viernes, 25 de mayo de 2018

Dobla los alhelíes y enronquece los coros

JUANA DE IBARBOUROU

(Melo, Uruguay, 1892-Montevideo, Uruguay, 1979)


Palabras del frustrado suicida a la muerte

Dejar por ti el pan claro, la leche sosegada,
El perro de la sombra y el corro de las voces;
Dejar por ti los jaspes y el caballo del agua,
Los órganos del viento, los vegetales roces.

Dejar por ti, más ocre que toda la miseria,
Mi fulgurar de abejas, de flautas y luciérnagas,
Y aún tú, la cegadora, no quererme en tu valle
Donde todos los días los caminos entregas.

Cerrarme tus dominios, arisca y enconada;
Vedarme tus manzanos, romper por mí tus puentes,
Ver que estoy desvalido y negarme tu nave.
Sentir mi acerbo grito y no hacerte presente.

Dejarme así anhelante y así alucinado,
Sin tu brazo de ámbar redondeándome el hombro,
Mientras en el jardín la tormenta del día
Dobla los alhelíes y enronquece los coros.

Tener la seca lengua tajada y encendida
De contestar las voces del ángel que rechaza,
Y hacerte hielo oscuro, cuando puedes decirme
Para el sueño, la única, la inocente palabra.

El sueño que ya nunca en mis nervios madura
Ni levanta en mi frente su lucero tranquilo,
Ni acomoda en mi pecho, recostada, su luna,
Ni me acerca su espejo de imágenes sin filo.

Me has dejado perdido, mutilado, en la mengua
De mi paso seguro y mi aliento completo.
La de los briosos rasos que ya no me quiere ahora
Y no tengo tampoco tus dormidos corderos.

De nuevo en el dominio del sol amargo, amargo,
Ya te vuelvo la espalda hacia los duros llanos,
Hacia las malas tierras de gramíneas estériles,
De juncos maltratados e inútiles veranos.


De “Perdida”

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char