domingo, 17 de febrero de 2013

En las horas de insomnio los objetos pesan más


OSIP MANDELSTAM
(Varsovia, Polonia, ruso por adopción, 1891- 1938)

El sonido sordo y cauteloso del fruto...

El sonido sordo y cauteloso del fruto
Que cae del árbol,
En medio de una incesante melodía
Del profundo silencio del bosque...

Versión de Jorge Bustamante García
***
De Versos del soldado desconocido
(fragmentos)
1

Que este aire sea testigo
de su corazón de largo alcance,
y en las trincheras, un omnívoro y activo
océano sin ventana es la materia...

¿De qué sirven estas estrellas delatoras?
Todo deben escrutar. ¿Para qué?
En la reprobación del juez y del testigo,
en un océano sin ventana, está la materia.

Recuerda la lluvia, rudo sembrador
—su anónimo maná—,
cómo bosques de crucecitas señalaban
al océano o cuña militar.

Habrá gente débil y fría
que matará, sentirá hambre y frío
y en una célebre tumba
yacerá el soldado desconocido.

Enséñame, débil golondrina
que has desaprendido a volar,
cómo dominar esta tumba aérea
sin timón y sin alas.

Y de Lérmontov, Mijail
te entregaré un severo informe
de cómo la bóveda enseña a la tumba
y una fosa de aire imanta.

2

Con temblorosos racimos de uva
nos amenazan estos mundos,
y de ciudades furtivas,
dorados lapsus, delaciones,
bayas de hielo tóxico, penden
las elásticas tiendas de campaña de las constelaciones,
los dorados sebos de las constelaciones...

5

¿Para qué debe crecer el cráneo
por toda la frente —de sien a sien—?
¿Para que en sus queridas órbitas
puedan penetrar las tropas?
En vida crece el cráneo
por toda la frente —de sien a sien—,
Se atormenta por la nitidez de sus suturas,
se aclara con la cúpula del entendimiento,
espumea con el pensamiento, se sueña.
Cáliz de cálices y patria de patrias,
cofia recamada de pespuntes de estrellas,
gorrito de la felicidad —padre de Shakespeare...

Traducción: J.G. Gabaldón
***
Solominka
1

Cuando no duermes, Solominka, en tu
    inmenso tálamo
y aguardas, insomne, que, alta y grave
una pesadez tranquila —que puede ser triste—
descienda desde el techo a tus leves ojos.

Pajita sonora, brizna de paja seca,
bebiste la muerte y te hiciste más tierna,
al quebrar la dulce pajita inerte.
No, Salomé, no, sino una brizna de paja.

En las horas de insomnio los objetos pesan más
y aparentan ser menos: así es el silencio.
Refulgen en el espejo las almohadas, llenas de
      blancura,
y en un torbellino se refleja la cama.

No, no es Solominka de solemne satén,
en la inmensa alcoba, sobre el negro Neva.
Doce meses cantan la hora fatal,
en el aire vaga un pálido hielo azul.

Diciembre exhala solemne su hálito,
como si en la habitación fluyera el pesado Neva.
No, no es Solominka, sino Ligeia, una lenta
       muerte.
Os enseñé palabras dichosas.
***
Tristia

Estudié la ciencia de la despedida
en las calvas quejas de la noche.
Rumian los bueyes y la espera se alarga,
la última hora de las vigilias de la ciudad.
Sigo el rito de esta noche del gallo,
cuando, tras llevar una penosa carga,
los ojos llorosos miraron a lo lejos,
y lágrimas de mujer se mezclaron con el canto de
    las musas.

¿Quién puede saber al oír la palabra «despedida»
qué separación nos aguarda?
¿Qué nos anuncia el canto del gallo
cuando la llama arde en la Acrópolis?
Y en la aurora de una nueva vida,
cuando en el zaguán perezosamente rumia el buey,
¿por qué el gallo, heraldo de la nueva vida,
en la muralla de la ciudad agita sus alas?

Y yo amo el hilo de la costumbre,
se desliza la canoa, susurra el huso.
Mira: a nuestro encuentro, como pluma de cisne
vuela ya, descalza, Delia.
¡Oh, mísera trama de nuestra vida,
donde es tan pobre el lenguaje de la alegría!
Todo pasó antes, todo se repetirá de nuevo.
Y sólo nos es dulce el instante del
   reconocimiento.

Que así sea: una figura transparente
yace inmaculada en el plato,
como la piel tersa de una ardilla.
Una muchacha, inclinada hacia la cera, la
   contempla.

No nos toca adivinar la suerte del Erebo.
Para las mujeres es cera lo que para los hombres
   es cobre.
A nosotros sólo en las batallas nos habla el
   destino,
y a ellas, les es dado morir leyendo el futuro.

De Tristia y otros poemas, 1998.
(Traducción de Jesús García Gabaldón)

1 comentario:

Rorschach Kovacs dijo...

Tienes un blog muy interesante. Felicidades.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char