domingo, 4 de junio de 2017

Yo amo a mi mamá... mamá me ama

 Matilde Alba Swann

(Matilde Kirilovsky) (Buenos Aires, 1912-2000)


Descifrarme
Me sacudo de horas y lugares; aquietada
me hundo, llego al fondo,
bosques líquidos, peces asustados.
Quiero saber qué traigo escrito adentro,
la palabra en la sangre, la condena
taladrada en el hueso,
la implacable
mordedura prendida en la neurona.
Esa caverna que todavía habito
y esos hombres
cubiertos de pelambre.
Laberintos, uno dentro del otro,
sin embargo,
en la memoria del latido, algo
salva malezas, libra de la asfixia,
ilumina derrotas y naufragios,
triunfa de todos los goliats
y emerge
desde el candor dormido y balbucea.
Alguien de mí, yo misma, desde el hondo
misterioso subsuelo de mi carne,
me ilumina y me hiere de señales.
Siento un bosque de copas derrumbadas,
una canción distante que evapora,
y un osario de nidos sin amparo,
Una manzana muerta a picotazos,
el redondel quemado a cigarrillo,
un sol sin rostro, solamente rayos,
y niñitos tomados de la mano,
con sus piernas torcidas, con su ombligo
sosteniendo una comba triste en hambre.
Miro en torno, de nuevo estoy ausente,
de nuevo tengo miedo de asustarme,
escribo un corazón en todas partes,
bajo lluvia de azahares, bebo cielo.
Me crecen hijos de todas mis aristas,
en ellos crezco, mientras van sembrando.
Sola en el tiempo, el bosque es tan espeso,
van cayendo mis hojas una a una,
tantas lobos detrás de los crujidos,
mi corteza sangrada en arañazos.
Un cazador acecha... está nevando.
Mi dedo tenso en el gatillo grita
por la boca de un fusil de espanto.
Quiero dormirme, mas llevar conmigo,
lo que tuve y no tengo.
Ser el amor de quienes me quisieron.
Borroneada, tachada, magullada,
toda estallada y muda
me refugio,
sumergida en mí misma, toco fondo,
y una página blanca me descifra.
Papá... mamá...
yo amo a mi mamá... mamá me ama.
**
Pobreza a los diez años

Toda mi angustia tuvo la forma de un zapato.
de un zapatito roto, opaco, desclavado.
El patio de la escuela... Apenas tercer grado...
Qué largo fue el recreo, el más largo el año.
Yo sentía vergüenza de mostrar mi pobreza.
Hubiera preferido tener rotas las piernas
y entero mi calzado. Y allí contra una puerta
recostada, mirando, me invadía el cansancio
de ver cómo corrían los otros por el patio.
Zapatos con cordones, zapatos con tirillas,
todos zapatos sanos. Me sentía en pecado
vencida y diminuta, mi corazón sangrando...
Si supieran los hombres cuánto a los diez años
puede sufrir un niño por no tener zapatos...
Que anticipo de angustia. Todavía perdura
doliéndome el pasado. El patio de la escuela
y aquel recreo largo...
Mi piecesito trémulo, miedoso, acurrucado.
Mi infancia entristecida, mi mundo derrumbado.
Un pájaro sin alas, tendido al pie de un árbol.
La pobreza no tiene perdón a los diez años.
**
Crónica de mí misma

Y querer merecerme; de veras merecerme. 
Revisar mis dispersas escrituras, 
mi palabra, revisarme el sollozo, 
la garganta, 
auscultarme el latido, desollarme, 
revisarme las venas, las arterias. 
todo el complejo existencial 
que asumo.
Revisar mi conducta, mis proyectos, 
lo soñado, ensoñado, 
lo vivido, 
conformarme de nuevo, aun no inscripta, 
sin visión, sin recuerdo, sin mentiras, 
sin verdades ocultas, temerosas, 
sin impulsos, 
sin deserción, sin este yo 
impreciso.

Revisarme hasta el fondo, descifrarme, 
prenderme, saberme, perdonarme, 
tanto pude y no hice, 
tanto hice febril
a manotazos, 
en apremio suicida, lograr algo, dejar
algo, quedarme allí incrustada, 
en la trama inicial, impenetrable, 
indestructible, quedar, estar, 
ser siempre, 
y vencer de la muerte, 
y de la vida.

Permanecer y ser, por solo acto 
de injerencia en un sino 
de criatura.

Despedacé mi carne, carne mía, fatigada 
de esfuerzo y sinsabores, me derramé, me di, 
me hice guiñapo; al costado de holgura, 
fui miseria.
Quise tanto y a tantos, y la tierra, 
ese soplo de polvo que me aguarda, 
y mi aventura batalladora hecha 
de timidez, de inermidad
y miedo.
Estos árboles rudos que me vencen 
la mirada, cada vez menos útil, y esta noche
que circunda mis noches y me azuza y me manda 
no dormir, y pensar, y sentir frío, 
y volver al dolor que hice a un costado. 
Yo debo revisarme desde el antes, 
descubrir el motivo, causa, impulso, la razón, 
el por qué, y el hacia adónde, y el por qué 
del por qué de la pregunta.
Ascender la montaña hacia la cima, 
y mirarme, un abismo, 
en el abismo, y elevarme al azul 
por propio esfuerzo apoyándome en mí, 
envolviéndome en mí, 
desde mí misma, 
tirar de mí hacia arriba; tocar siquiera 
una sola estrella, una sola, o su fulgor 
siquiera, o siquiera seguirla 
desnudando
mi vergüenza a su luz. Esta corteza, 
que resquebraja
cada vez que pienso, 
y estas raíces que me petrifican
bajo la inercia de un planeta 
muerto.
Quiero salir maleza a herir caminos, 
y punzarme de heridas, ser, de pronto, 
este mundo y un próximo intuido, 
y recordar, de pronto, un otro antiguo 
mundo en seres golpeados que lloraron 
mucho antes de mí, y que derramaron 
en mi llanto de hoy, su sal y acíbar.

Ser el ánfora quieta de una ignota,
milenaria mansión
sin nada dentro, 
y esperando.

Un océano en peces y vitrales, y en suicidas 
y barcos milenarios; ser la orilla, el camino 
sobre el agua, ser la brújula, el sol rojo 
de noche y el marinero que perdió la novia, 
la llegada y el puerto, abigarradas 
multitudes ruidosas, 
y en mí, nadie.

Asomarme a la ardiente boca ígnea 
de un volcán que despierta en el incendio, 
y saber que soy fuego y quemadura, 
que la lava soy yo, 
descascarando;
desnudada, sentirme leña al rojo, derramado 
mineral, 
embistiendo la ladera, burbujeante y hervida.

Merecerme, de veras merecerme; 
en cuclillas orar, sin darme cuenta, 
porque quiera la entraña de mi madre, 
exhalarme a la luz, y ser pequeña, 
respirar, prometer, ser la esperanza 
para alguien, sin nada más que el hilo, 
que amenaza romper de una esperanza.

Merecerme de veras; ya retorno 
del altar y del lodo, del sollozo, 
del gemido y del canto, de mi propio 
funeral, y me escucho como corro 
anhelante y jadeante
a mi bautismo.


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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char