jueves, 22 de junio de 2017

Arabesco del cero

Beatriz Vignoli

(Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, 1965) 



Cero

Le dijo al matemático paranoico
su tercera alucinación: "da cero".
Era el nombre del número perfecto,
el despejarse de todo signo superfluo,
la ausencia de todo melodrama, el fin
de todo desequilibrio, la cesación
de toda misericordia y toda deuda:
la magnitud ausente, la libertad
del ser respecto del ente,
el aquietarse de la balanza,
el cero.
Ser
cero.
Nada que contar;
salvar los gastos.
Salir derecho,
subir lo que se baja.
Habitar la frontera.
Justo en el borde, pero
no marginal: ni adentro
ni afuera.
Arabesco del cero.
No ser ya más quien pierde
ni quien gana.
No estorbar ‑se nos pide‑
la caída en el tiempo,
el tráfico de las cosas.
¿O qué credibilidad puede tener
esta alucinación: el nombre propio?
¿Qué valor asignar
al puro esfuerzo humano
si el valor es el ser,
el cero,
esa boquita abierta en medio de la serie
y que los romanos ignoraron
tan olímpicamente, la boquita redonda
del esclavo,
ese ano,
el cero?
Y ‑para ahorrar‑ morimos.
Horror de Dios,
que sobra.
**
Árbol solo
a Manuel Musto

Pero ah ese mosh virtual
de llamar a todos tus amigos
zambulléndote en un océano de voces,
adivinando en ellas cada cuerpo,
la tibieza de cada cuerpo en la voz
y decirles que hay trazos como árboles,
árboles como trazos y que la música
se parece al fin a todo.
O ese riff visible del ramaje
‑un alma en las líneas del aire‑
o decirles de aquel idioma extranjero
al que trataste con la misma desapegada
dulzura que a un amante
pero no decirles esto último
y no lograr jamás lavarte del todo
de las explanadas de cemento, las horas
de guardia, la espera de la muerte;
y en el cuadro hay sólo un árbol solo,
un chico y una chica lo contemplan
escuchando a Meat Puppets,
la música y el trazo forman una
misma corteza áspera
y el pintor desde algún lugar del tiempo
‑un pintor muerto, pero nunca se sabe‑
es al fin comprendido,
es amado
y se salva.

De Árbol solo (Iván Rosado, 2017).  




No hay comentarios:

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char