viernes, 5 de julio de 2013

Mientras las rojas brasas se deshacen en gris...

Tomada de www.teara.govt.nz

KATHERINE MANSFIELD
(Nueva Zelanda, 1888-Francia, 1923) 

Por qué el amor es ciego

El pequeño Cupido, cansado de los días de invierno
Lloraba lamentándose por el cielo triste
Hasta que, ¡niño tonto! Lloró todos sus ojos;
Y crecieron las violetas.

Versión de Agustina Jojärt
***
SOLEDAD

Ahora es la Soledad quien viene de noche
En vez de Sueño, a sentarse junto a mi cama.
Como una niña cansada espero oír sus pasos,
Y la miro mientras sopla la vela suavemente.
Se sienta sin moverse, ni a izquierda ni a derecha
Gira, y rendida, deja caer la cabeza.
También ella es vieja; también ella ha peleado la pelea.
Así, con laureles está adornada.

A través de la triste sombra la marea que baja lenta
Surca una costa estéril, insatisfecha.
Sopla un viento extraño… después silencio. Estoy lista
Para aceptar la Soledad, tomarle la mano,
Aferrarme a ella, esperando, hasta que la tierra estéril
Se llene con el terrible monótono de la lluvia.
***
FUEGO DEL INVIERNO

Invierno afuera, pero en el cuarto cortinado
Sonrojada hasta la belleza por el fuego que flamea
Aislada de la fealdad de la calle por postigos y persianas
Una mujer está sentada –las manos rodeando las rodillas
Inclinada hacia adelante...
Sobre su pelo suelto
La luz del fuego teje una trama de oro brillante
Quema su boca pálido con apasionados besos
Envuelve su cuerpo cansado en caliente abrazo...
Apoyadas contra el guardafuego sus botas empapadas
Humean, y colgadas de la cama de hierro
Su chaqueta y su falda –su sombrero marchito y desastrado.
Pero ella es feliz. Acurrucada junto al fuego
Todos los recuerdos del día gris y penumbroso
Se reducen a nada, y ella olvida
Que afuera en la calle la lluvia que cae
Embarra la vereda hasta un grasoso pardo.
Que en la mañana debe empezar de nuevo
Y otra vez buscar lo que no vendrá –
No siente esa desesperación insana
Que se filtra en sus huesos durante el día.
En sus grandes ojos –Cristo querido– la luz de los sueños
Se demoró y brilló. Y ella, otra vez una niña,
Vio imágenes en el fuego. Aquellos otros días
La casa amplia, los cuartos frescos dulcemente perfumados
Los retratos en las paredes, y cuencos chinos
Llenos de 'pot pourri'. En su mecedora
El almohadón bordado con su nombre –
Vio otra vez su dormitorio, muy desnudo
La colcha azul trabajada con margaritas blancas y doradas
Donde dormía, sin sueños...
... Abriendo la ventana, desde el jardín recién segado
El aroma fragante, fragante del pasto perfumado
Las lilas lanzando en el aire brillante
Sus penachos de púrpura el saúco
Sus capullos como manos pálidas entre las hojas
Temblando y oscilando. Y, Oh, el sol
Que con su beso vuelve a darle calor y vida
Así que es joven, y extiende los brazos...
La mujer, acurrucada junto al fuego, se mueve inquieta
Suspira un poco, como una niña con sueño
Mientras las rojas brasas se deshacen en gris...
De pronto, de la calle, una explosión de sonido,
Un organillo, giró y chirrió & resolló
La ebria, el hipo bestial de Londres.

Tomados de Té de Manzanilla & otros poemas. Katherine Mansfield.
Selección, traducción y prólogo de Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich. Bajo la luna, 2006
***
Cuando fui un pájaro

Me trepé al árbol de karaka
y llegué hasta un nido hecho todo de hojas
pero suaves como plumas.
Inventé una canción que siguió cantándose sola
y sin palabras, aunque se volvía triste al final.
Había margaritas en el pasto bajo el árbol.
Les dije, para ponerlas a prueba:
"Les sacaré las cabezas de un mordisco para darles
de comer a mis hijitos".
Pero no creyeron que yo fuera un pájaro;
y siguieron bien abiertas.
El cielo parecía un nido azul con plumas blancas
y el sol era la madre pájaro que lo mantenía tibio.
Eso decía mi canción: aun sin palabras.
Mi Hermanito llegó por el campo empujando su carretilla.
Convertí mi vestido en alas y me quedé muy quieta.
Y cuando estuvo cerca dije: "Pío, pío!"
por un momento pareció sorprendido;
luego dijo: "Bah, no sos un pájaro; se te ven
las piernas".
Pero las margaritas realmente no importaban,
Y mi Hermanito realmente no importaba;
Yo me sentía igual a un pájaro.

Versión: Cristina Negri

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char