martes, 18 de septiembre de 2012

Como se sigue a una luciérnaga, a un fantasma


Otros poemas de FABIO MORÁBITO
(Alejandría, Egipto. Reside en México, 1956-)
y una yapa

El justificante perfecto

Me fascina la anécdota de aquel hombre a quien su mujer le pidió que escribiera un justificante para su hijo que había faltado a la escuela. Mientras ella se apura en los preparativos para salir con el niño rumbo al colegio, el hombre lucha en la mesa del comedor con el justificante: quita una coma, vuelve a ponerla, tacha la frase y escribe una nueva, hasta que la mujer, que está esperando en la puerta, pierde la paciencia, le arranca la hoja de las manos y, sin sentarse, garabatea unas líneas, pone su firma y sale corriendo. Era sólo un justificante escolar, pero para el marido, que era un conocido escritor, no había textos inofensivos y aún el más intrascendente de ellos planteaba problemas de eficacia y de estilo. Quise escribir el justificante perfecto, confesó el hombre en una entrevista. En efecto, escritor es aquel que se enfrenta como nadie al fracaso de escribir y hace de ese fracaso, por decirlo así, su misión, mientras los demás, sencillamente, redactan.
Podemos estirar esa anécdota e imaginar a alguien que, soga en mano, a punto de colgarse de una viga del techo, se dispone a redactar unas líneas de despedida, toma un lápiz y escribe la consabida frase de que no se culpe a nadie de su muerte. Hasta ahí va bien la cosa, pero decide añadir unas líneas para pedir disculpas a sus seres queridos y, como es un escritor, deja de redactar y se pone a escribir. Dos horas después lo encontramos sentado a la mesa, la soga olvidada sobre una silla, tachando adjetivos y corrigiendo una y otra vez la misma frase para dar con el tono justo. Cuando termina está agotado, tiene hambre y lo que menos desea es suicidarse. El estilo le ha salvado la vida, pero quizá fue por el estilo que quiso acabar con ella; tal vez uno de los resortes de su gesto fue la convicción de ser un escritor fallido y tal vez lo sea, como lo son todos aquellos que pretenden escribir el justificante perfecto, que son los únicos que vale la pena leer. Escriben para justificar que escriben, la pluma en una mano y una soga en la otra

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Escribir-redactar-diferencia_0_652734741.html
***
Para sentirse vivo

En la naturaleza
todo está de pie:
los árboles,
los pájaros que están
sobre los árboles,
las hojas que se estiran
para limpiarse de las ramas.
Y cada uno piensa que los otros
son el suelo.
Las hojas creen
que toda rama está acostada
y ciega,
los pájaros
que el árbol ya no crece,
que es una especie de ruina,
y el árbol cree
que no hay más árboles,
no cree más que en sí mismo.
Nadie soporta que el sustrato
en que se apoya
tenga una vida propia,
que no esté muerto,
extinto,
que sea ligero.
Para sentirse vivo
hay que pisar una desolación,
algo que ya no tiene nada
que decir.
***
Yo también estuve en un coro...

Yo también estuve en un coro,
en una voz sin grietas.
Jamás oí las voces
que debajo de esa voz
salían como salían por una grieta.
Nunca aprendí la voz de cada rostro.
Desde que empezamos, el maestro
nos convirtió en una sola voz sin rostro.
Nunca escuchó las voces que teníamos.
Sólo una voz herida es una voz audible.
No sé qué oían los que nos oían.
***
Años ha que no

Años ha que no me topo
con albinos,
los mártires del sol,
los que se cuecen de por vida a
fuego lento.

Casi ciegos de día, repelentes
para algunos,
sin melanina defensiva,
la noche es su único pigmento.

Los que viven en los climas fríos
no llaman la atención
recortados sobre un fondo de nieve,
pero tarde o temprano los descubren.

¡El miedo al albinismo de los nórdicos,
que sienten una afinidad de base
con las personas que carecen de
pigmentos!

¡La mala fe del rubio ante el albino,
que no tienen los indios de la selva,
donde el albino junta la luz a raudales
como un panel solar y emite
de noche una blancura
que es un atisbo de alumbrado público!

Más de una tribu en el fondo del follaje
quisiera un ser así, de cuarzo,
una pila viviente, un acumulador
de keroseno humano,
un héroe diamantino.

¡Ahí va un albino, atrápenlo!
Porque un albino no es de nadie,
suelta su luz de noche al caminar.

¡Hay que atraparlo antes que
amanezca!
Porque de día en la luz del trópico
nadie se atrevería a tocarlo,
lo llevan enjaulado,
los niños ese día no van a clases,
es al atardecer cuando lo sueltan,
le gritan para que se vaya,
quieren ver cómo se prende
y la tribu lo sigue
a una distancia prudente
como se sigue a una luciérnaga, a un
fantasma.

*Publicado en la revista La Otra, octubre-diciembre 2011.
***

Benditas puertas, creadoras
de la penumbra
y del habla en voz baja,
que fue la creadora a su vez
de la escritura.
Benditos goznes que nos separan
de las bestias.
Es fácil hoy decir malditas puertas,
malditos libros,
maldita la postura erguida.
Haber bajado de los árboles
fue la primera puerta que se abrió
y se nos olvidó cerrarla.
¿Fue una omisión o una genialidad
dejarla abierta por las dudas?
El bosque nos persigue
en nuestra prosa y nuestros versos,
y toda puerta que abrimos,
la abrimos todavía sobre un claro,
y cada puerta que cerramos,
aun la más inocua,
pergeña una penumbra y un secreto.
No terminamos de bajar al suelo,
nuestra mayor herida,
y a base de puertas lentamente
nos curamos.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char