jueves, 10 de noviembre de 2011

¿Dónde está Dios? ¡Dios!

Abelardo Favela: "Orquesta de señoritas"
Otros poemas de NICOLÁS OLIVARI

(Buenos Aires, Argentina,1900–1966)

Insomnio

No mintamos más. Clávate en tu angustia,
no disimules tu opaco gesto,
tu tortura,
el otoño enrarecido en tu alma,
la inutilidad de tu juventud inicua,
tu criollismo sin sol...

El barrio es carne de tu carne,
y su misma absurda alma, esa, es tu alma.
No mientas más, ¿para qué?, aléjate
de los círculos literarios,
y llora, hombre, una vez en tu vida,
cuando no te ve nadie.
Ten el pudor de tu lágrima,
y tu lágrima sea
blasfemia,
caló arrabalero,
perífrasis de artista,
cualquier cosa que disimule
tu escepticismo,
tus amadas que tocan los órganos sexuales,
tus veinticinco años aburridos,
tu incapacidad de dar,
de crear, de amar, de orar...
No creas en nada y no lo digas,
muestra tu cinismo como una lápida
que te soterre en vida...
Pregusta la muerte
en tus chistes suicidas...
No salgas los domingos de tu cueva,
hazlo a la noche pegado a las paredes,
ocupando el menor sitio posible en el mundo,
para que la vida no te vea
y no te escupa.
No escuches el himno nacional,
ni menos la fácil polka del ensueño burgués,
ilumine tu pavés
–negra bandera del "qué me importa"–
un solo verso de Baudelaire.
Todo está dicho ya.
No añadas palabras inútiles
a las de los periódicos...
Sé idiota o banal,
consérvate ausente de tu mal...
y no se lo digas a nadie, ni a tu mujer,
–ella es chismosa
y su carne infecunda
propalará tu abulia–...

Estás solo y estás en ti,
¿te ves el nauseabundo pozo de ti mismo
la carroña de tus instintos locos,
de tus quimeras tuertas
de tus siete amadas estranguladas
en la cámara oscura de tu original locura?...
Ponte tu orgullo como tu camisa
–tu plebeya camisa de zephir–,
odia mortalmente, odia a fondo,
con el odio untuoso de los malevos,
y el mismo odio de las prostitutas...
Haz el poema de tu animalidad
cuida estilizar tus podredumbres,
saca brillo a tus crímenes;
hay fiesta en la ciudad
de mis años muertos...
¡ah los gusanos tuertos
que buscan mis ojos en la oscuridad!...
Ciudadano, ciudadano,
y con veinte siglos de literatura en el pecho,
disimula... disimula...
Y ODIA, odia, ¡ah la hora del odio!
odia, odia, ¡ah! la espera del odio,
odia, odia, ¡ah! la voluptuosidad del calembourg
tendido en flecha hacia el que odias...
el epigrama... el epitafio, la sorna,
la bella calumnia infame que acogota
la sublime basura humana...
y luego tu tos...
siempre tu tos...
***
La dactilógrafa tuberculosa

Esta doncella tísica y asexuada,
esta mujer de senos inapetentes,
–rosicler en los huesos de su cara granulada,
y ganchuda su israelita nariz ya transparente...

Esta pobre yegua flaca y trabajada,
con los dedos espátulas de tanto teclear,
esta pobre mujer invertebrada,
tiene que trabajar...

Esta pobre nena descuajeringada,
con sus ancas sutiles de alfiler,
tiene el alma tumefacta y rezagada
¡y se empeña en comer!

Yo la amé cuatro meses con los ojos,
con mis ojos de perro triste y vagabundo;
cuando le miraba los pómulos rojos,
¡qué dolor profundo!

Un día juntamos hombro a hombro nuestra desdicha;
vivimos dos meses en un cuchitril;
en su beso salivoso naufragó la dicha
y el ansia de vivir...

Una tarde sin historia, una tarde cualquiera,
murió clásicamente en un hospital.
(Bella burguesita que a mi lado pasas, cambia de acera,
porque voy a putear...)
***
Cuarteto de señoritas

Las cuatro son flacas, las cuatro son feas;
vestidas de rosa las cuatro muequean...
las cuatro muequean vestidas de rosa,
las cuatro tan flacas... las cuatro tan feas...

El poeta ha venido a beberse su copa,
–su aguada ración de ilusión–;
como siempre tiene raída la ropa,
y la angustia inquilina de su corazón.

Las cuatro comienzan
el shimmy "Tristeza de Honololú",
se piensa
en aquella pianista viciosa
que fue la ilusión tosegosa
de Juan Pedro Calou.

Tra... la la... rilamolirina...
–con su carina en harina
la violinista se empina
en dos flatos
de can–can...
Tra... la la... rilamolirina...
con su carita transparente y fina
el púber lavaplatos
sueña en Onam...

La una no tiene pechos,
y no tiene tampoco papá...
da la lá...
y no tiene tampoco mamá
da la lá...
El tenorio del barrio
comenta estos hechos
mientras el corolario
resuelve el jazz band.

La otra encandila los ojos
de los sesudos burgueses vecinos;
–ojos al aceite de ricino–
que se encandilan hiposos
a cada pausa
de la otra vestida de rosa...
¡Pobre la gorda de carne infructuosa
por la meno–pausa...!

¿Y la otra?... ¡ah! nena, ¡cómo te he encontrado!,
¿cómo pudiste llegar hasta aquí?
¿El camino del cielo está trascurado
para ti?

¡Pobre milonguita soplando, soplando...
en la pipa absurda de tu saxofón!,
soplando, soplando,
me llega volando
lo que te ha quedado de tu corazón.

Turris ebúrnea en el palco de humo,
virgo veneranda al poso de café,
¡sahúma tu efigie el humo que fumo
con tan mala fe!

María semper virgo para la mentira
que comulgo en la rima que se me escapa,
lira molirina,
del poeta que anda de capa
caída...

Stella matutina en la urbe grasienta,
cuando a la alborada taconea sin pan
tu enlodado escarpín de cenicienta...
la, la, ra, ta, tan...

Virgo sin virgo del café concierto,
hay vagorosas notas de Ravel
que tú no sabes...
definitivas claves
de tu tos...
la, la, ra, ta, tan...
cascabel..., cascabel...
¿dónde está Dios? ¡Dios!
...el café y el pecho desiertos...

Las cuatro son flacas, las cuatro son feas,
vestidas de rosa las cuatro muequean...
las cuatro muequean vestidas de rosa...
las cuatro tan flacas, las cuatro tan feas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta inspirar a un blog argentino.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char