viernes, 3 de febrero de 2012

Y tu nariz es acaso el pico de un arcángel

JEAN GENET
(París, Francia, 1910-2010)

El condenado a muerte
A Maurice Pilorge
asesino de veinte años
[Fragmento]

El viento arrastrando un corazón sobre el adoquinado de los patios
un ángel que solloza colgado de un árbol
la columna de azur que ciñe el mármol
hacen abrir en mi noche salidas de emergencia.

Un pajarillo que muere y el sabor a ceniza
el recuerdo de una mirada dormida sobre el muro
y ese puño adolorido que amenaza el cielo
hacen que se incline tu rostro en el cuenco de mi mano.

Ese rostro más rígido y más leve que una máscara
pesa más en mi mano que en los dedos del reducidor
la joya que se embolsilla; él se ahoga en llanto.
Sombrío y fiero, lleva un ramo verde como casco.

Tu rostro es adusto: el de un pastor griego.
Se queda temblando entre la palma de mis manos.
Tu boca es la de una muerta, tus ojos, rosas
y tu nariz es acaso el pico de un arcángel.

El hielo destellante de un pudor malévolo
que recubre tus cabellos claros de astros acerados
corona tu frente de espinas de rosal
¿qué gran pena lo ha fundado si tu rostro canta?

Dime qué loco infortunio hace relumbrar tu mirada
de una desesperación tan grande que el dolor feroz,
perturbador, él mismo, ¿¡personalmente!? adorna tu redonda boca
no obstante tus lágrimas heladas, con una sonrisa de duelo.

No cantes esta noche los Costauds de la Lune.
Seas antes, rapazuelo de oro, princesa de una torre
soñando melancólico con nuestro pobre amor
o el obtuso rubio que vela en la gavia.

Y a la tarde desciende y canta sobre el puente
entre los marineros, destocados y humildes,
el Ave María Stell". Cada marinero blande
su verga palpitante en la pícara mano.

Y para atravesarte, grumete del azar,
bajo el calzón se empalman los fuertes marineros.
Amor mío, amor mío, ¿podrás robar las llaves
que me abrirán el cielo donde tiemblan los mástiles?

Evoquemos, Amor, a cierto duro amante,
enorme como el mundo y de cuerpo sombrío.
Nos fundirá desnudos en sus oscuros antros,
entre sus muslos de oro, en su cálido vientre.

Un muchacho deslumbrante tallado en un arcángel
se excita al ver los ramos de clavel y jazmín
que llevarán temblando tus manos luminosas,
sobre su augusto flanco que tu abrazo estremece.

¡Oh tristeza en mi boca! ¡Amargura inflamando
mi pobre corazón! ¡Mis fragantes amores,
ya os alejáis de mí! ¡Adiós, huevos amados!
sobre mi voz quebrada, ¡adiós minga insolente!

¡Mi bellísimo paje coronado de lilas!
inclínate en mi lecho, deja a mi pija dura
golpear tu mejilla. Tu amante el asesino
te relata su gesta entre mil explosiones.

Canta que un día tuvo tu cuerpo y tu semblante,
tu corazón que nunca herirán las espuelas
de un tosco caballero. ¡Poseer tus rodillas,
tus manos, tu garganta, tener tu edad, pequeño!

Robar, robar tu cielo salpicado de sangre,
lograr una obra maestra con muertos cosechados
por doquier en los prados, los asombrados muertos
de preparar su muerte, su cielo adolescente...

Las solemnes mañanas, el ron, el cigarrillo...
las sombras de tabaco, de prisión, de marinos
acuden a mi celda, y me tumba y me abraza
con grávida bragueta un espectro asesino.

La canción que atraviesa un mundo tenebroso
es el grito de un chulo traído por tu música,
el canto de un ahorcado tieso como una estaca,
la mágica llamada de un randa enamorado.

Del tan temido cielo de los crímenes
del amor viene este espectro. Niño de las honduras
nacerán de sus cuerpos extraños esplendores
y perfumado semen de su verga adorable.

Cada grito de sangre delega en un muchacho
para que inicie al niño en su primera prueba.
Sosiega tu temor y tu reciente angustia,
chupa mi duro miembro cuál si fuese un helado.

Mordisquea con ternura su roce en tu mejilla,
besa mi pija tiesa, entierra en tu garganta
el bulto de mi polla tragado de una vez,
¡Ahógate de amor, vomita y haz tu mueca!

Adora de rodillas como un tótem sagrado
mi tatuado torso, adora hasta las lágrimas
mi sexo que se rompe, te azota como un arma,
adora mi bastón que te va a penetrar.

¡Amor, ven a mi boca! ¡Amor, abre tus puertas!
recorre los pasillos, baja, rápido cruza,
vuela por la escalera más ágil que un pastor,
más supenso en el aire que un vuelo de hojas muertas.

Elévate en el aire de la luna, mi vida.
En mi boca derrama el consistente semen
que pasa de tus labios a mis dientes, mi Amor,
a fin de fecundar nuestras nupcias dichosas.

Junto tu hermoso cuerpo contra el mío que muere
por darle por el culo a la golfa más tierna.
Sopesando extasiado tus rotundas pelotas
mi pija de obsidiana te enfila el corazón.
(...)

Versión: Leo Castillo
**
Jean Genet escribe cuando concluye el poema:


He dedicado este poema a la memoria de mi amigo Maurice Pilorge, cuyo cuerpo y rostro radiante arroban mis noches sin sueño. En espíritu, vuelvo a vivir con él los cuarenta últimos días que pasó, las cadenas en los tobillos y, a veces, en las muñecas, en la celda de condenados a muerte de la prisión de Saint-Brieuc. Los diarios ofenden a sabiendas. Concibieron artículos imbéciles para ilustrar su muerte, que coincidió con la entrada en funciones del verdugo Desfourneaux. Comentando la actitud de Maurice ante la muerte, el diario L'Oeuvre dijo: "Este muchacho hubiera debido tener otro destino".
En pocas palabras, se le envilece. En cuanto a mí, que le conocí y amé, quiero aquí, lo más suavemente posible, con ternura, afirmar que fue digno, por el doble y único esplendor de su alma y su cuerpo, de tener la suerte de una muerte pareja. Cada mañana cuando pasaba de mi celda a la suya para llevarle cigarrillos, gracias a la complicidad de un carcelero, embrujado por su belleza, su juventud y su agonía de Apolo, ya levantado, canturreaba, saludándome así mientras sonreía: "Salud, Jeannot de la mañana".
Originario de Puy-de Dome, conservaba un leve acento de la Auvernia. Los jueces, ofendidos por tanta gracia, estúpidos y a la vez prestigiosos en su papel de parcas, le condenaron a veinte años de trabajos forzados por robos de villas en la costa y, a continuación, porque había matado a su amante Escudero para robarle menos de mil francos, este mismo tribunal condenó a mi amigo Maurice Pilorge a que le cortaran el cuello. Fue ejecutado el 17 de marzo de 1939 en Saint-Brieuc.
**
Nota de la editora: pido disculpas por la versión publicada, habida cuenta de no poder hallar otra con menos "españolismos". 

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char