domingo, 24 de abril de 2016

Soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas

JUAN RULFO
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno
(Sayula, Jalisco, México, 1917-México, D. F., 1986) 


México D.F. a 9 de enero de 1945
Sta. Clara Aparicio. 
Kunhardt No. 55. 
Ho Guadalajara, Jal.

Clara, pequeña amiga mía:

Tengo, entre las joyas de mis parientes, un tío muy terco (yo también soy muy terco, pero él me gana) que se armó a que lo acompañara. Y la cosa fue tan de repente que no tuve tiempo sino de hacer mi envoltorio y venirme con él. Eso fue el sábado al mediodía. Por tal motivo, estoy suplicándote me perdones el no haberte avisado de mi salida. 
Me he acordado mucho de ti. Todo el camino me vine piense y piense que en Guadalajara se había quedado una cosa igual a las cosas esas que andan por el cielo, y, de puro acordarme, venía sonriéndose mi corazón y dando de brincos a cada paso, como si no le cupiera el gusto de saber que tú existes. Debido a eso no se me hizo largo el camino. 
Él y yo nos vinimos platicando de ti (mi corazón y yo), y él estuvo de acuerdo conmigo en todo. Por ejemplo. yo comencé por decirle que no me merecía ni siquiera que me dirigieras la palabra y mucho menos tenerme por amigo.
Entonces él me contestaba: es muy cierto, muy cierto. Yo seguía diciéndole: tengo necesidad de Ella, de quererla mucho; ¿pero acaso tengo yo algún mérito para merecerla, eh? No, no tienes ninguno, de respondía él. Ella es muy bonita, ¿verdad? ¿Bonita? ¡Es la criatura más hermosa con que yo haya tropezado en mi vida! Eso decía mi corazón. 
Luego pasé a preguntarle si Ella no se iría a enojar si le habláramos de tú, aquí en esta cosa que casi parece carta. No, no se enojará; el de Ella es un corazón muy buena gente y no se enojará. Ahora, si se enoja, que se enoje, al fin y al cabo no está aquí cerca de nosotros para que nos regañe. Oye, corazón, ahora sí te equivocaste. Ella sí está aquí con nosotros; nada más cierra los ojos y verás la figura completa de Ella. Ahora está arqueando la cejita y nos está echando una mirada muy seria. Dentro de un rato se le va a salir uno de esos suspiros buenos que Ella acostumbra dar de rato en rato, cuando no sabe qué que hacer con el amor que lleva dentro. 
¡Ah!, si Ella se imaginara la fuerza que tiene su recuerdo y la forma como él, ese recuerdo suyo, lo tenemos aquí presente, tal así, vez nos quisiera un poquito. Bueno, vamos haciendo una aclaración, vamos suponiendo que nos quiere tantito, así, con un amor del tamaño de una semilla de amapola. Pero no, no nos con quiere ni así. ¿Te acuerdas del día en que nos dijo que no nos tenía confianza? Tú te pusiste a llorar un rato, ¿no? Y esto se debió a que la queremos, a que Ella es la misericordia para nosotros y aunque yo me he propuesto aceptar todo lo que venga de ella, tú, en cambio, eres débil como una cáscara de mi ciruela y te dueles con mucha facilidad. A veces me da pena salir a defenderte porque no aguanto la cara de sentimiento que pones. Sobre todo, me da pena con Clara. ¿Qué idea se hará ella de tu fragilidad, de ti, pobre corazón que la quieres tanto? 
Los dos te queremos. Mi corazón y yo somos un buen par de buenos amigos tuyos. Esa es la verdad. 
Te estoy escribiendo desde un restaurante. Aquí estoy en mi elemento. Son las diez de la noche y se me magulla el alma de pensar que tú algún día llegues a olvidarte de este loco muchacho. No, ahora no estoy triste. Tristeza la de antes de conocerte, o cuando el mundo estaba cerrado y oscuro; pero no ahora en que, si no me porto mal, tal vez, algún día de éstos, llegues a comprender lo encariñado que estoy contigo. Clara, vida mía, me hace falta tantita de tu bondad, porque la mía está endurecida y echada a perder de tanto andar solo y desamparado. 
Perdóname si yo he exigido mucho de ti, quizá demasiado, que haya querido que tu corazón palpitara fuera de tiempo, como yo hago con el mío; pero yo soy un desequilibrado de amor y tú no, ahora lo sé y sé también que por eso me gustas así, porque eres como la brisa suave de una noche tranquila. 
Es precisamente por esto que yo te anduve buscando y me metí en tantos trabajos para dar contigo porque sabía que, ya conociéndote, podía contarte las cosas que le dolían a mi alma y tú me darías el remedio. 

