M. ‑ Con estos
miedos coexiste el de las palabras que
regresan.* ¿Cuáles son?
A.P. ‑ Es la memoria. Me sucede
asistir al cortejo de las palabras que se precipitan, y me siento espectadora
inerte e inerme.
M.I.M. ‑ Vislumbro que
el espejo, la otra orilla, la zona prohibida y su olvido, disponen en tu obra
el miedo de ser dos,* que escapa a
los límites del döppelganger para
incluir a todas las que fuiste.
A.P. ‑ Decís bien, es el miedo a
todas las que en mí contienden. Hay un poema de Michaux que dice: Je suis; je parle á qui je fus et qui‑je‑fus
me parlent. ( ... ) On n'est pas seul dans sa peau.
M.I.M. ‑ ¿Se manifiesta
en algún momento especial?
A.P. ‑ Cuando «la hija de mi voz»
me traiciona.
M.I.M. ‑ Según un poema
tuyo, tu amor más hermoso fue el amor por los espejos. ¿A quién ves en ellos?
A.P. ‑ A la otra que soy. (En
verdad, tengo cierto miedo de los espejos.) En algunas ocasiones nos reunimos.
Casi siempre sucede cuando escribo.
M.I.M. ‑ Una noche en
el circo recobraste un lenguaje perdido
en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz
sobre corceles negros.* ¿Qué es ese algo
semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las
arenas?*
A.P. ‑ Es el lenguaje no
encontrado y que me gustaría encontrar.
M.I.M. ‑ ¿Acaso lo
encontraste en la pintura?
A.P. ‑ Me gusta pintar porque en
la pintura encuentro la oportunidad de aludir en silencio a las imágenes de las
sombras interiores. Además, me atrae la falta de mitomanía del lenguaje de la
pintura. Trabajar con las palabras o, más específicamente, buscar mis palabras, implica una tensión que no
existe al pintar.
M.I.M. ‑ ¿Cuál es la
razón de tu preferencia por «la gitana dormida» de Rousseau?
A.P. ‑ Es el equivalente del
lenguaje de los caballos en el circo. Yo quisiera llegar a escribir algo
semejante a «la gitana» del Aduanero porque hay silencio y, a la vez, alusión a
cosas graves y luminosas. También me conmueve singularmente la obra de Bosch,
Klee, Ernst.
M.I.M. ‑ Por último, te
pregunto si alguna vez te formulaste la pregunta que se plantea Octavio Paz en
el prólogo de El arco y la lira: ¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer
poesía con la vida?
A.P. ‑ Respondo desde uno de mis
últimos poemas: Ojalá pudiera vivir
solamente en éxtasis haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando
cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a
medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias
del vivir*.
Texto extraído de "Prosa
Completa", Alejandra Pizarnik, págs. 311/315, ed. Lumen, Buenos Aires,
Argentina, 2003.
Selección: S.R.
Con-versiones marzo 2005
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