miércoles, 16 de septiembre de 2015

El deseo, mira qué reinado tan triste

ALBERTO GIRRI
(Buenos Aires, Argentina, 1919-1991)





I

No te quiero como una mancha inerme entre dos fechas
con los habitantes testigos que componen toda historia
disueltos en la cruz de la ventana -transida vena-.
No es el amor ni es negocio del alma,
es un agradecimiento dispar y sin rigor,
redención parapetada en los atardeceres
que demora el aire muerto de los espejos,
mi orgullo esquivo
y tu aliento mojando la ciudad dormida y admirable.
No es el amor ni es negocio del alma, 
es la acción particular del tiempo,
y debes saberlo,
porque las horas que declaro ciertas
estaban gobernadas por el único metal que escucha:
el fuego.

Las magias empezaban,
cuando la seda lejana de una corneta
llegaba desde el río humoso, alzaba su voz, radiante aviso,
y en las aguas mugían -¿por qué no?- los toros inmolados a Neptuno.
Empezaban
junto a los pudorosos y distantes versos ingleses
donde el anónimo amador
decía que el amor bueno es siempre moderado
y dura toda la vida.
Junto a la estampa representando la fantasía,
esa mujer tan accesible y suntuosa,
rondada su frente por las hojas.
¡Qué compacta cabellera!
¡Qué manos tan lindas crispadas sobre las telarañas!
Estampas de la moda elegante ilustrada,
con patos, sombrillas, perfectos jardines disfrazando la tierra,
y los helechos finamente muertos. 

No es el amor ni es negocio del alma,
es mejorar con palabras lo que creemos oír por primera vez.
Las pruebas del amor, mitad esperanza, mitad sueño,
varían desde la enajenación hasta una flor ciega,
pero nos damos cuenta que ese seguro misterio
está ordenado para que los hombres se crean iguales
o mejores.
No es el amor ni es negocio del alma,
ahora, la hiedra del deseo, la revolución del deseo, la honradez del deseo,
el deseo probando en su cárcel al cuerpo dócil.
El deseo,
mira qué reinado tan triste.
**
Partida

¡Oh, Señora, dadme otra noche!

Todo es distinto,
los cuentos con oro y árboles cargados de rubíes
no abrigan más.
Solo, aún no sé quién es el prójimo.

¡Oh, Señora, dadme otra noche!
Que retorna el marinero
y retorna con canciones nuevas
"tango,
tango lyrics are alway tragic"...

Todo es distinto.
En la costa desmayada, sin aire,
la panza picoteada de las rocas
se ablanda entre caricias transparentes.
Atrás, cipreses vacíos de colgados,
esperan también.
Esperan el regreso de cielos mejores,
cielos del cuatrocientos,
fondo para los habituales monasterios,
y moribundos inventivos que lo saben todo.

¡Oh, Señora, dad otra noche!



de Playa sola, 1946Obra poética I, Corregidor, Buenos Aires, 1977.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char