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KLAUS KINSKI
Nikolaus Karl Günther Nakszynski
(Sopot, Ciudad libre de Dánzig, Alemania, 1926-Lagunitas, California, EE.UU., 1991)
Fragmentos de YO NECESITO AMOR
“Para que mi madre no tenga que cargar conmigo todo el día, paso medio día en el parvulario de la escuela primaria a la que van mis hermanos. Allí nadie se ocupa de nosotros. No hay libros de cuentos ni juguetes. A la hora de bailar en corro, nos arrastramos en círculo sin ningún interés, como viejos enanos (…) El resto del tiempo rondamos apáticos por el aire viciado y nos contagiamos.”
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"Gracias a Dios, ya he terminado con esa porquería hollywoodera a las órdenes de Billy Wilder. Para alguien que lo vea desde fuera, resulta imposible imaginarse el grado de imbecilidad, fanfarronería, histeria, dictadura y mortal aburrimiento que hay que soportar cuando se rueda con Billy Wilder. Con él, los supuestos actores no son más que perrillos de lanas amaestrados que hacen monerías y juegan a traer el palo una y otra vez, hasta el vómito; llega uno a creer que todos se han vuelto locos de remate. Creía que ese delirio no iba a terminar nunca. Pero he cobrado un pastón por esos pocos días. En el futuro rodarás las películas serias con Herzog y las cómicas conmigo -me dijo Billy Wilder en nuestro primer encuentro, en el restaurante La Scala.
Creo que más bien es al revés: las supuestas películas cómicas de Billy Wilder hace tiempo que ya no resultan cómicas, sino acartonadas y plúmbeas, y la risa se le hiela a uno en las comisuras de los labios. En cambio, si yo hiciera lo que Herzog quiere, sus supuestas películas serias resultarían cómicas sin querer.
Hasta aquí me persiguen esos parásitos de escritorzuelos que quieren atiborrarse de mi sangre como garrapatas. Chupópteros, ladrones, saqueadores. Todos quieren escribir libros sobre mí. Quieren deshacerse de la mierda de su estreñimiento intelectual, añadiendo su repugnante toque personal: biografías, filmografías, videografías, reportajes, historietas de cómic, talk-shows y cualquier otra clase de podredumbre surgida de mentes humanas. Después de haber intentado exprimirse para tesis doctorales en las universidades, ahora me utilizan como tema escolar (¿Cómo advertencia para jovencitas?). ¡La universidad de Michigan, en Chicago, me pregunta, a través de mi agente, si quiero pronunciar durante la próxima Semana Santa una conferencia sobre la crucifixión de Jesucristo! ¡Y la sinfónica de Baltimore me pregunta si quiero hablar sobre Beethoven delante de la orquesta durante los intervalos! ¡La universidad no piensa pagarme nada, ya que se trata de Jesucristo! La sinfónica me ofrece 10.000 dólares por diez minutos de charla. Los mando a unos y a otros a la mierda. El ministro de Cultura francés, Jack Lang, me envía a través de la embajada francesa en Los Ángeles la condecoración 'Comendador de la Orden del Arte y la Literatura', (¿Qué demonios querrá decir eso?) Por lo que ha hecho por Francia y el resto del mundo ¡Tampoco esta vez adjuntan ningún cheque! ¡Aquí a alguien le falta un tornillo! ¿Qué se habrá creído ese tipo? ¡'Concederme' una baratija como esa! ¡Están todos como una cabra! Le digo a mi agente que devuelva esa porquería grandilocuente."
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"Le dije a Herzog en Europa que se fuera a la mierda y le colgué el teléfono. Poco después empezó Fitzcarraldo sin mí, con alguien de Nueva York y Mick Jagger en el papel de amigo de Fitzcarraldo. Ahora viene a Los Angeles con el rabo entre las patas y me suplica que haga la película.
Después de unas cuatro semanas de rodar con el tipo de Nueva York, incluso Herzog, con su cerebro de imbécil, se ha dado cuenta de que ya puede tirar todo el material a la basura y empezar la película otra vez desde el principio. Por cuarta vez, ese bocazas ha visto a las claras que sin mí es un cero a la izquierda. Sin embargo, en Los Angeles intenta dármela con queso. Hago reescribir el contrato punto por punto, hasta que por fin, a medianoche, Herzog da su brazo a torcer y sale a toda pastilla de la oficina del abogado en Beverly Hills, dejándome el contrato firmado en blanco.
Minhoi y Nanhoi están en Marin County. Voy al encuentro de mi babyboy para abrazarle y besarle de nuevo antes de irme a Sudamérica y pasar tanto tiempo lejos de él.
