lunes, 1 de mayo de 2017

Un libro, no visible, iba escribiéndose

Andrés Sánchez Robayna 

(Santa Brígida, Gran Canaria, España, 1952)

EL VASO DE AGUA
 A Ramón Xirau

El vaso no es una medida. El vaso en pleno mediodía, el vaso es de un cristal ligero, muy delgado, delicadeza medida, estancia bajo el sol. El vaso de agua es un ensayo de quietud.
El sol bebe con un sorbo invisible. El sol sin uñas, quieto y rasgado.
El vaso está en reposo bajo el sol, y bajo la mirada, erguido y soleado. El vaso es la mirada. El vaso quieto bajo el sol rasgado.
Todo sucede en una ausencia. El vaso de agua estaba. Pero puedo dejar de pensar en lo que miro o escucho. Puedo dejar de decir lo que me miro o escucho. Solo existe la verja de hierro recorrida por flores perezosas, al aire quito, la terraza a esta hora crecida y plena.
El sol confluye aquí y allá, y presencia y ausencia son formas giratorias. En la terraza del sol quieto y vacío una hoja dibuja su sombra y esta le devuelve su presencia, y la luz entra y sale del vaso de agua abatido por sombras dispersas, y el sol busca pulsar cada cosa, y todo le devuelve su ser -y cuando se detiene sobre el vaso, luz recta y presencia obediente- el vaso no echa sombra alguna sobre la mesa de la terraza de quietud.
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"En el curso notable de los días..."
XXXV

En el curso notable de los días
un lenguaje de sílabas secretas
se formaba, una trama, una red negra.
Un libro, no visible, iba escribiéndose.
El niño que trazó en la piedra un nombre
y recorrió los médanos solares,
el muchacho que vio el inmenso cerco
de la luna de abril sobre los prados,
el que inventó en la luz la llama viva
y la vio en la mañana diamantina,
sabrá también del mal, del hosco viento
de destrucción, de muerte. Verá arder
el tiempo en el crepúsculo espacioso
de una ciudad al norte, escuchará
una canción de póstuma belleza,
viajará hasta las aguas estuosas[1],
y llorará, verá caer un pétalo
en la mañana oscura. En las arenas
verá su rastro. Y mirará las nubes.

Verá formarse el libro, tras la duna.

[1] Ardientes, encendidas. 

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char