domingo, 1 de junio de 2014

Hay una hora extraña en que el poeta llega antes que nadie

ISIDORO BLAISTEN

(Concordia, Prov. de Entre Ríos, Argentina, 1933-Buenos Aires, Argentina, 2004) 

PARA QUÉ SIRVE UN POETA 
(Fragmentos)

“¿Así que usted es poeta? ¿Y qué más?”
I.B.
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Si el hombre es la medida del hombre, la poesía es la medida de todas las cosas. Siempre seguiré repitiendo esto: la poesía es el máximo común denominador y el mínimo común múltiplo de todas las cosas. Seguiré repitiendo que cuando uno ve a una mujer hermosa dice: es un poema. No dice: es una comedia festiva en un acto, es un entremés, es un agua tinta o una técnica mixta o un cemento patinado.
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"Han desfallecido nuestros ojos esperando en vano tu socorro. Castigaremos tu iniquidad y nos burlaremos cuando todo el mal que has temido venga hacia ti y cuando a ti sólo venga tribulación y angustia, menesteroso de muladar", fue lo más edificante que las voces le gritaron esa noche.

Entonces llegó la dulce voz de la señora Tokoyama que le recitó un haiku donde la paloma le aconseja al búho que cambie su expresión porque llega la primavera.

A continuación, le leyó una enseñanza: "Caminaba el maestro pensando en que estamos hechos de alternancias y mutaciones, cuando a la vera del camino vio a una anciana que freía pastelillos y los vendía a los paseantes. Tentado, el maestro pidió uno, lo comió, lo halló bueno a su espíritu y pidió otro. Y así pidió otro y otro más hasta dar cuenta de toda la fuente de pastelillos que había freído la anciana. Cuando llegó el momento de pagar, el maestro dijo: 'Lo sombrío retrocede ante lo luminoso y lo luminoso marca el camino de la rectitud'. La anciana le arrojó el aceite hirviendo a la cara. La quemadura que en forma de loto atraviesa el rostro del maestro hoy es venerada por los discípulos".
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Un millón de sandías

Pero además de concitar la magia, además de emitir “trinos feroces”, el poeta detenta la propiedad de soñar.
Resulta que dos negros estaban dormitando en las laderas del Mississipi.
Uno de los dos se desperezó, bostezó, suspiró y dijo:
–Cómo me gustaría tener un millón de sandías.
El otro negro preguntó:
–Rostus, si tuvieras un millón de sandías, ¿me darías la mitad?
–¡No!
–¿No? ¿No me darías un cuarto?
–No, no te daría un cuarto.
–Rostus, si tuvieras un millón de sandías, ¿no me darías diez sandías?
–No.
–¿No me darías ni siquiera una sandía? ¿A mí, que soy tu amigo?
–Mira, Sam, si tuviera un millón de sandías, no te daría una sola raja, una sola tajada de sandía.
–Pero, ¿por qué, Rostus?
–Porque eres demasiado perezoso para soñar por ti mismo.
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Sexo y sufrimiento

Por más pobre que sea un poeta, siempre va a tener un millón de sandías. Veamos. Hace treinta años corrían los años cincuenta. El deseo sexual atenaceaba a los jóvenes. No se podían tener relaciones sexuales antes del matrimonio. En Córdoba, un muchacho invita a una chica al cine. La invita a ver La princesa que quería vivir. La oscuridad del cine es proclive a las caricias. El joven empieza un manoseo procaz, feliz, contumaz. Aprovecha el momento en que Audrey Hepburn mete la mano en la boca abierta de la cara de granito. La cuestión es que en el momento de máximo suspenso en medio del cine, con la pantalla en silencio, se oye un cachetazo. En el momento en que Gregory Peck aparece detrás de la fuente y la pantalla se ilumina, todo el cine se da vuelta. La luz de plata ilumina a la pareja. Entonces el joven se levanta indignado, se arregla la corbata y dice:
–¡Pa que aprendas!
Y busca la salida caminando despaciosamente sobre la alfombra.
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De políticos y pedicuros

El poeta es un ser con íntima humildad.
No conozco ningún político, ningún crítico, ningún pedicuro que pueda escribir esto:
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo para mí todos los sueños del mundo.
Esto lo escribió Fernando Pessoa. También escribió un verso que dice: Sentir es estar distraído. Ahora bien, si el poeta es el sentidor por excelencia, ¿quiere decir que cualquier distraído que anda sintiendo por ahí es un poeta? No. Porque otro poeta que se llamaba Vladimir Maiacovski dijo que un poeta es cualquier hombre, pero cualquier hombre no es un poeta.
El poeta siempre llega tarde a todas partes. Sin embargo, hay una hora extraña en que el poeta llega antes que nadie. Es una hora peligrosa de la tarde. Peligrosa y amenazante. El color de esa hora es el color de los domingos a la tarde, precisamente a las seis de la tarde. Yo creo que a esa hora la humanidad agacha la cabeza. Uno siente que el miedo se le va acercando, lo va cercando, de a poco, en círculos cada vez más chicos, más unánimes. Entonces surge el poeta. Y viene a la memoria todo lo que los poetas han ido escribiendo desde el centro del dolor, desde el delicado equilibrio de la locura. Todo va a estar ahí cuando el sol ya no está, cuando hay un solo ojo que nos mira y pasa la sombra del bisonte rápidamente a nuestro lado por la pared rota de una gruta oscura. Entonces todo ser humano, desde el necio hasta el soberbio, va a recordar al suicida que escribió "vendrá la muerte y tendrá tus ojos"; al fusilado que dijo "no quiero que le tapen la cara con pañuelos / para que se acostumbre con la muerte que lleva"; y al negado que una vez dijo "con el número dos nace la pena".
Para eso sirve un poeta.

De Anticonferencias (Emecé, 1983)

1 comentario:

eduardo dijo...

Muy bueno, Isidoro. Las pequeñas historias son extraordinarias y desopilantes.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char