jueves, 30 de agosto de 2018

Sexo no especifica, pero soy yo

Lucía Castelli
(Trenel, La Pampa, Argentina, 1929-General Pico, id., 2015)

CERTIFICADO DE NACIMIENTO

Este breve papel envejecido
testimonia que en una casa pobre
una niña nació. Más nada dice
que fue encontrada por doña María
debajo de un repollo. Ella era la elegida
para llevar encargos similares
dejados por cigüeñas misteriosas
que nunca nos mostraron.
La madre, doña Águeda Brunacci
que tiene ya dos niños y mil necesidades,
se resigna a uno más -suerte que es niña.
Ella es por tradición buena cristiana
y por imposición madre abnegada.

El padre, Juan Castelli, es italiano,
chacarero y peón de suerte escasa,
iluso y soñador, muy pocos bienes.
Los astros ese día señalaron
que la niña sería contestataria,
díscola y terca,
y gracias a que Libra estaba en turno,
tal vez fuese poeta.
El nombre motivó algunos enojos.
La Luisa, de puro entrometida,
dijo -Yolanda, como la princesa.
La madre no opinó, guardó silencio.
El padre Juan -¡Jamás!, bramó ofuscado.
(ese era el nombre de la yegua
de un avaro patrón de mal recuerdo).
Sus ojos se encontraron un instante
con la mirada mansa de la abuela
y dijo -Lucía Ángela. Se va a llamar como ella.
Y aquel mil novecientos veintinueve,
año en que en Wall Street cayó la bolsa,
en Trenel, Territorio de La Pampa,
el registro civil nos asegura
en un papel que ya me iguala en años,
que en el número ciento veintiséis
queda labrada el acta
del nacimiento de Lucía Ángela
ocurrido en el día tres de octubre.
Sexo no especifica, pero soy yo,
hija de Juan y de Águeda.
Firma Manuel Degreef, el encargado,
ferviente radical de misa diaria y dudosos principios.
Hay un sello oficial desvanecido
del Juzgado de Paz, corroborando.
**
Estaciones olvidadas
Por el andén vacío viene y va libre el viento.
En la sala de espera envejecidos ecos
reviven las historias de antiguos pasajeros
cargados con valijas donde arropaban sueños.
Se apagó la campana llamando a despedida
la caldera soplando su llovizna imprevista
el silbato del guarda
el cambista, un acróbata vestido de coraje
para aguantar los golpes resistiendo en las vías.
Ya la luz cegadora del tren enlentecido
no atraviesa la estela olorosa del humo
¡Qué silencio acunando la estación solitaria!
Apenas quedó un nido que arriba le gorjea,
Un solfeo de lluvias sobre las viejas chapas,
el quejido de un perro sin dueño y sin linaje.
Mientras el viento, libre, por los viejos andenes
viene y va con los ecos de historias olvidadas.

Cortesía de Marisa Cascallares

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
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No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char