miércoles, 1 de febrero de 2012

Mi corazón era el desierto y el cielo



MIGUEL  ÁNGEL BUSTOS
(Buenos Aires, Argentina, 1932-Argentina, desaparecido en 1976)


MONTE SILENCIO DEL VERBO

… Ah, día de los días, patria salvaje, inocente eternidad. Cielo de quietud, bello abismo: mañana del Verbo. Fui en aquel sin tiempo un perpetuo amanecer y pasé la celeste muralla; región de banderas y soles llevados por dioses; crucé su puente en llamas, encarnación de las niñas, dejé la mañana y entré en la Noche del Verbo.

(De El Himalaya o la moral de los pájaros)
***

Mare Tenebrarum

En aquel tiempo del triste colegio, en aquel que
jamás recuerdo; soñaba con tigres y pájaros en
lucha y mi corazón era el desierto y el cielo, el sol
y la luna de aquel mundo final.
Llegó hasta mí un sacerdote, llegó y me dijo: por lo
que piensas morirán tus ojos, tu piel será maldita,
como la piel de las momias, amarás a dios en todo
lo que te destruya. Me senté junto al muro más cruel y lloré la lepra
del cielo. Cayó mi corazón, lo perdí. Y reyes ya de sangre
pájaros y tigres me acosan para siempre y todas
mis aguas, todos mis ríos, huyen muertos hacia el
atroz y calmo Mar de las Tinieblas.
Y el ángel de la locura, el ángel de la fiebre mira,
en mí al monte coronación del Verbo; escribo para
que me sea dado el Silencio.

(De El Himalaya o la moral de los pájaros)
***

6

No, yo no voy en este cuerpo que me lleva, ni toco en el agua un elemento que fluye y se estanca hasta morir. A quien ves, cuando me miras, es aquel rostro que te doy por miedo jamás ver tu calavera que finge ojos verdes, húmedos lentos sobre tu boca que recita letanías entre incienso y campanas que están en mí. Oigo tu voz idéntica en vos, ajena a mi memoria que te quiere inmóvil. Si me siguieras, si llegaras a mi cristal. En su casa de Fulgores, ¿quién podría decir: yo, me siento el yo de mi rostro para vos? Estaría en vos y hablaría a aquel mi cuerpo que cree poseerme. Terrible si alguna de tus almas, huyendo de la eternidad que nos persigue en la infinita repetición, no siente la ausencia, la ausencia del viento y el sonido caer en cuerpos imaginarios, muertos y errantes en la noche inmortal.
Si alguien me preguntara qué soy; porque ciertas sombras marean; le diría: no soy todo, ni nada, ni algo. Con mi cristal soy el planeta que te lleva por mares a tierras de oro y rapiña y el horizonte te lo doy yo.

(De El Himalaya o la moral de los pájaros)
***

1

Afuera oigo la lluvia, adentro siento la lluvia. Mi cuerpo de barro se deshace.

(De Visión de los Hijos del Mal)
*** 

VIENTRE PROFETA SIN TIEMPO

Yo no soy de ningún siglo.
Vivo ausente del tiempo. Soy mi siglo como soy mi sexo y
mi delirio.
Soy el siglo liberado de toda fecha y penumbra.
Pero cuando muera, el profeta que hay en mí se alzará
como un niño sin moral y sin patria. Un niño loco con lengua
de alaridos. Entonces amanecerá en el millón de Galaxias.
Madres del futuro; cuidado; cuando muera puedo volver.
Entonces, ay, vientre que me aguardas, dulcísima catedral
de tinieblas

(De Visión de los hijos del mal)
***
CANCIÓN DEL MUCHACHO ASUSTADO

Qué golpea
bajo la tierra?
Lejanas bombas
lejanos llantos.
Qué llevan
los vientos negros?
Soles pequeños
átomos inmensos.
Quién me asusta?
El pez herido
la flor enferma.
Qué grito
en la noche abierta?
Ven
y tiembla
corazón

(De Corazón de piel afuera)

***
Los patios del tigre

El tigre, aquel espejo del odio y el espanto.
Von Jöcker, siglo XVIII

Fueron siempre los pájaros los que anduvieron en los patios de mi infancia.
A la claridad del canario se sumó el gritito entrecortado
del calafate, el vuelo diminuto de los bengalíes. Algún mono hubo, pero fue efímero.
Agregaba mi abuelo a la magia reinante sus oros de Gran
Maestro. Sus libros que, de a poco, fueron siendo mis pájaros. Un tío viajó y en una gran jaula trajo un tigre. Lo aseguraron a una cadena y esperaron que lo viera.
Su garganta me llamó; aparecí.
El espanto y la maravilla me helaron.
Desde ese día los patios dejaron de ser tales. Fueron selvas de mármol y mosaicos gastados en donde el terror habitaba.
Era feliz. Tocaba el misterio a diario y no desaparecía.
Me acostumbré ávidamente a lo extraño.
Cuando alguien ordenó su encierro en el Zoológico, lloré.
Entonces comenzaron mis fugaces visitas; temblaba cerca de su jaula. Su rugido era música tristísima para mí. Le imploraba a su memoria de fiera el recuerdo.
El día en que me fui a despedir de él para siempre me olió, detuvo
su andar en círculos. Una sombra humana le cruzó la mirada. Intenté
tocarlo. El griterío prudente me clavó en el piso.
Pensé un adiós, suavemente me marché. Más tarde supe de su
muerte. Su carne fantástica se juntó en el polvo a otras carnes.
He crecido. Guardo de mi infancia sus huesos en mi alma, los libros
en mi sangre.
Pero cuando llegue el fin y me miren los ojos que aún no he visto,
pienso que será el tigre incierto de la locura el que me lleve tanteando a
la nada, aquel tigre de titubeo y delirio del suicidio que en su boca me
ahogará clamando.
O tal vez mi viejo tigre, rayado por la piedad, quiera devorarme como
a un niño.

(De Fragmentos fantásticos)
**
Imagen: tomada de wikitemas.com: Tigre

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char