Nanhoi se empeña en que le prometa dejar de fumar para siempre. Se lo prometo.
Los cinco meses en la selva de Perú son muy parecidos a los de hace diez años, cuando rodamos Aguirre. De nuevo son la total imprudencia, ineptitud, incapacidad, arrogancia y falta de escrúpulos de Herzog las que ponen en juego una y otra vez nuestra vida y amenazan con echar a rodar definitivamente el rodaje y provocar un desastre financiero. De nuevo alimenta a la compañía con una bazofia incomible que hace cocinar con manteca de cerdo. De nuevo falta lo más imprescindible para que los miembros del equipo conserven las fuerzas y estén a salvo de enfermedades y contagios peligrosos. De nuevo falta frutas, verduras y sobre todo agua potable. Soy el único que tiene especificada en el contrato una ración diaria de agua mineral, papaya y limones.
Y soy el único que, a ser posible, evita tragarse esa comida de cerdos; en cuanto tengo ocasión, me aso en una hoguera pescados del río, aves silvestres o un pato salvaje.
En cuanto Herzog huele el asado, se pega a mí como un moscardón y quiere zampárselo todo. Por mucho que le insulte y le injurie e incluso le amenace, en cuanto quiere algo de mí, vuelve a aparecer, como la malaria, como el pestazo que un montón de mierda desprende sin cesar.
Enumerar y describir con detalles todas las vejaciones y malos tragos que nos hizo pasar en la selva -el cretinismo total de Herzog, su desvergüenza, su desfachatez, su brutalidad, su estupidez, su megalomanía y su falta de talento-, así como las consecuencias de todo ello, resultaría verdaderamente vomitivo, y sería una imperdonable pérdida de tiempo y energías. Es el mismo montón de basura podrida de diez años atrás, aunque aún más imbécil, descerebrado, paralítico y criminal.
Día y noche lleva consigo un dietario de un estuche de cuero sujeto al cinturón, en el que anota sus observaciones mentirosas y fanfarronas sobre el rodaje. Además, ha contratado a un tipo que se hace llamar documentalista, Les Blank, que no piensa en otra cosa que en jalar y que tiene la misión de filmar un documental sobre Herzog. Ese tragaldabas es tan holgazán que se pasa el día durmiendo y se lo pierde todo.
Si alguna vez, por casualidad, aparece en el momento y lugar adecuados, tarda tanto tiempo en sujetar la cámara al trípode que cuando empieza a filmar ya no hay nada interesante. Nunca filma a mano alzada. Seguro que movería la imagen, pero el motivo principal sin duda es la propia cámara, que le resulta demasiado pesada e incómoda.
De nuevo Herzog y su cámara pasan semanas enteras sin lavarse. De nuevo la ropa se le queda rígida de tanta porquería. No es tierra, ni fango o lodo. ¡No: Porquería! Porquería suya: el sudor y la roña forman una masa untuosa que apesta como una bomba fétida incluso al aire libre. Ni siquiera cambian durante semanas, e incluso meses enteros, la fina pieza de cuero que se coloca sobre el borde de goma del objetivo, y que normalmente debe cambiarse diariamente por motivos higiénicos, hasta que llega a estar cubierta de una especie de moho gris negruzco y apesta de un modo tan insoportable que ya ni me acerco a la cámara. A eso se añaden una glotonería y una pereza francamente repugnantes; esos engendros duermen aún a las ocho o las nueve da la mañana, a pesar de que en la selva el día empieza a las tres de la madrugada, momento en que la luz más maravillosa y mágica revela la creación en su misteriosa fuerza y pureza.
Ante mis ojos, la selva se alza del seno de una niebla matinal de colores, de la misma manera que un cuerpo nace del vientre de la madre. Todo es nuevo, joven e inmaculado. Hasta ahora, ningún ser humano ha visto eso en la pantalla de un cine.
Hoy la niebla matinal es rosada, casi violeta. Me abro camino con el machete a través de la pared vegetal, hasta un lugar desde el que puedo ver, por encima del río, la escarpada orilla de enfrente, donde el pesado barco de trescientas cincuenta toneladas cuelga de un único cable de acero, como si se encaramase a las nubes rosadas y violáceas del cielo. Son las cuatro de la madrugada. Vuelvo corriendo al campamento a través de la selva y despierto a patadas a Herzog y su camarilla. Cuando Herzog ve con sus propios ojos lo que le he gritado en el oído, mueve por fin el culo y echa a correr a lo largo del río. Las cinco de la madrugada. En veinte minutos se deshará la niebla, y en la naturaleza nada se repite, nada es igual que la última vez. Conseguimos por los pelos filmar la toma que yo quería.
