lunes, 13 de mayo de 2013

Fragmentos de un arco iris roto

Tomada de comerbeberamar.blogspot.com

TENNESSE WILLIAMS

Thomas Lanier Williams
(Columbus, EE. UU., 1911-Nueva York, 1983) 

El zoo de cristal
(Fragmentos)
(…)
Tom entra de la callejuela de la izquierda (o de la derecha, si se omite la de la izquierda). Viste indumentaria de marinero de la marina mercante y va despaciosamente por el frente del escenario hacia la escalera de emergencia. (Tom puede inclinarse contra el enrejado de la escalera cuando enciende el cigarrillo.) Allí, se detiene y enciende un cigarrillo. Le habla al público.
TOM: Tengo trucos en el bolsillo —y cosas bajo la manga— pero soy todo lo contrario del prestidigitador común. Éste, les brinda a ustedes una linda ilusión con las apariencias de la verdad. Yo, les doy la verdad con las gratas apariencias de la ilusión. Los llevo a una callejuela de Saint Louis. La época en que transcurre la acción es el lejano período en que la enorme clase media de los Estados Unidos se matriculaba en una escuela para ciegos. Sus ojos les fallaban, o ellos fallaban a sus ojos, y por eso se les oprimía enérgicamente los dedos sobre el feroz alfabeto Braille de una economía en desintegración. En España, había revolución. Aquí, sólo había gritos y confusión y  conflictos obreros, a veces violentos, en ciudades por lo demás pacíficas como Cleveland… Chicago… Detroit… Ésa es la atmósfera social en que se desarrolla la acción de esta comedia. Esta comedia son los recuerdos. (Se oye música.) Como es una comedia de recuerdos, hay poca luz, es sentimental, no es realista. En la memoria, todo parece acontecer con música. Ello explica el violín que se oye, entre bastidores. Yo soy el narrador de la comedia y también uno de sus personajes. Los otros son mi madre Amanda, mi hermana Laura y un candidato matrimonial que aparece en las escenas finales. Este es el personaje más realista de la pieza, por ser el emisario de un mundo del cual, en cierto modo, estábamos separados. Pero como tengo la debilidad de un poeta por los símbolos, uso a este personaje como el demorado pero siempre esperado algo por el cual vivimos. Hay un quinto personaje que sólo aparece en una fotografía colgada de la pared. Cuando vean la imagen de este sonriente caballero, sírvanse recordar que es nuestro padre, que nos abandonó hace mucho tiempo. Era un telefonista que se enamoró de la larga distancia: de modo que renunció a su empleo en la compañía telefónica y huyó de la ciudad… La última noticia que tuvimos de él fue una postal de la costa mexicana del Pacífico, con un mensaje de dos palabras:
«¡Hola, adiós!», y sin dirección. Creo que el resto de la comedia se explicará por sí mismo. (Se encienden las luces en el comedor.) (Tom sale por la derecha. Hace mutis por el primer término, se quita su abrigo de marinero y su ajustado gorro tejido y se queda junto a la puerta de la derecha del comedor, esperando el momento de entrar en escena. Se oye la voz de Amanda a través de los cortinajes, esto es, de las cortinas de gasa que separan al comedor de la sala.  Amanda y Laura están sentadas junto a una mesa-libro. Amanda ocupa la silla del centro y Laura la de la izquierda. El acto de comer se indica con gestos, sin viandas ni utensilios. Amanda está de frente al público. El interior del comedor, se ha iluminado suavemente y a través de las cortinas de gasa, vemos a Amanda y a Laura sentadas a la mesa en la zona del foro.)

AMANDA: ¿Sabes una cosa, Laura? El domingo pasado, me sucedió algo graciosísimo en la iglesia. El recinto estaba atestado y sólo quedaba libre uno de los primeros bancos y allí se veía apenas a una mujercita. Le sonreí muy dulcemente y le dije: Perdóneme usted… ¿Tendría inconveniente en que yo compartiera este banco? «Sí —me dijo—. Este espacio está alquilado.» ¿Sabes que es la primera vez que oigo decir que el Señor alquila espacio? (Las cortinas de gasa del comedor se descorren automáticamente.) ¡Esos episcopales del Norte! Comprendo a los del Sur, pero a los del Norte, no. (Tom entra en el comedor por la derecha, se desliza hacia la mesa y se sienta a la derecha.) Querido, no empujes la comida con los dedos. Si es forzoso que la empujes con algo, usa una corteza de pan. Debes masticar lo que comes. Los animales tienen en el estómago secreciones que les permiten digerir su comida sin masticarla, pero los seres humanos, antes de tragarla, deben masticarla y masticarla. Oh, come sin prisa. Come sin prisa. Una comida bien preparada tiene muchos sabores delicados que conviene retener en la boca para apreciarlos, y no limitarse a engullirlos. ¡Oh, mastica, mastica, mastica! (A esta altura, la cortina de gasa —si el director decide usarla—, la que sugiere la pared externa, se levanta y no vuelve a bajar hasta el fin de la comedia.) ¿No quieres darles oportunidad de funcionar a tus glándulas salivales?