Clara, no sé todavía los días que me voy a estar por aquí. Ando arreglando el asunto de mis sueldos y quiero ver, de paso, si es posible dedicarme a librero allá en Guadalajara. Ya que estoy aquí quiero aprovechar el tiempo en algo. Si de casualidad quieres escribirle al muchacho puedes hacerlo a Virrey Antonio de Mendoza No. 125, Lomas de Chapultepec. Es la cosa que yo me moriría de gusto al tener noticias tuyas. 
Aquí está haciendo de las suyas el frío; pero yo estoy enamorado y a los enamorados no nos hace fuerza nada. 
Quisiera poder contarte más cosas de estoy de aquello, pero soy muy flojo para escribir y lo hago muy mal. Ojalá se componga el tiempo y vuelva la inspiración, aunque la inspiración se quedó en Guadalajara.
(No sé qué poner aquí) 
Auf Wiedersehen

Juan Rulfo
La verdad es que tengo prisa por mandarte esta carta y recibir 
tus disculpas; por eso no la hago más larga. 
Mucho Te quiere

**
México, D.F. 26 de mayo de 1947

 Querida chachinita:

¿Nunca te he contado el cuento de que me caes re bien? Pues si ése ya lo sabes te voy a contar otro:

Ahí tienes que había una vez un muchacho más loco, que toda la vida se la había pasado sueñe y sueñe. Y sus sueños eran, como todos los sueños, puras cosas imaginarias
 Primero soñó en que se encontraba de pronto con la bolsa llena de dinero y que compraba todos los dulces de todos los sabores que había en todas las tiendas del mundo. Así era de rico. Después soñó en tener una bicicleta y unos patines y una buena bola de canicas. Más tarde, soñó en ser chofer o maquinista de un tren para recorrer lugares. Y se pasaba las tardes tirado de barriga en el suelo, soñando en las cosas interesantes que habría más allá de los cerros que tenía enfrente. En el pueblo de él había unos cerros muy altos. Y a veces soñaba ser un zopilote y volar, muy suavemente como vuelan los zopilotes, hasta dejar atrás aquel pueblo donde no sucedía nunca nada interesante.

Una vez vinieron los Reyes Magos y le trajeron un libro lleno de monitos donde se contaban historias de piratas que recorrían las tierras y los mares más raros que tú o yo hayamos visto. Desde entonces no tuvo otro quehacer que estarse leyendo aquella clase de libros donde él encontraba un relato parecido al de sus sueños. Se volvió muy flojo. Porque a todos los que les gusta leer mucho, de tanto estar sentados, les da flojera hacer cualquier otra cosa. Y tú sabes que el estarse sentado y quieto le llena a uno la cabeza de pensamientos. Y esos pensamientos viven y toman formas extrañas y se enredan de tal modo que, al cabo del tiempo, a la gente que eso le ocurre se vuelve loca.

Aquí tienes un ejemplo: yo.

Pero hay algo más. Al muchacho este del cuento que te estoy contando lo salvó la campana en aquella ocasión. Se le murieron sus papás. Casi los dos al mismo tiempo. Y lo dejaron pobre. Eso fue lo que lo salvó. Porque si lo hubieran dejado rico, como era quizá su cálculo, ahorita sería uno de esos tipos borrachos que andan en coche por las calles atropellando a todo mundo. O ya se hubiera muerto, fastidiado de la vida. Con lo desesperado que es, eso le hubiera pasado.

Pero nada. Dios sabe lo que hace con sus criaturas.

A veces piensa él, ahora que ya está grande y que comienza a tener uso de razón, que no debía haber hecho muchas cosas que hizo. Lo piensa nada más por encimita. Pues cuando tú le dijiste aquello de que no había que pedir perdón ni arrepentirse de nada, él estaba de acuerdo contigo, pues sabía que el significado de eso era que no se debía hacer nada por lo cual tuviera uno que pedir perdón o arrepentirse después.

