sábado, 12 de julio de 2014

Yo la gran ensimismada

UNICA ZÜRN
Tomada de offuscatio.wordpress.com

(Berlín, Alemania, 1916-París, Francia, 1970)

La posibilidad de amar siempre y con la misma intensidad sólo la tiene el que ama sin esperanza.

Él es muy serio. Toma papel y lápiz y le escribe su primera carta de amor.
“Te quiero. Eternamente tuyo, Eckbert”.
A él esta carta le parece larguísima y atrevida. Cuando piensa en todas las cosas indecibles que le gustaría escribirle y que ella tiene que sospechar, si es que también le quiere, ésta es una carta que uno tarda horas en leer.
*
El que tema a la muerte, que no juegue a este juego. El que tema a la vida, que no juegue a este juego. El deseo de morir y la alegría de vivir se entremezclan de un modo horrible a los ojos de los enamorados sin futuro.

De Primavera sombría. Ed Siruela, 2005.
Traducción de Ana María de la Fuente
**
I
Todo esto ya existió,
otros hablaron de ello.
Tú te acuestas con tu cuerpo
incendiado y fangoso,
esquivas el calambre
la mancha
los hilos encontrados,
mientras alguien muy cerca te engulle
cuida de ti
te cría
en el vacío,
mientras alguien dice a tu madre
cuál es tu verdadero nombre.
Lo que había ahí también era la vida,
otro de sus cantos remedados,
lo que había ahí en el ciclo del hierro
en la forja:
tu pulpa en manos del verdugo,
apenas un arco
entre lo material
y la hipótesis.
Qué sucedería si el deseo fuera cierto
y fecundo,
qué sucedería si tu boca fuera tragada por la suya,
se cerraría entonces
el colapso impar y roto del miedo
la extrañeza de quien ama solo
a los aparecidos.

II
sombra sombra sombra
placa entre placas
desnivel
de mi hueso en la tierra
chirrido de las aves
santidad del verbo y de la pústula
santidad de las lenguas que se esconden
en mi lengua
yo que he guiado mis pasos
hacia el eje
yo
la escogida
a quien han hablado los cristales y las hojas
yo
la gran ensimismada
la que surca la materia espiral de un pensamiento
la que unge los espejos de rasguños
la que vivió una vida más alta
y murió una muerte más pura.
**

Hoy arrebato, desgarro,
quiero arrojarme grotescamente sobre el asfalto del carril más concurrido,
quiero ser la personificación de lo soez,
voy a esperar muy pacientemente a los 200 kilómetros partidos de horas que me faltan para que me destrocen las tripas y me abandonen sobre la cuneta,
voy a pintarme la raya del ojo con las ascuas que desprenda el neumático sobre la línea de fuga
para que no se note que he llorado ojeras de insomnio.
Hoy quiero bailar desnuda a la vida la melodía de las notas funerarias,
quiero oler la muerte en mis poros chamuscados,
quiero contemplar la danza sinusoidal del humo que desprende mi cuerpo
y ver como es escupido por la chimenea del crematorio desde la tumba sin nombre más cercana;
o que la soledad me coja del muñón que me quede por mano y me presente a los gusanos de seda que confeccionen mis sábanas de tierra.
Quiero ser raíz y árbol.
Y del registro civil de defunción quiero tomarme la licencia
de odiar a todo aquel que acuda a mi nacimiento.
**

¡Qué suerte estar antes del principio! Nada puede pasarnos porque no podemos chocar con nosotros mismos. Cuando la abandonan un millón de glóbulos rojos, cuando su cuerpo se cubre de innumerables manchas rojas de alegría, escribe en el manuscrito de una anémica: "Alguien me recorre en un viaje a través de mi ser. Desde esta perspectiva, se cierra el círculo. Él me recorre por dentro y me rodea desde afuera -ésta es mi nueva situación-. Y me gusta.
(...)
Cielo azul de mediodía en primavera, ¿cuántas veces te has oscurecido de pronto, cuando llega el vahído, la súbita desintegración de lo que uno llama su seguridad? Por lo menos una vez y me estremezco al pensarlo. Yo he visto con espantosa nitidez esta repentina negrura. Y es que no todo el que es aniquilado mira al cielo.

De El hombre jazmín (Madrid, Siruela, 2004).
Traducción: Ana María de la Fuente.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char