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(México, 1947)
Papalotes
De la mano de un niño como dioses antiguos
ascienden formas que dan color al viento.
Un papalote planea tranquilo y solitario
entre dos peligros: la calma y la galerna.
Su piloto, artífice del hilo,
tiene los pies en la tierra.
Zarpan silenciosos hacia la altura,
sin quilla ni cubierta, barcos a toda vela.
Ojos de montaña con paciencia marina
descubren a lo lejos naves enemigas:
halcones de papel en el cielo de marzo.
***
Esta luz
En el fondo del patio se serenan
el helecho, la hierba, el moscardón
que hace seis horas era el calor y la energía sorda.
Descansa la luz de todo el día
alrededor de los objetos, fuera del lustre,
ausente del vigor, tranquila.
Descansa la luz de sí misma en la tarde
y da a lo que roza una dignidad dorada y enfermiza.
La luz descansa en la luz
y adopta una calidad de baño de oro y de madera.
El gato prefiere esta luz,
se esconde el cazador mejor en esta luz,
pero a mí me gusta el vigor y el moscardón zumbando.
Esta luz es la antesala de la otra,
que es la antesala de la otra,
que es la antesala de la noche.
La luz del mediodía es ella misma.
En esta luz de las seis hay una que contiene
el hilo de seda que ahorcará a este día.
Yo desconfío de esta luz que como el gato
se mueve hermosa y lentamente.
***
INOCENCIA
Al sol se esponjan y cacarean, se olvidan de su idiotez, de su destino; se animalizan, se camuflan con los otros animales: los verdaderos. En las ciudades, para que no se suiciden las sacan a tornar el sol atadas de una pata, inválidas grotescas cada coche que pasa las asusta, la pata acaba por flotar independiente, y los niños, siempre crueles, en juegos las imitan. Al atardecer, entre patadas, las meten en cajas, y en los cuartos de vecindades hacen que duermen. En su rencor se meten a los sueños, despiertan pesadillas al cerebro, donde hunden una y otra vez sus picos resentidos. Y en las mañanas, inocentes, se esponjan y cacarean; gatos y lagartijas les sirven para camuflarse.
***
RAYAS
Para Eduardo Lizalde
No conocen los tigres el sueño absoluto del oso,
los tigres no duermen por entero
y en su vigilia acechante
hay una capa de luna y de silencio.
En el sueño más profundo de un tigre,
un tigre está despierto;
para él los días y las noches
son franjas de un eterno retorno,
de un nirvana amarillo y obscuro.
El tigre es más tigre en las horas nocturnas,
en ellas todo el tigre se despliega:
inaudible, invisible, obscuro, ensangrentado.
Cuando busca sus presas, cuando las embosca,
cuando salta abatiéndolas, el tigre es un sonámbulo.
El tigre sueña con la caza cuando sueña y cuando caza,
y devora a sus presas con ojos traslúcidos de sueño:
todo tigre tiene una capa de luna y de silencio
para cazar dormido con los ojos abiertos.
**
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