Ese muchacho del que te estoy platicando despilfarró lo que le dejaron (porque al fin de cuentas sí le dejaron algo). Quiso hacer reales sus sueños y se fue a vagabundear. Y es que esa cosa tiene: siempre le ha dado por hacer verdaderos sus sueños, y por eso yo digo que está loco. Y bien, se echó a vagar durante algún tiempo. Quería conocerlo todo, verlo todo. Y después volvió ya cuando estaba cansado. Y nadie le dijo nada. Entonces no tenía ya a nadie para que lo regañara. (Ahora sí tiene ya otra vez quien lo regañe). Y por eso creyó que no había hecho mal al gastar el dinero recorriendo lugares y conociendo sitios raros. En realidad, no había hecho nada malo; pero tuvo que ponerse a trabajar. Bien pudo haberse ido al rancho con sus hermanos, estarse allí algún tiempo y luego volver a las andadas. Pero era como tú, no le gustaban los ranchos ni los pueblos, sino que se sentía mejor en la ciudad. No se sabe cómo se puso a trabajar y pareció gustarle eso. Pero lo cierto es que no quería salir de la ciudad. Era como tú, se aferraba a los ruidos y a las calles llenas de gente y no quería conocer otro mundo.

Así fue mejor. Pues si se hubiera ido al rancho, jamás hubiera conocido una cosa que yo sé cuál es, y jamás de los jamases hubiera conocido el retrato de la alegría. Bueno, la historia es muy larga y voy a dar un brinco:

Vinieron los años buenos en que comenzó a ver acercarse un sueño. El mejor de todos. Grande y enormemente hermoso. Era una muchachita rete horripilante que levantaba la ceja para mirar a los seres despreciables que iban a su lado.

Así era desde lejos. Pero más cerca, cuando se veía todo lo que ella era claramente, cuando uno se asomaba a sus ojos, el cariño cegaba todas las demás cosas y uno ya jamás quería separarse de su lado.

Ese sueño que eres tú todavía dura. Durará siempre, porque siento como que estás dentro de mi sangre y pasas por mi corazón a cada rato.

Me dices muchas malas palabras en tu carta. Cosas como esa de que te vas a morir de tanto enflaquecer. Pero no es cierto. Nadie mejor que yo sabe que te sobra mucha vida, pues yo también vivo de esa vida que tú tienes. Por eso no lo quiero creer. Sin embargo, pórtate bien con Clara, acuérdate que hay alguien que la quiere más que tú.

Además, me cuentas que te estás haciendo fea (siempre ha sido ella rete fea). Pero, ¿acaso no sabes que existe un Purgatorio lleno de llamas a un paso nada más de la condenación eterna, para las muchachitas que dicen mentiras?

Maye: Yo creía que este destierro en que vivo no iba a ser tan difícil. Quisiera encontrar las palabras para explicarte cuánta falta me haces y cómo quisiera que se acortaran los días para que pueda estar junto a ti. No, nunca creí que el amor que te fuera a tener me atormentara tanto. Ahora me conformo con tus cartas, con esos pedacitos de tu pensamiento, y beso tu nombre y las palabras allí escritas con tus manos tan dulcemente queridas.

Pero sé cuán poco falta para que ya no me conforme con eso y que tal vez, de pronto, deje todo cuanto me detiene aquí para ir a verte.

A veces, cuando pienso en eso, me digo: Juan, sé razonable. Pero, ¿acaso se puede ser razonable con el cariño que te tengo? Y una voz allá adentro responde: Sí, se puede. Ella quiere que lo seas. Quiere que aprendas de responsabilidades todo cuanto se puede aprender:

Claris:

Estas pláticas que yo tengo con mi conciencia son a veces muy largas, duran días enteros; por eso no resulta que me ponga a contártelas en esta pobre carta. De verdad, cuídate mucho, come y duerme bien y sueña con los angelitos y no en esta cosa maligna que soy yo.

Pero no me olvides.
Y que siempre seas igual, chachinita adorada.
Juan

Querer que nunca termina.
***
México, D.F. a 14 de julio de 1947

Querida mujercita:

Cada que veo tu nombre en alguna parte, me sucede algo aquí, en el lugar por donde uno tiene la costumbre de pasar la comida, y al que algunos, casi todos, llaman gorgüello. El otro día lo vi, por la noche, en un edificio de apartamentos. Se prendía y se apagaba y era de una luz blanca muy fuerte. Clara -pum, se apagaba- Clara -pam, se prendía-. Seguramente el ''Santa" está descompuesto, pues el letrero completo debía decir ''Santa Clara", pero sólo relumbraba el Clara... Clara... Cada vez igual a la respiración de uno. Estando allí, me llené de recuerdos tuyos y me senté un rato sobre un pradito para mirar a gusto aquel nombre tan querido de esa criatura tan aborrecida y fea.

Así anda el mundo.

Las cosas de la lotería andan de otro modo.

Yo quería darte la sorpresa de que me había hecho rico y nada. Me quedé mudo ese día al ver cuánta es mi mala suerte para eso de las monis. Y aunque siempre he tenido mala suerte, no creía que fuera tanta. Te voy a ir contando despacio cómo estuvo.

