Chloe Ardelia Wofford
(Loraine, Ohio, EE.UU., 1931)
(Loraine, Ohio, EE.UU., 1931)
Discurso
leído al recibir el Premio Nobel*
Traducción
de Colombia Truque Vélez
Érase una
vez una anciana. Ciega, pero sabia. ¿O era un anciano? O quizás un gúru. O una leyenda para
calmar niños inquietos. He oído esta historia, o una exactamente igual, en el
saber popular de
varias culturas. Érase una vez una anciana. Ciega. Sabia.
En la
versión que conozco, la mujer es hija de esclavos, de raza negra,
norteamericana, y vive sola en una
casita a las afueras del pueblo. Su fama de sabia no tiene par y es
incuestionable. Entre su gente, ella
representa tanto la ley como su transgresión. El honor que se le rinde y la
admiración temerosa que se le tributa, trasciende su vecindario y llega hasta
lugares lejanos, hasta la ciudad donde la inteligencia de los profetas rurales da
origen a mucha diversión.
Un día, la
mujer recibe la visita de unos jóvenes empeñados en refutar su clarividencia y
en desenmascararla por el fraude que ellos creen que ella es. Su plan es sencillo:
entran en su casa y hacen la pregunta cuya respuesta depende exclusivamente de
lo que la diferencia de ellos: su ceguera. Se paran frente a ella y uno de
ellos dice: Anciana, tengo un pájaro en mi mano. Dime si está vivo o muerto.
Ella no
contesta. Le repiten la pregunta: El pájaro que sostengo, ¿está vivo o muerto? Todavía
no responde. Es ciega y no puede ver a sus visitantes, y menos aún lo que está
en sus manos. No sabe cuál es su color de piel, género o tierra natal. Sólo
sabe cuál es su motivo. El silencio de la anciana se prolonga, a los jóvenes
les cuesta contener sus risotadas.
Finalmente,
la anciana habla y su voz es suave pero severa: No sé, dice. No sé si el pájaro
que sostienen está muerto o vivo, pero sé que está en sus manos. Está en sus manos.
Su respuesta
podría interpretarse de esta manera: si está muerto, fue porque así lo
encontraron o
porque
ustedes lo mataron. Si está vivo, todavía pueden matarlo. Que siga vivo, es su
decisión. De cualquier manera, es su responsabilidad.
Por hacer
ostentación de su poder y poner en evidencia la debilidad de la anciana, los
jóvenes visitantes
reciben un regaño, se les dice que son responsables no sólo por el acto de
burla, sino también por el pequeño manojo de vida sacrificado para lograr sus
propósitos. La anciana ciega desplaza la atención de las afirmaciones de poder
al instrumento a través del cual este poder se ejerce.
La
especulación sobre lo que este pájaro-en-mano (aparte de su cuerpo frágil)
puede significar,
siempre me
ha atraído, pero en especial, así lo pienso ahora, por la forma en que he sido
con respecto al trabajo que realizo y que me ha traído hoy ante ustedes. Decido
entonces interpretar al pájaro como lenguaje y a la anciana como un escritor
experimentado. La anciana está preocupada por la forma en que el lenguaje en
que ella sueña, que le fue dado al nacer, se maneja, se pone al servicio,
incluso se le enajena para ciertos nefarios propósitos.
Al ser una
escritora, ella considera el lenguaje en parte como un sistema, en parte como
algo viviente
sobre lo cual uno tiene control, pero sobre todo como un medio –como un acto
con consecuencias.
Entonces, la
pregunta que le hacen los muchachos, ¿Está vivo o muerto?, no es irreal, porque
ella
piensa en el
lenguaje como algo susceptible de morir, de ser borrado; ciertamente puesto en riesgo
y redimible únicamente por un esfuerzo de la voluntad. Ella cree que si el
pájaro que está en las manos de los visitantes está muerto, sus custodios son
responsables por el cadáver. Para ella, un lenguaje muerto no es sólo ese que
ya no se habla o escribe, es ese lenguaje rígido, satisfecho de admirar su propia
parálisis. Como el lenguaje del estadista, censurado y censurante. Despiadado
en sus deberes policiales, no tiene otro deseo o meta que mantener el libre
deambular de su propio narcisismo narcótico, su propia exclusividad y dominio.