Y así sigue la cosa, día a día, durante cinco meses. Una y otra vez, tengo que negarme a seguir el horripilante texto que ha escrito Herzog y sus 'instrucciones' de director aficionado. Tengo que forzarle a rodar cada una de las secuencias que deseo. Tengo que enseñar a ese imbécil de operador dónde tiene que colocar la cámara y decidir el objetivo y el enfoque. No 'ensayo' ni una sola escena. Digo '¡acción!', y sólo lo hago una vez.
Ya estamos terminando la película. Unas pocas semanas más, y me libraré de ese insecto. La escena final la rodamos por anticipado en el barco, mientras navegamos por el Amazonas. Me hacen fumar un cigarro enorme. Estoy de pie en la cubierta del barco, cara al viento, que lanza contra mi cara y dentro de mis pulmones el humo negro que sale de la chimenea. Es el humo de los neumáticos que queman en la sala de máquinas, pues el barco, que se supone es de vapor, va impulsado en realidad por un motor Diesel. Cuando por fin está lista la secuencia, que filmamos con diferentes objetivos, tengo ganas de vomitar hasta la primera papilla. Me encuentro tan mal que estoy a punto de desmayarme. Y en eso se me acerca Herzog y me dice que quiere repetir la escena. ¡Ese perro sarnoso debe de haberse vuelto definitivamente loco! ¿'Quiere' que vuelva a pasar por el mismo infierno?! ¿¿¿¿y para qué???? ¡¡¡La escena ha salido perfecta, lo sé!!!! ¡¡¡¡Ya basta!!!!
Le doy a Herzog una patada en la cara al estilo kung-fu, derribándolo. El fotógrafo quiere captar la escena, y le tiro una silla. El muy cobarde pone pies en polvorosa. A continuación, bajo al entrepuente para no tener que ver la estampa vomitiva de Herzog.
-¿Hacía falta que te pusieras así? –me pregunta esa calamidad ambulante después de bajar al entrepuente con el rabo entre las piernas.
-Ya veremos -le digo-. Si quieres más palos, los tendrás.
-¿Estas dispuesto a seguir rodando? -lloriquea ese gusano.
-Pues claro, majadero -le digo-. ¿Para qué te crees que estoy aquí?"
***
“Pasolini, que me ha mandando el guión de Pocilga, su ultima película, se presenta en la Appia con una horda de chicos jóvenes, y quiere hablar conmigo. (…) Desde luego, el argumento es un poco excesivo. El personaje principal, que debería interpretar yo, es un tipo que, impulsado por el hambre, ataca a un guerrero bien formado y lo devora. Esa historia después de todas las paridas que he tenido que rodar hasta ahora, parece soportable. Pero el sueldo no. El productor Doria es de los mejores de Italia, pero si yo cobrara en todas mis películas el salario de hambre que él me ofrece, tendría que acabar comiéndome, para sobrevivir a Doria o quizás incluso a Pasolini.”
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“Lo que enseñan en esas escuelas de actores es una retahíla de escalofriantes gilipolleces. Al parecer las peores son las llamadas actor’s studios, de Estados Unidos. Allí aprenden a ser naturales, es decir, se repatingan, se hurgan la nariz y se rascan los huevos. A esa imbecilidad la llaman method acting. ¿Cómo se puede 'enseñar' a alguien a ser actor? ¿Cómo se puede enseñar a alguien cómo y qué debe sentir y cómo debe expresarlo? ¿Cómo puede alguien enseñarme a mí la manera de reír y llorar? ¿La manera de alegrarme y estar triste? ¿Lo que son el dolor, la desesperación y la felicidad? ¿Lo que son la pobreza y el hambre? ¿Lo que son el odio y el amor? ¿Lo que son el anhelo y la satisfacción? No, no quiero perder el tiempo con esos cretinos engreídos.”
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“Ahora, hoy, prefiero personalmente ser pobre, pero sin pesadillas y sin manías persecutorias, sin el martirio de la encarnación incesante y consciente. ¡Ojalá pudiera hacerlo!, ¡Ojalá dependiera de mí! ¡No quiero ser actor! ¡Quisiera no haber sido nunca actor! ¡Quisiera no haber tenido nunca éxito! Hubiera preferido ser una puta callejera y vender mi cuerpo, antes que vender mis lágrimas y mis risas, mi tristeza y mi alegría.”
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Klaus Kinski, Yo necesito Amor, La Sonrisa Vertical, 1992.
1 comentario:
Gracias por su visita; Irene
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