sábado, 1 de julio de 2017

Suspiro, ay, y beso, mas copular no puedo

John Wilmot, conde de Rochester 

(Oxfordshire, Inglasterra, 1647-1680)

Amor y vida: una canción

Mi vida pasada no es ya mía,
Las horas que vuelan se han ido,
Transitorios sueños terminados,
Cuyos recuerdos son guardados
Tan solo en la memoria.

El tiempo por venir no está;
¿Y cómo habría de ser mío?
El presente es todo mi señorío;
El instante que llega y se va,
Filis, es sólo el tuyo.

Entonces no me hables de votos,
Corazones falsos o juramentos rotos;
Si, por milagro, contigo puedo estar
Estos instantes fugaces, pero ciertos,
Eso es todo lo que el Cielo nos da.

Versión de Angel Faretta para el blog campo de maniobras de Jorge Aulicino.
***
El gozo imperfecto

Desnuda yacía en mis brazos anhelantes;
yo estaba lleno de amor, ella rebosante de encantos,
ambos inspirados por ávido fuego,
derritiéndonos en caricias, ardiendo de deseo
con brazos, piernas, labios estrechamente ligados;
ella me aprieta contra el pecho y me succiona con el rostro;
su ágil lengua, rayo menor del amor, jugaba
con mi boca, y a mis pensamientos impartía
rápidas órdenes para que yo me dispusiera
a arrojar abajo la disolvente centella.
mi alma palpitante, impulsada por el filoso beso,
cuelga suspendida sobre balsámicos abismos de júbilo,
pero mientras su atareada mano guía esa parte
que debía llevar mi alma hasta su corazón,
en líquido embeleso me disuelvo, 
me derrito en esperma, la derrocho en cada poro.
El toque de sus partes lo habían hecho:
sus manos, sus pies, aun su rostro era una vulva.

Sonriente, ella murmuraba un amable reproche
y se limpia del cuerpo mi pegajosa dicha,
a la vez que recorriendo con mil besos
mi pecho jadeante, pregunta si no hay más.
“¿Sólo este tributo al amor y al embeleso?
¿Y no saldaremos nuestra deuda con el placer?”

Pero yo, hombre consternado y perdido,
procuro en vano mostrar mi afán de obedecer.
Suspiro, ay, y beso, mas copular no puedo.
Ávidos deseos frustran mi primer intento,
la consiguiente vergüenza impide nuevos triunfos,
y la furia al fin confirma mi impotencia.
Aún su bella mano, que podría calentar
la escarchada vejez, e inflamar a fríos ermitaños,
aplicada a mi brasa extinguida no enciende
más fuego que si acercáramos llama a las cenizas.
Trémulo, confuso, angustiado, flojo, seco,
yazgo como un guiñapo ansioso, débil, inmóvil.
Este dardo de amor cuya filosa punta, bien probada,
con sangre virgen ha teñido a diez mil doncellas, 
el cual Natura con tanto arte dirigía
que llegaba por el coño al corazón
(con rígida firmeza, invadida por igual
hombres o mujeres, y nada detenía su furia:
donde penetraba, encontraba o creaba un coño)
yace lánguido en esta hora infeliz,
encogido, sin savia, como una flor marchita.

Desertor, ruin traidor de mi lumbre,
infiel a mi pasión, fatal para mi fama,
¿por qué errada magia te revelas
tan leal a la lascivia, tan desleal al amor?
¿A qué ramera vulgar de baja estofa
alguna vez le has fallado en tu vida?
Si te guían el vicio, la enfermedad y el escándalo,
obedeces con oficiosa prisa,
como un bravucón que en las calles
provoca y empuja a los que encuentra;
mas si el rey o la patria reclaman su ayuda
el ruin traidor se encoge y oculta la cabeza;
tu coraje es igualmente indigno:
irrumpe en el burdel, invade a cada puta,
mas si el gran Amor tus embates solicita,
vil traidor a tu príncipe, no osas levantarte.

Peor para mí, y por tanto más odiada,
en toda la ciudad un poste célebre
donde cada ramera alivia la picazón de su coño
como los cerdos gruñones que se frotan contra las puertas:
que seas presa de voraces infecciones,
o te consumas en llanto agotador;
que la estranguria y el cálculo sean tu compañía,
que nunca orines, ya que te negaste a actuar
cuando mi alegría, impostor, dependía de ti.
Y que diez mil vergas más capaces reparen
el mal que infligiste a la ultrajada Corina.

(Versión sin datos)
***
La Dama platónica

Podría amarte hasta morir,
Me amarías con modestia,
Y nunca forzara mientras viva,
Puesto que te daría con gusto:
Lo que es prueba suficiente
De que entiendo del arte de amar
Odio esa cosa llamada goce:
Que es, sin duda, oficio rutinario,
que acaba con la vida y el ardor
de lo que llaman deseo,
como una abeja sin aguijón,
convierte al dueño en un zángano.
Amo a un joven que me tenderá
Sus brazos para entrelazarlos,
Que suavemente me atará y besará;
Me verá con ojos que desean
Aquello que cuando lo obtenga,
Con desdén será tratado.
Le daría la libertad de jugar
Y de hacerme, alegre, su juguete.
Nuestra libertad sería completa
Y nada deseado sino ese hecho.
Practiquemos, entonces y probemos
Que sólo estas son las impares dulzuras del amor.

(Versión sin datos)

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char