jueves, 9 de agosto de 2012

La alegría perfecta

Créd.: revistaenie.clarin.com

DIEGO MUZZIO 
(Buenos Aires, Argentina, 1969. Actualmente reside en París, Francia)

Malleus Maleficarum
Tampoco hay que encerrar demonios en un frasco
si se desea librarse del brazo secular.
Nicolau Eimeric

Manual de los Inquisidores

Cómo me gustaría mirar viejas películas para siempre,
los dos en la cama, bajo mantas amarillas, con grandes
tazas de café y el invierno tejiendo su escarcha entre
techos y torres como una inmensa araña blanca.
Pero la Fama, abandonando su palacio de bronce sonoro,
reclama mi presencia en los estrados de Rialto, o lejos
en Monte Spinato, o aún más lejos en Blakulla, y debo atender
a mis asuntos porque, amor: estamos perdiendo la perspectiva.
Estamos perdiendo la partida de ajedrez contra la sombra.
Cuando salgo a caminar y me demoro en algún bar y
oigo los postreros saxos del desmembramiento
o mientras espero al gondolieri que me lleve
a la otra orilla del Canale della Misericordia:
si tus ojos vieran lo que ven mis ojos, entonces, amor,
debería excomulgarte, colgarte de tu pelo rojo,
hundir tu pulmón de oro en el pájaro de sangre de la lluvia.
Ayer a la mañana: ¿no estábamos de buen humor?
¿No reíamos y retozábamos entre las reliquias,
no pesaba yo tus senos como dos cabezas
de gemelos que salieran de tu tórax, no buscaba,
tembloroso, orando por las dudas, el tercer pezón
que alimenta los rebaños de espíritus inmundos?
Pero hoy estás tan triste... El biper no deja de sonar,
mientras tus manos ordenan, amorosas, los instrumentos
en la maleta de terciopelo negro, regalo del Dux
en reconocimiento a la quema de brujas en Bolonia.
Tengo dos entradas para el cine. Esa es la sorpresa.
Y reservas para un largo viaje más allá de los canales,
más allá de San Michele y el regno della morte gente.
Amor: no te aflijas. Nuestras acciones suben sin cesar
en los cofres de la Jerusalén celeste. Somos inmortales.
Y estamos en el mejor momento de nuestras vidas.
***
ASESINATO DE UN LEÓN EN EL ZOOLÓGICO

Mi ropa en un montón
bajo el rayo de luna:
entro desnudo en la maleza
mar mudo, amarillo,
con un muñón de carne
envenenada y ...

me muevo como un mártir
me muevo como un
poeta chino.
Escucho un pájaro.
Me detengo. Camino.
Abro las flores
con manos silenciosas.

Adiós, león, adiós:
con una garra de jade
con una garra de higo
con la luz de la tormenta
hurgando el oscilar del árbol

adiós con la mitad
de la gacela devorada
con un muslo de mono
que flota río abajo.

Adiós.
***
La alegría perfecta 

Cava la pala;

se hunde en la carne
entre los huesos
en busca de la luz

porque algo sabemos:

la multiplicación del vacío
engendra la alegría.
***
Java

El vapor que se eleva de la taza sugiere el contorno
de archipiélagos donde la lluvia doblega
la verde penumbra de una selva.
Sobre la playa avanza una familia de tortugas,
y luego sólo ves los caparazones vacíos,
útiles aún para ocultar a los peces más pequeños
de las fauces de depredadores mayores;
y los mismos pensamientos vuelven
con el reflujo turbio de la marea:
el azar que te permite estar sentado, imaginar
viajes improbables como morir momentáneamente
para descender a dispersar el denso
cardúmen cebado en tu costado.
Y si al regresar lo harías al mismo lugar,
bajo las mismas condiciones, y cuánto de tu vida
estarías dispuesto a resignar por el dudoso privilegio
de nadar en esas aguas; si al retornar encontraras
que algunos objetos o incluso tu cuerpo cambiaron
y tu mano ya no sostiene una taza y tu mano
es sólo el dorso de tu mano acoplado a una mandíbula.
La luz no pacta con la oscuridad
y es necesario encontrar una estrategia que te permita
atravesar la longitud del día, segregar un caparazón,
otro cielo bajo el cielo, prevalecer un tiempo
sobre el agua que aguarda
la caída y dispersión de tu precaria arquitectura.

No hay comentarios:

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char