Aunque moribundo, no deja de tener sus efectos para bloquear el intelecto,
ahogar la conciencia, suprimir el potencial humano de manera activa.
Refractario a la interrogación, no produce ni tolera ideas nuevas, moldea los pensamientos
ajenos, cuenta otra historia, llena silencios confusos. El lenguaje
oficial hecho añicos para sancionar la ignorancia y mantener el privilegio, es
una armadura lustrada para impactar con su relumbre, un cascajo del cual salió
el caballero hace mucho tiempo. Más aún, es tonto, predatorio, sensiblero.
Suscitando reverencia en los escolares, dando refugio a los déspotas, evocando
falsas memorias de estabilidad y armonía entre la opinión pública.
La anciana
está convencida de que cuando el lenguaje muere, cae en el descuido o el
desuso, en la
indiferencia
y falta de estima, o es asesinado por decreto; así no sólo ella sino todos lo
que lo usan o producen son responsables por su defunción. En su país los niños
han refrenado su lengua y usan balas en lugar de iterar la voz del lenguaje mudo,
del lenguaje inhabilitado e inhabilitador, del lenguaje que todos los adultos
han abandonado como dispositivo para resolver un problema usando el sentido,
dar orientación o expresar amor. Pero ella sabe que el suicidio-lingual no es la
elección sólo de los niños. Es común entre los pueriles jefes de Estado y
mercachifles del poder, cuyo vaciado lenguaje los deja sin acceso a aquello que
resta de sus instintos humanos para que hablen sólo a aquellos que obedecen o con
el fin de forzar a la obediencia.
Este saqueo
sistemático del lenguaje puede reconocerse en la tendencia de sus hablantes a
renunciar a sus propiedades de matiz, complejidad y alumbramiento, a cambio de
la amenaza y la subyugación. El lenguaje opresivo hace más que representar la
violencia: es violencia; hace más que describir los límites del conocimiento:
limita el conocimiento. Ya sea el oscuro lenguaje estatal o bien el
pseudolenguaje de los insensatos medios de comunicación; ya sea el orgulloso
pero calcificado lenguaje de la academia o bien el lenguaje de la ciencia
impulsado por los productos; ya sea el pernicioso lenguaje del
derecho-sin-ética o el lenguaje diseñado para el extrañamiento de minorías –que
esconde su expoliación racista en su tupé literario-, debe ser rechazado, transformado
y puesto en evidencia. Es el lenguaje que chupa sangre, encubre
vulnerabilidades, oculta sus botas fascistas bajo crinolinas de respetabilidad
y patriotismo, mientras se mueve
implacablemente
para vigilar los rangos inferiores y la mente de los peores. Lenguaje sexista,
lenguaje racista, lenguaje teísta –todos son típicos de los policíacos
lenguajes del poder, que no pueden permitir el nuevo conocimiento o animar el mutuo
intercambio de ideas.
La anciana
es muy consciente de que a ningún mercenario intelectual, ni insaciable dictador,
ni político o demagogo profesional ni a ningún falso periodista, lo
convencerían sus ideas. Hay y habrá un lenguaje conmovedor para mantener a los ciudadanos
armados y dispuestos a hacer que
otros se armen; muertos en masa o masacrando en las galerías, en los
tribunales, en las oficinas de
correos, en las canchas deportivas, en los dormitorios y bulevares; promoviendo
o memorizando lenguaje para enmascarar la piedad y el desperdicio de tanta muerte
innecesaria. Habrá más lenguaje diplomático para aprobar el ultraje, la
tortura, el asesinato. Hay y habrá más lenguaje seductor mutante, diseñado para
estrangular mujeres, para empacar sus gargantas como paté de ganso con sus propias
indecibles y transgresoras palabras; habrá más lenguaje de vigilancia
disfrazado como investigación, de política e historia calculado para hacer
enmudecer el
sufrimiento
de millones; lenguaje estilizado para emocionar a los insatisfechos y afligidos
por el asalto de sus vecindarios; lenguaje arrogante pseudoempírico pensado para
encerrar a la gente creativa en jaulas de inferioridad y desesperanza. Debajo
de la elocuencia, de la elegancia, de las asociaciones académicas, por más
conmovedor o seductor, el corazón de tal lenguaje es lánguido, o tal vez sin
pulso en absoluto –si el pájaro está ya muerto.
