miércoles, 13 de febrero de 2013

Como si nada hubiera ocurrido

Tomada del blog renglones zurdos

MARINA SERRANO
(Quequén, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1973)

LIOPHIS POECILOGYRUS SUBLINEATUS

Una culebra cruza el río
leemos a Joyce sentadas en el puente
al atardecer.

Una culebra cruza el río
rápido, de costado, igual que en el desierto
nos miramos.

Si se mueve así
¿Cuánto demora en llegar a nosotras?

Una culebra cruza el río
desaparece entre los pastos
sin que se mueva un solo cilio
como si nada hubiera ocurrido.
***
HIV positivo

Veinte años. Sexo masculino. HIV positivo.
Caída de altura. Estado de conciencia:
coma inducido.

La escama del temporal
partida, desencajada.
El contrafuerte anterior
sin solución de continuidad
ofrecía una certeza:
el cráneo ya no era
una pieza única, sólida y resistente.

No abrió los ojos mientras lo aspiraba,
gracias a Dios.

La sangre oscurecía rápidamente
el lado desestructurado,
corría entre los tejidos, sobre los tejidos
la sonda no daba abasto,
mocos, drogas, virus, en mis guantes
subían
se acercaban al borde elástico
comenzaban a infectar
a llenarme, a llevarme
con él, con esa
impericia despreocupada de las cosas.

Linfocitos aglutinados
cuerdas brotadas en las correderas
y mis palmas supinadas
abrían los dedos al aire,
siete gramos de puro ojo se aplastaban
en el piso de cada órbita.

La hibernación acabó.
Una presurosa carga viral
liberó su gula y tuve fiebre,
adelgacé como un etíope,
comencé a respirar neumonía,
sufrir la negación del sexo,
del amor, la piel intacta,
llorar a moco tendido
el tiempo doloroso que me resta.

Camine hasta la punta de la cama,
intenté hablar de otra cosa,
deshacerme de la idea,
pero fue imposible,
la espalda resbaló por la pared
y morí con él.
***
Desconexión 

"Cuando un médico va detrás del féretro de su paciente,
a veces la causa sigue al efecto." 
Robert Koch

Bajo el volumen minuto del respirador
me detengo a escuchar
el soplo mecánico.
De a poco aparecen
tenues sonidos,
aumentan en el silencio
chirridos, voces deformadas
ruido de alarmas.

El doblez materno de la sábana
calca el movimiento mínimo
arrastrado
cae a los lados del colchón
y roza el dorso de mi mano.

No esta bien acariciar a las víctimas,
no, si se es el victimario.

El regateo de aire la duerme,
los vidrios limpios
las persianas bajas
hacen percibir en la habitación
una especie de frescura,
el jefe de terapia
tiene en cuenta la disponibilidad,
el giro a cama caliente.

Salgo al pasillo,
interrogo
lo que sea que ande rondando,
y le aclaro, dos veces
que no tuve más opciones
que matarla.
***
Cambiarse los pantalones

Inspira,
la ligera extensión de su espalda
levanta la remera,
apoya los dedos sobre las crestas ilíacas
y los hace descender, hundirse bajo la tela
uñas, falanges, metacarpos.
El pulgar como anzuelo
lleva los pantalones hasta las rodillas.

Se sienta en el banco alargado
y tira de las botamangas,
cada pierna queda
con su zapatilla y su media,
cada pierna
a un codo de la otra.

Caigo arrodillada
me abrazo a sus muslos,
los cartílagos nasales se amoldan
a su ropa interior, ningún perfume enturbia
su sabor natural,
corro la tela con un dedo
y adhiero mi lengua. Regreso
a un estado primitivo de placer.
***
Feliz Cumpleaños Gabriela Sabatini

Anoche soñé
que Gabriela Sabatini golpeaba a una chica
en un vestuario.
Miento, no la golpeaba
era un “como si”
sostener el cuerpo contra la pared,
tirar piñas a lo loco
y oír el ruido seco de su mano izquierda
rompiendo la cerámica
produjeran todo el espanto de lo real
que, en efecto, producían.

Con la víctima colgando del brazo y cara de obviedad
(porque para ella era más que obvio) dijo:
Sabés cómo es el tema en los vestuarios.
Y claro, cómo iba a saber
que vengo de un pueblo con veinte casas,
dos calles de asfalto
y una cancha de fútbol sin baños,
igual,
no es tan difícil comprender:
Había sido golpeada y quería desquitarse.

