viernes, 18 de septiembre de 2015

En una cruzada contra el facilismo



EDUARDO AINBINDER
(Buenos Aires, Argentina, 1968)

Érase un señor

que mientras indefectiblemente
se dirigía hacia un horizonte
de iluminaciones negativas, repetía para sí:
"El mayor tesoro que un hombre posee es agradar".
"El mayor tesoro que un hombre posee es agradar".
Y cuando pensó que tras pronunciar estas palabras
en vez de insectos zancudos
distinguidas damas se le acercarían,
de pronto encontróse
a una inquisitiva mujer
en estado exasperante:
"¿Por qué no puedo estar yo
en estado interesante?
¿Acaso los tiempos muertos
en los que transcurren los maleficios
no son en verdad, ocios propicios,
para pasar de un estado a otro?".
Una y otra vez se preguntaba
aquella señora en estado exasperante
que sólo quería estar en estado interesante.
**
FENÓMENO

Oh si viniera una bella niña en edad de merecer
y lo tomara de las manos
sin dudarlo retrocedería ante tal fenómeno
y dejando de lado la parábola, salto mortal o caída libre,
con una previa voltereta circense
iría a echarse en los musculosos brazos del absurdo;
y cuál sino este acto es lo que le otorga una estirpe,
ya no un león en su escudo sino una alimaña.
Oh si viniera ahora en su defecto una viejecita
-jactándose de haber sido una bella joven-
y lo tomara de las manos
sin dudarlo retrocedería ante tal fenómeno
pues a su calavera se le antoja
“que ni siquiera un seno blando
entibia una mano muerta”.
No, no vendrá y ninguna otra niña merecedora
se acercará jamás a ese regazo de lo ridículo
donde se encuentra hace cien años,
ni se daría cuenta de que las jornadas pasan y pasan
si no fuera por esa rana que todos los días
viene a mear en el acervo de lo cotidiano.
**
HABÍA UN ANCIANO

que era incapaz de hacer
una correcta composición de lugar.
No sabemos las razones verdaderas,
presumimos falta de entendederas,
para lo irrelevante memoria de elefante,
lo interesante no lograba retener ni un día
aquel anciano incapaz de hacer
una correcta composición de lugar.
En una caminata por suelo lunar
en los bajos fondos o en las altas esferas
en inhabitables salas de espera,
en una cruzada contra el facilismo
o en una interminable velada de los incautos:
no sabía dónde, dónde
había extraviado su vida.
Buscaba y más buscaba
y el lugar no encontraba.

De ¡Párense derecho!, Gog y Magog, Buenos Aires, 2015.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char