La anciana
ha pensado cuál habría sido la historia intelectual de cualquier disciplina si
no hubiera
existido
quién insistiera, o no se hubiera visto obligado a avanzar. El desperdicio de
tiempo y vida que las racionalizaciones y representaciones de y para el
dominio, exigían –discursos letales de exclusión bloqueando el acceso al conocimiento
tanto para el que excluye como para el excluido.
La sabiduría
convencional de la historia de la Torre de Babel es que el colapso fue una
desgracia. Que fue la distracción o el peso de muchos lenguajes los que
precipitaron la arquitectura fallida de la torre. Que un lenguaje monolítico hubiera
facilitado la construcción y se habría alcanzado el cielo. ¿El cielo de quién?,
se pregunta la anciana. ¿Y qué clase? Tal vez el logro del Paraíso fue
prematuro, un poco mal intencionado si nadie tuvo tiempo para entender otros
lenguajes, otros puntos
de vista, otro período de narrativas. Pudieran ellos haber encontrado a sus
pies el cielo que imaginaban. Complicada, exigente, sí, pero una visión de
cielo como vida, no un cielo como más allá de la vida.
La anciana
no quería dejar a sus jóvenes visitantes con la impresión de que el lenguaje
debería forzarse a mantenerse vivo de cualquier manera. La vitalidad del
lenguaje radica en su capacidad para retratar vidas reales, imaginadas y
posibles de sus hablantes, lectores, escritores. Aunque su equilibrio está a veces
en desplazar la experiencia, esta experiencia no lo sustituye. El lenguaje
apunta al lugar donde puede hallarse el sentido. Cuando un presidente de los
Estados Unidos
reflexionó
sobre cómo su país se había convertido en un cementerio, y dijo: El mundo casi
no notará y menos aún recordará lo que decimos aquí. Pero nunca olvidará lo que
hicimos aquí, sus solas palabras son vigorizantes en sus propiedades de
afirmación vital porque se niegan a encapsular la realidad de 600.000 muertos
en una cataclísmica guerra racial. Al negarse a monumentalizar, al desdeñar la
última palabra, la recapitulación exacta, al reconocer su poco poder para
agregar o quitar, sus palabras indican deferencia hacia la incapturabilidad de
la vida que lamentan. Es esta deferencia lo que las mueve, este reconocimiento
de que el lenguaje nunca puede mantenerse fiel a la vida de una vez por todas.
Ni debería. El lenguaje nunca puede inmovilizar
la esclavitud, el genocidio, la guerra. Ni debería anhelar arrogancia de ser
capaz de hacerlo. Su fuerza, su felicidad está en alcanzar lo inefable.
Ya sea
preeminente o precario, oculto, detonante, o se niegue a antificar; ya se ría a
carcajadas o bien sea un
aullido sin alfabeto, la palabra escogida, el silencio escogido, el lenguaje
tranquilo bulle hacia
el onocimiento, no hacia su destrucción. Pero ¿quién no conoce de literatura
proscrita porque es
interrogativa, desacreditada porque es crítica, borrada porque es alternativa?
¿Y cuántos no se sienten ultrajados por la idea de una lengua autodestruida?
El
trabajo-de-la-palabra es sublime, piensa la anciana, porque es generativo,
produce el significado, que garantiza nuestra diferencia, nuestra humana
diferencia –la manera en la cual somos como ninguna otra vida.
Morimos. Ese
debe ser el significado de la vida. Pero construimos Lenguaje. Esa debe ser la
medida
de nuestras
vidas.
