martes, 28 de enero de 2014

La brisa, aliento de Dios, se aquieta

EDGAR ALLAN POE
(Boston, EE.UU., 1809-Baltimore, id., 1849)



ESPÍRITUS DE LOS MUERTOS

I

Tu alma se encontrará sola entre las cosas,
Entre oscuros pensamientos de fúnebres losas...
De todo el gentío, nadie en verdad
Invadirá tu hora de intimidad.

II

No rompas el silencio de esa quietud
Que no es exactamente soledad...
Los espíritus de los muertos que en vida
Conociste, ahora, en la muerte, volverán
A rodearte, y su deseo por completo
Te eclipsará: manténte quieto.

III

En la noche prístina pero severa
Las estrellas, desde su celeste esfera,
No irradiarán hacia estos arrabales
Su luz de esperanza a los mortales...
En cambio, sus órbitas rojizas
Serán como una opaca y enfermiza
Quemazón, una fiebre inclemente
Que azotará tu fatiga eternamente.

IV

Ahora habrá ideas que ya no ahuyentarás
Y visiones que nunca desvanecerse verás...
Ya no pasarán por tu espíritu postrado
Como gotas de rocío por un prado.

V

La brisa, aliento de Dios, se aquieta
Y la bruma que cubre la silueta
De la colina, sombría pero intacta,
Es un símbolo y una señal exacta...
Como flota los árboles frondosos:
¡He ahí un misterio prodigioso!

Versión s/d

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char