Kahlil Gibran
(Líbano, 1883-1931)
Tus hijos no son tus hijos
Tus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida
deseosa de si misma.
No vienen de ti, sino a través de ti
y aunque estén contigo
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos, pues,
ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas,
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti
porque la vida no retrocede,
ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual, tus hijos
como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad.
***
Varios siglos atrás, camino a Atenas, se encontraron dos poetas, y les alegró verse.
Uno de ellos le preguntó al otro:
-¿Qué has compuesto últimamente, y cómo suena en tu lira?
El otro poeta respondió con orgullo:
-Acabo de terminar el más grande de mis poemas, quizás el más grande poema que se haya escrito en Grecia. Es una invocación a Zeus Olímpico.
Entonces extrajo de abajo de su capa un papiro diciendo:
-Helo aquí, lo llevo conmigo, y desearía leértelo. Ven, sentémonos a la sombra de aquel ciprés blanco.
Y el poeta leyó su poema. Y era un extenso poema.
-Es un gran poema -dijo el otro poeta amablemente-. Vivirá a través de los años, y en él serás glorificado.
-Y tú, ¿qué has escrito durante estos últimos días? -preguntó con calma el primero.
-He escrito poco -respondió el otro. Sólo ocho líneas en memoria de un niño jugando en un jardín-. Y recitó sus líneas.
-No está mal. No está mal -comentó el primer poeta. Y se separaron.
Y hoy, luego de dos mil años, las ocho líneas del poeta son leídas en todos los idiomas, y son amadas y apreciadas.. Y aún cuando el otro poema ha vivido también a través de los años en librerías y en los textos escolares, y a pesar de ser recordado, ni es amado ni leído.
***
El Loco
Me preguntas cómo me he vuelto loco. Ocurrió así: un día desperté de un profundo sueño y descubrí
que me habían robado todas las máscaras, máscaras que había moldeado y usado en otras vidas.
Huí sin máscara por las atestadas calles gritando: “Ladrones, ladrones, malditos ladrones”
Hombres y mujeres se reían de mí, y algunos corrieron a sus casas temerosos de mí.
Y cuando llegué a la plaza del mercado, un muchacho de pie sobre el techo de una casa, gritó: “Es un loco”.
Alcé la vista para mirarlo y por primera vez el sol besó mi rostro desnudo y mi alma se inflamó de amor por el sol y ya no deseé
Más mis máscaras. Como en éxtasis grité: “benditos los ladrones que me han robado mis máscaras”.
Así fue cómo me volví loco.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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