Érase una
vez,...unos visitantes hicieron a una anciana una pregunta. ¿Quiénes son, estos
muchachos? ¿Qué hicieron con este encuentro? ¿Qué oyeron en estas palabras
finales: El pájaro está en sus manos? Una frase que señala hacia una
posibilidad o un signo que capta enseguida la idea. A lo mejor lo que los
muchachos oyeron fue: No es mi problema. Soy mujer, soy vieja, soy negra, soy
ciega. La sabiduría que poseo ahora está en saber que no puedo ayudarlos. El
futuro del lenguaje
les pertenece. Ellos estaban ahí, de pie. Supongan que no había nada en sus manos.
Supongan que la visita era sólo un ardid, una jugarreta para lograr que les
hablaran, los tomaran en serio como no lo habían sido antes. Una oportunidad
para interrumpir, para violar el mundo adulto, su miasma de discurso sobre
ellos, por ellos, pero nunca para ellos.
Preguntas
urgentes están en juego, incluyendo esa que ellos hicieron: ¿Está el pájaro que
sostenemos vivo o muerto? Quizá la pregunta quería decir: ¿Podría alguien
decirnos qué es la vida?
Nada de artilugios; ninguna estupidez. Una pregunta directa digna de la
atención de una sabia. De una anciana. Y si la anciana visionaria que ha vivido
la vida y afrontado la muerte no puede describir a ninguna de las dos, ¿quién puede?
Pero no lo hace, guarda su secreto, su
buena opinión de sí misma, sus gnómicos manifiestos, su arte sin compromiso.
Mantiene su distancia, la refuerza y se retrae en la singularidad del
aislamiento, en un espacio sofisticado, privilegiado. Nada, ninguna palabra
sigue a su declaración de transferencia. Este
silencio es
profundo, más profundo que el significado contenido en las palabras que
pronunció. Este silencio se estremece y los muchachos, fastidiados, lo llenan
con lenguaje inventando sobre el terreno. ¿No hay discurso, le preguntan, no
hay palabras que usted pueda darnos para ayudarnos a abrirnos paso en su
expediente de fallas? ¿A través de la educación que ustedes nos dieron,
que no es en absoluto educación porque estamos presentando mucha atención a lo
que han hecho, así como a lo que han dicho? ¿Hasta la barrera que ustedes han
erigido entre generosidad y sabiduría? No tenemos ningún pájaro en nuestras
manos, vivo o muerto. No la tenemos
sino a usted y nuestra importante pregunta. ¿Es la nada que está en nuestras
manos algo que usted podría cargar para contemplar, para adivinar siquiera? ¿Ya
no se acuerda siendo joven cuando el lenguaje era mágico sin significado? ¿Cuando
lo que usted podía decir, podía no significar? ¿Cuando lo invisible era lo que
la imaginación se esforzaba en ver? ¿Cuando preguntas y peticiones de respuesta
ardían tan brillantemente que usted temblaba de furia al no saber? ¿Tenemos
acaso que comenzar a ser conscientes con una batalla de heroínas y héroes, así
como usted luchó y perdió dejándonos con nada en las manos salvo lo que usted
imaginó que está en ellas? Su respuesta es artificiosa, pero su artificiosidad
nos avergüenza y debe avergonzarla a usted. Su respuesta es indecente en su autocomplacencia. Un guión-para-televisión que no tiene sentido si no hay nada en
nuestras manos. ¿Por qué no se comunicó, y nos tocó con sus dedos suaves,
demorando la mordedura de sonido, la lección, hasta saber quiénes éramos?