TOM: Mamá, no he disfrutado de un solo bocado de la cena a causa de tus constantes instrucciones sobre la manera de comerla. Eres tú quien me obliga a comer precipitadamente, con tu atención de gavilán sobre todos mis bocados. Resulta repulsiva… toda esa disertación sobre la secreción de los animales… las glándulas salivales… ¡la masticación!
 ***
Final de la escena cuarta del acto primero:

AMANDA: 
¿Cómo te atreves a arriesgar tu empleo?¿A arriesgar nuestra seguridad? ¿Cómo crees que podemos componérnoslas para…? (Se sienta en la butaca.)
TOM: 
Oye, mamá. ¿Crees que estoy loco por la zapatería? ¿Crees que estoy enamorado de la Continental Shoemakers? ¿Crees que quiero pasarme cincuenta y cinco años de mi vida ahí, en ese interior de celotex… con… tubos fluorescentes? ¡Palabra de honor que preferiría tomar una pistola y saltarme los sesos… antes que volver por las mañanas!¡Pero voy!¡Claro, cada día entras gritando ese maldito!:<<¡Levántate y lúcete! ¡Levántate y lúcete!>> ¡Pienso en cuán dichosos son los muertos! Pero me levanto (Se levanta del sofá-cama.) ¡Voy! ¡Por sesenta y cinco dólares mensuales, renuncio a todo lo que sueño con hacer y ser siempre! Y dices que sólo pienso en eso. ¡Oh, Dios mío! Pero, mamá… Si sólo pensara en mí mismo, estaría donde está él… ¡Me habría marchado! (Va a tomar el abrigo, colgado sobre el respaldo de la butaca.) ¡Me habría ido todo lo lejos que me lo permitiera el sistema de transportes! (Amanda se levanta, se le acerca y lo aferra del brazo.) ¡Por favor, no me agarres, mamá!
AMANDA (siguiéndolo): 
No te agarro. Quiero saber adónde vas ahora.
TOM (toma el abrigo y se dirige hacia la puerta de la derecha): 
¡Voy al cine!
AMANDA: 
¡No te creo en esa mentira!
TOM (va hacia Amanda): 
¿No? Pues bien: tienes razón. Por una vez en tu vida, tienes razón. No voy al cine. ¡Voy a los fumaderos de opio! Sí, mamá, a los fumaderos de opio, guaridas del vicio y refugio de los criminales. He ingresado en la banda de Hogan. Soy un asesino asalariado. ¡Llevo una pistola ametralladora en un estuche de violín! ¡Poseo una cadena de burdeles en el valle! ¡Me llaman el Asesino, el Asesino Wingfield! En realidad, llevo una doble vida. De día, soy un sencillo y honrado dependiente de zapatería, pero de noche soy un dinámico zar del hampa. ¡Voy a los garitos y derrocho allí una fortuna en la ruleta! Tengo un parche sobre un ojo y un bigote postizo: a veces patillas verdes. En esas ocasiones, me llaman… ¡El Diablo! ¡Oh, podría decirte cosas que te desvelarían! ¡Mis enemigos proyectan dinamitar alguna noche esta vivienda! Y entonces, nos harán volar hasta los cielos. ¡Y cómo me alegraré! ¡Qué feliz me sentiré! Y tú también. Tú volarás muy arriba… cada vez más arriba… ¡por sobre Blue Mountain, cabalgando en una escoba! Con diecisiete candidatos. ¡Vieja bruja charlatana!
***
Monólogo Final

Tom: “Yo no fui a la luna. Fui mucho más lejos. Porque el tiempo es la distancia más larga entre dos lugares…Me marché de Saint Louis. Bajé por última vez esos peldaños de la escalera de emergencia y seguí, desde entonces, los pasos de mi padre, tratando de hallar en el movimiento lo perdido en el espacio…Viajé mucho por todas partes. Las ciudades pasaban rápidamente ante mí como hojas secas, de brillantes colores pero arrancadas de la rama. Me habría detenido, pero algo me perseguía. Aquello acudía siempre de improviso tomándome de sorpresa. Quizá fuese un pasaje musical familiar. Quizá solo un fragmento de transparente cristal…Quizá me esté paseando por una calle de noche, en alguna ciudad extraña, antes de haber encontrado compañeros y pase junto a la ventana iluminada de una perfumería. La ventana está llena de piezas de cristal de color, de frasquitos transparentes de delicados tonos, que parecen fragmentos de un arco iris roto. Entonces, repentinamente, mi hermana me toca el hombro. Me vuelvo y miro sus ojos… ¡Oh Laura, Laura!… ¡Traté de dejarte atrás, pero soy más fiel de lo que pensaba ser! Tiendo la mano hacia un cigarrillo, cruzo la calle, entro corriendo en un cine o un bar. Pido una copa, hablo con el desconocido más próximo-¡cualquier cosa capaz de apagar tus velas!-¡porque hoy el mundo está iluminado por el relámpago! Apaga de un soplo tus velas, Laura. Y ahí termina mi memoria y comienza vuestra imaginación. ¡De modo que Adiós!…”

de El zoo de cristal
Tennessee Williams
Losada, Buenos Aires, 2006

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char