Tú ya sabes cómo soy yo de despilfarrador, cómo ando por aquí y por allá comprando cuanto libro o papel encuentro. Y me pasa siempre lo mismo; cada día peor y todavía peor para gastar la lana en cosas inútiles. Bueno, pues ahí tienes que de un día para otro me llegó el remordimiento y dije que iba a ahorrar lo más que pudiera. Me puse a hacerlo, primero con muchos trabajos y después un poco mejor. Pasaba por las librerías y cerraba los ojos. (No sé por qué, pero siempre por donde yo ando, camino o vagabundeo, encuentro librerías). En lo que nunca me fijo es en las zapaterías, camiserías o donde quiera que vendan trapos de esos que la gente usa para vestirse.

Ahorré un poquito, no mucho. Y como siempre me sucede, ese dinero me estaba quemando las bolsas. Entonces fui y lo guardé en un banco que está cerca de la compañía. Allí lo dejé y pensé no acordarme más de él. Veía muchas cosas que quería comprar (libros), pero me hacía el disimulado y me aguantaba. Yo les decía a mis ojos que vieran para otro lado; que aquello, lo que fuera, estaba más interesante. Sin embargo, por las noches, mi conciencia veía libros y revistas llenas de fotografías y no me dejaba en paz.

Una noche en que estaba piense y piense se me ocurrió que si yo compraba unos diez billetes de la lotería podría atinarle de algún modo. Antes había comprado uno o dos cuando más, pero diez al mismo tiempo era distinto. Fue entonces cuando se me metió lo loco y saqué el dinero y lo cambié por billetes enteros del uno al cero. Gastar o no gastar, me decía mi tía Lola. Esto fue hace unos doce días.

No me dio coraje saber al día siguiente que no me había sacado nada. No, ni siquiera me dolió haber tirado así tantos aguantes. De un billete me devolvieron lo que me había costado, pero los otros nueve no tuvieron esa suerte. Así estuvo. Con todo, me sentí mejor, más tranquilo, y sé que con eso me quisieron decir que me pusiera a trabajar con más ganas.

Ese es el cuento. Pero en el fondo hay otra cosa. En el fondo de todo eso hay, yo creo, el querer resolver pronto la situación. El querer que las cosas se aclaren y no haya dificultad ninguna para sentir que uno puede hacer lo que necesita hacer, sin estar esperanzado a lo que pueda suceder o no el día de mañana.

Sin embargo, a veces, cuando uno se da cuenta de muchas cosas -de la riqueza de los ricos y de la miseria de los pobres- y comienza uno a pensar en que hay algo injusto, con todo, yo he llegado a considerar que en uno está el intentar ser de un modo o de otro. Pues yo jamás (hasta ahora) he deseado querer ser dueño de muchas cosas. Antes al contrario, un instinto oscuro me ha ido retirando cada vez más del interés por el dinero. Aunque quizá se deba a que nunca me ha hecho falta nada. No sé cómo, pero ese Dios tuyo y mío me ha protegido siempre, aunque, al igual que a ti, no creo merecerlo.

Pero ahora me ha llegado esa necesidad de un modo desesperado. No por mí mismo, sino por algo que es más valioso para mí que este cuerpo flaco que yo tengo; algo a quien ama mi alma y por lo cual quisiera quitar todas las piedras de este camino mío tan pedregoso.

A veces, chachinita, se me va formando dentro de mí un sentimiento de derrota, al ver cuán lejos estoy de lo que quiero y de las fallas de mi voluntad. Pero me acuerdo de ti y eso me ayuda, y de un estado de ánimo de lo más negro paso a sentirme muy contento al ver que hay alguien mucho mejor que yo que lo merece todo y que tal vez piensa que yo estoy haciendo bien las cosas y, por eso nomás, vuelvo a ver en cualquier parte pura bondad y una sana esperanza.

Prometí que ya no iba a comenzar con mis quejidos, pero tú eres mi única amiga y estoy solo, y no estás más que tú allí al otro lado, enfrente de mi corazón, y eres la única gentecita a quien él puede enseñarle sus pecados sin que se avergüence.

Y volviendo a otra cosa, quiero platicarte lo que ya sabías y es que no he encontrado casa todavía. Tal vez, algún día de estos, baje la cabeza y recurra al tío David para que me rente la que él tiene. Mi tía Rosa, de la que quizás no te he llegado a hablar, me dio ese consejo. Me dijo que si yo quería traer a mi familia (mi familia eres tú solita) debía de ser un poco práctico y me debía dejar de tantos idealismos. Me dijo también que él tenía mucho dinero y que no le haría ningún daño rentarme en la mitad de lo que renta el departamento (si no quería yo aceptar que me lo dejara sin pagarle nada) y que a mí, por el contrario, me beneficiaría mucho.