¿Tanto despreció nuestra jugarreta, nuestro modus operandi, que no pudo ver que
estábamos confundidos
sobre cómo lograr su atención? Somos jóvenes. Inmaduros. Hemos oído durante
todas nuestras cortas vidas que tenemos que ser responsables. ¿Qué podría eso
significar en la catástrofe en que este mundo se ha convertido, donde –como
dijo un poeta- nada necesita ser
expuesto cuando es ya descarado? Nuestra herencia es una afrenta. Usted quiere
que tengamos sus viejos y vacíos ojos, y veamos solamente la crueldad y la
mediocridad. ¿Piensa que somos lo suficientemente estúpidos para perjurarnos
una y otra vez con la ficción de independencia nacional? ¿Cómo se atreve a
hablarnos de deber cuando estamos hundidos hasta la cintura en el veneno de su
pasado? Usted nos banaliza y además trivializa el pájaro que no está en nuestras
manos. ¿No hay contexto para nuestras vidas? Ninguna canción, ninguna
literatura, ningún poema lleno de vitaminas, ninguna historia unida a la experiencia
que pueda pasarnos para que no ayude a marchar bien? Usted es un adulto. La
anciana, la sabia. Deje de pensar en salvar su pellejo. Piense en nuestras
vidas y cuéntenos cómo es su mundo individual. Invéntese un cuento. La
narrativa es radical, nos crea en el mismo momento en que está siendo creada.
No la culparemos si su alcance sobrepasa su control, si el amor inflama tanto
sus palabras que estas caen en llamas y nada queda sino su quemadura. O si, con
la reticencia de las manos de un cirujano,
sus palabras suturan sólo los lugares donde puede manar la sangre. Sabemos que
usted nunca podrá hacer esto apropiadamente –de una vez por todas. La pasión no
es nunca suficiente; tampoco la destreza. Pero inténtelo. Por nuestro bien y el
de usted, olvide su nombre en la calle; díganos lo que el mundo ha sido para
usted en los sitios oscuros y en la luz. No nos diga lo que hay que creer, lo
que hay que temer. Muéstrenos la ancha saya de la creencia y la puntada que
desenmaraña el amnios del temor. Usted, anciana, bendecida con la ceguera, puede
hablar el lenguaje que nos dice lo que sólo el lenguaje puede decir: cómo mirar
sin imágenes.
Solamente el
lenguaje nos protege de las cicatrices de las cosas sin nombre. Solamente el
lenguaje es meditación. Díganos lo que es ser una mujer de modo que podamos
saber lo que es ser un hombre. ¿Qué se mueve en el margen? ¿Qué es no tener un hogar
en este lugar? Soltarse de aquel que uno conoció. ¿Qué es vivir a las afueras
de ciudades que no pueden soportar la compañía de uno? Háblenos
sobre barcos que regresaron de los bordes de la playa en la Pascua Florida,
placenta en una campiña. Háblenos de una carretada de esclavos, ¿Cómo cantaban tan
suavemente que su respiración no se distinguía de la caída de la nieve? ¿Cómo
por el encorvamiento del hombro más cercano supieron que la próxima parada
podía ser la última para ellos? ¿Cómo, con las manos puestas en oración sobre sus
sexos, pensaron en el calor, luego en el sol, alzando sus rostros
como si
estuviera allí para entrar? Volteándose como para entrar. Se detuvieron en una
hospedería. El conductor y su compañero entraron con la lámpara, dejándolos zumbando
en la oscuridad. El hueco del caballo humea en la nieve bajo sus cascos, y su
siseo y licuefacción son la
envidia de los congelados esclavos. La puerta de entrada se abre: una muchacha
y un muchacho salen de su luz. Trepan en la cama del vagón. El muchacho tendrá
un revólver en tres años,
pero ahora lleva una lámpara y un cántaro de sidra tibia. Se lo pasan de boca
en boca. La muchacha
ofrece pan, pedazos de carne y algo más: una mirada a los ojos de aquel a quien
sirve. Una ración para cada hombre, dos para cada mujer. Y una mirada. Ellos se
la devuelven. La próxima parada será la última para ellos. Pero no ésta. Porque
ésta ha sido entibiada.
Hay silencio
otra vez cuando los muchachos terminan de hablar, hasta que la mujer lo rompe.
Finalmente,
dice, les creo ahora. Les creo con el pájaro que no está en sus manos porque
verdaderamente lo capturaron. Miren. Cuán hermoso es esto que hemos hecho –juntos.
**
*Tomado de
Discursos Premio Nobel, Editorial Común Presencia, tomo 2. Bogotá, 2003.
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