Ahora, que estoy despierta
o algo más lúcida -porque es cuestión de tiempo
deshacerse de la prolongada nausea visual-
me pregunto:
¿Comprendo a Gabriela Sabatini?

No, mentiría si dijera que alguna vez la vi
jugar un partido completo,
no la conozco,

que solía sentir que nos parecíamos
que tenía la misma facilidad que yo
para perder, sí
por momentos sentí que nos parecíamos,
aunque fuera la exitosa y yo nada
o bueno, en realidad, pudo habernos unido
ese no querer más
o algún darse
por vencida.

Dicen
que es una de las mujeres más lindas del mundo
no sé, no la conozco
pero mi amiga, que la vio en el shopping,
cree que tiene una piel increíble
y no por eso dejamos de compartir algo:
un cuarto propio, Virginia Woolf, quizá
seguro, no tenemos la misma belleza
pero por momentos
de vez en cuando, siento que nos parecemos
en eso de parecer distintas
y en la torpeza.

Mi abuelo me decía: jugá al tenis, nena.
Y yo dale que no, que en lo mío iba a ser número uno,
pero cuánta razón tuvo:
una cosa es el tenis, y otra muy distinta
es no ser
nunca jamás de los jamases, Gabriela Sabatini.

Cómo no sentir
que nos conocemos -mejor dicho
que la conozco- desde siempre
si hasta podríamos haber vivido
en el mismo lugar, en el mismo momento
pero a una de las dos le tocó ser la hija del sodero
y no fue a ella, y eso no quita que sienta
que en esa incapacidad de ser feliz
nos parecemos, me pregunto
(y eso es una constante):

por qué se levanta cada mañana Gabriela Sabatini
qué se dice al espejo, qué espera del día, de los años
qué siente cuando la tratan como a una modelo,
empresaria, muerta, muerto
ese algo grande,
que pasó, y fue grande, grandioso
pero pasó
¿pensará en el amor? ¿Tendrá un amor?
Porque si lo tiene, entonces sí:
¿qué pensará cada mañana Gabriela Sabatini?

Digo, siento
que nos parecemos, y es una locura
pensar que hay algo de ella en mí,
ella la tan linda mujer de talento con dientes blancos,
dulzura, carisma, éxito, secretaria,
bueno, puedo tener secretaria pero
me rompería bastante las pelotas
que se metan en mi vida
y no puedo evitar
este largo ponerme triste cuando pienso en ella
porque por alguna razón, aunque sea una razón encarnada,
creo que nos parecemos
y yo soy tan visceralmente triste,
sola
metida para adentro

fue justo anoche,
soñé que Gabriela Sabatini me regalaba unas pastillas Halls,
y al despertar era su cumpleaños,
podría no ser
otoño y que hubiera una desconocida
hablando por un juguete
hecho de latas e hilo choricero,
podría no ser

pero gracias a Dios y a todos los santos,
entreverados hasta el tuétano,
Gabriela Sabatini nace otra vez.

(Alazán Tostado, antes muerto que cansado)
***
¿Qué fuimos a ver, Simón…?

¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
Evangelio de San Mateo

¿Qué fuimos a ver, Simón, al otro lado del océano,
al otro lado de las nubes, arriba y debajo,
sino hombres que nos esperaban tranquilos
deteniéndonos con el esfuerzo mínimo que requiere
tensar un hilo de globo, patear hormigas,
levantar un insecto entre los dedos
y dejarlo caminar mientras la mano gira
brindando un nuevo horizonte tan efímero y cercano
como una cinta cerrada en sus dos puntas,
cinta de Moebius.
¿Fuimos, Simón,
adultos analfabetos de la gracia que no entendían nada,
nada de nada, los arrebatos de sí mismos?

Los reyes de los barrios marginales,
el kapanga de Villa Dálmine, el barrabrava de Boca
y los negros murgueros
cayeron detenidos por las manos predicadoras,
impotencia funcional de rodillas, tétrada de Celso.

Luego volviendo al sitio de origen
de su emperramiento e ignorancia, llenos de excusas,
contando lo poco que faltó, lo injusto,
hicieron alarde de un golpe fuerte, porque así somos, Simón,
gente que desborda fuerza, y es tan bruta
que no comprende siquiera el fracaso.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char