Eso yo lo sé, pues me he dado cuenta de que aquí la mayoría de la gente trabaja casi exclusivamente para pagar la renta de la casa donde vive. Así que sería de mucha ayuda conseguir ese endiablado departamento. Y, por lo pronto, no me moveré de aquí, a pesar de las cucarachas, hasta no ir a dar a la casa donde iría a vivir en definitiva. Además, existe la ventaja de que, de llegar a arreglar eso, casi se podría considerar como si uno viviera en algo propio y no tener que andar cambiando de casa por una o por muchas circunstancias.

Ahora lo que voy a hacer es ir a visitar a don David más seguido, hasta que me diga hijo otra vez, pues cuando estamos medio distanciados él y yo ni siquiera me habla (no sabe hablar). Y cuando lo tengo contento entonces me dice hijo, que es como les dicen todos los tíos a los sobrinos cuando los ven chiquitos. Y la razón por la cual no voy a verlo casi nunca ya la sabes tú, y es que no me gusta hacer visitas. Por otra parte, cuantas veces he ido, allí estaba Cantinflas con él y sólo se les va en hablar de toros y de caballos y de motocicletas y de otras muchas cosas que yo no oigo porque me pongo a leer el periódico.

Bueno, voy a estudiar la mejor forma de arreglar este asunto y te avisaré enseguida del resultado.

Oye, chachinita, ¿no crees que este periódico-carta va resultando muy enfadoso?

Y sin embargo, quisiera platicarte tantas cosas que no acabaría nunca. Quisiera contarte cada sube y baja de mis pensamientos acerca de ti y acerca de todo lo que hago y trato de hacer. Quisiera escribirte largas cartas de cuanto me pasa. Ya sea de cuando estoy triste o de cuando estoy contento. Pero no se puede; necesitaría estar cerca de ti, y mirándome en tus ojos para hacerlo. Y de ese modo nunca me haría falta el tiempo.

Me da gusto saber que, ahora sí, todos están buenos en tu casa.

En cuanto a la fotografía de este sujeto, no la has recibido porque no estoy de acuerdo todavía con ella en que así soy. El retratero tal vez se equivocó y me dio la fotografía de otro tipo. Lo que hay en esto es que no está bien; es decir, que no me gusta para que tenga el honor de estar junto a la tuya. Iré de nuevo a que me retraten, y si ya está que vuelvo a salir como monigote de circo entonces ni modo: te mandaré todas juntas para que tú escojas cuál quieres. La cosa es que retocan mucho las fotos y acaba uno por salir muy distinto de cómo uno cree que es.

De cualquier modo, esta semana tendrás la fotografía salga como saliere. Espérate un ratito nada más.

Cariñito:

No creo que me quieras más que yo a ti. No puede ser. No, no puede ser, amorosa muchachita. Dulce y tierna y adorada Clara. Yo lloro, sabes, lloro a veces por tu amor. Y beso pedacito a pedazo cada parte de tu cara y nunca acabo de quererte. Nunca acabaré de quererte, mayecita.

Juan, el tuyo.
***
Chiquilla:

¿Sabes una cosa?

He llegado a saber, después de muchas vueltas, que tienes los ojos azucarados. Ayer nada menos soñé que te besaba los ojos, arribita de las pestañas, y resultó que la boca me supo a azúcar; ni más ni menos, a esa azúcar que comemos robándonosla de la cocina, a escondidas de la mamá, cuando somos niños.

También he concluido por saber que los cachetitos, el derecho y el izquierdo, los dos, tienen sabor a durazno, quizá porque del corazón sube algo de ese sabor.

Bueno, la cosa es que, del modo que sea, ya no encuentro la hora de volverte a ver.

No me conformo, no; me desespero.

Ayer pensé en tí, además, pensé lo bueno que sería yo si encontrara el camino hacia el durazno de tu corazón; lo pronto que se acabaría la maldad a mi alma.

Por lo pronto, me puse a medir el tamaño de mi cariño y dio 685 kilómetros por la carretera. Es decir, de aquí a donde tú estás. Ahí se acabó. Y es que tú eres el principio y fin de todas las cosas.
**

Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor...
 Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida. Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba. Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde... y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...
Clara: hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.

De Juan Rulfo, Aire de las colinas. Cartas a Clara. Ed. Sudamericana, 2000.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char