sábado, 9 de enero de 2016

Oigo las flautas antiguas

MATSUO BASHO
(Ueno, Akasaka, Japón, 1644–1694)

Primavera
Un leve instante
se retrasa sobre las flores
el claro de luna

Por todas partes
se precipitan las flores
sobre el agua del lago

Brisa ligera
apenas tiembla
la sombra de la glicina

El crisantemo blanco
el ojo no encuentra
la menor impureza

Al olor del ciruelo
surge el sol
sobre el sendero de montaña


Verano
Allí donde el cucú
desapareció
hay una isla

Templo de Suma
oigo las flautas antiguas
desde la sombra de un árbol

Puente suspendido
a las plantas trepadoras
se aferran nuestras vidas

El primer melón
lo cortamos en cuatro
¿o bien en tajadas?

La primavera pasa
lloran los pájaros y
son lágrimas los ojos de los peces


Otoño
Lluvias frías
hasta el mono quisiera
un abrigo de paja

 ¿Con qué voz cantarás
y qué canto araña
en la brisa del otoño?

El sonido de la campana
se expande en la bruma
del alba

Dios está ausente
las hojas muertas se amontonan
todo está desierto

Nada dice
en el canto de la cigarra
que su fin está cerca


Invierno

Hielo nocturno
me despierto
mi cántaro estalla

Tan enjuto
como el salmón seco
el bonzo en el frío

Sol de invierno
sobre un caballo
mi silueta helada

Desolación invernal
en un mundo uniforme
el ruido del viento

 ¿La nieve que cae
es otra
este año?

Versión sin datos

De Haiku de las Cuatro Estaciones

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char