sábado, 18 de noviembre de 2017

Los cerdos no leen en la mesa, querida

DYLAN THOMAS 

(Swansea, Gales, 1914-Nueva York, EE.UU., 1953) 

EN MI OFICIO U HOSCO ARTE 

En mi oficio u hosco arte
ejercido en la noche en calma
cuando sólo rabia la luna
y los amantes descansan
con sus penas en los brazos,
trabajo a la luz cantora
no por ambición ni pan
lucimiento o simpatías
en los escenarios de marfil
sino por el común salario
de su recóndito corazón.
No para los soberbios aparte
de la rabiosa luna escribo
en estas páginas rociadas
por las espumas del mar
ni para los encumbrados
muertos con sus ruiseñores y salmos
sino para los amantes, sus brazos
abarcando las penas de los siglos,
que no elogian ni pagan ni
hacen caso de mi oficio o arte.

Traducción de Esteban Pujols
**
Negativa a lamentar la muerte por fuego de una niña en Londres

Nunca antes de que el hombre creara
pájaro bestia y flor
y toda la humillante oscuridad
diga silenciosa la manifestación de la última luz naciente
y la hora quieta
llegue desde el mar cabalgando en su montura,

y yo deba entrar nuevamente en la circular
Zion de la gota de agua
y en la sinagoga de la espiga de maíz
he de dejar un rezo a la sombra de un sonido
o sembraré mi grano de sal
en el más recóndito valle de arpillera antes que lamentar

la majestad y la inflamada muerte de la niña.
No mataré
su humana partida con una grave verdad
ni blasfemaré sobre las estaciones del aliento
con una postrera
elegía de inocencia y juventud.

En la profundidad, junto a los primeros muertos, yace la hija de Londres
vestida por los viejos amigos,
los granos sin edad, las oscuras venas de su madre,
oculta bajo el agua sin duelo
del cabalgante Támesis.
Después de la primera muerte, no hay otra.

Versión de Silvia Camerotto
***
Correspondencia
a Ruth Wynn Owen
 “¿En qué consiste una buena carta en realidad? ¿Dejar ahí un poquito de uno mismo para que lo lea otra persona que lo desea? ¿Ser […] tan natural que hasta las propias palabras se sonrojen?”
**
"Estoy profundamente  en desacuerdo con el credo surrealista. No me importa de donde las imágenes de un poema son traídas: puedes traerlas, si así lo deseas, del mar más profundo de tu recóndito ser, pero antes de que lleguen al papel, ellas deben pasar por todo el proceso racional del intelecto.” Dylan Thomas
**
El bosque lácteo
(Fragmento)

(…)

———-VOZ PRIMERA En la intimidad del comedor oscuro de la Casa del Colegio, lleno de polvo y resonante como un comedor en una cripta, el señor y la señora Pugh están callados ante un pastel de carne fría y gris. El señor Pugh lee, mientras se mete para dentro la carne amortajada, las Vidas de los Grandes Envenenadores. Ha forrado el libro con papel de embalar. Furtivamente, mientras mastica concienzudamente, espía de reojo a la señora Pugh, la envenena con la mirada, luego continúa leyendo. Subraya ciertos pasajes y sonríe en secreto.

———-SEÑORA PUGH
Las personas educadas no leen en la mesa,

———-VOZ PRIMERA
dice la señora Pugh. Se traga una tableta digestiva tan grande como una píldora para caballos, haciéndola bajar con el agua turbia de la sopa de guisantes.

[Pausa]

———-SEÑORA PUGH
Algunas personas se educaron en las pocilgas.

———-SEÑOR PUGH
Los cerdos no leen en la mesa, querida.

———-VOZ PRIMERA
Amargamente saca el polvo a la vinagrera rajada. El polvo se posa sobre el pastel como una fina lluvia de mosquitos.

———-SEÑOR PUGH
Los cerdos no pueden leer, querida mía.

———-SEÑORA PUGH
Yo sé de uno que puede.

———-VOZ PRIMERA
Solo en el silbante laboratorio de sus deseos, el señor Pugh trasiega entre cubetas y botellas maléficas, camina de puntillas entre bosques de hierbas mortíferas, la agonía bailando en sus crisoles, y prepara especialmente para la señora Pugh una papilla venenosa desconocida para los toxicólogos que la escaldará y se deslizará como una víbora por el interior de su cuerpo hasta que las orejas le caigan como higos, se le inflen los dedos de los pies y se le vuelvan negros como los globos, y el vapor salga aullando por su ombligo.

———-SEÑOR PUGH
Tu eres la que lo sabes mejor, querida,

———-VOZ PRIMERA
dice el señor Pugh, y rápido como el rayo la sumerge en la sopa de rata.

———-SEÑORA PUGH
¿Qué es ese libro que tienes al lado del comedero, señor Pugh?

———-SEÑOR PUGH
Es una obra teológica, querida mía, Vidas de los Grandes Santos.

———-VOZ PRIMERA
La señora Pugh sonríe. Un carámbano se forma en el aire frío del comedor-cripta.

———-SEÑORA PUGH
Esta mañana te he visto hablando con una santa. Santa Polly Garter. Ayer por la noche fue mártir otra vez. La señora Organ Morgan la vio con el señor Waldo.

———-SEÑORA ORGAN MORGAN
Y cuando me vieron hicieron ver que buscaban nidos,

———-VOZ SEGUNDA
dice la señora Organ Morgan a su marido, con la boca llena de peces como la de un pelicano.

———-SEÑORA ORGAN MORGAN
Pero nadie va a buscar nidos con camiseta y calzoncillos largos, me dije a mi misma, como los que llevaba el señor Waldo, y con el vestido casi en la cabeza como lo llevaba  Polly Garter. Ah, no me enredaron, no.

———-VOZ SEGUNDA
Un buen trago de pájaro, y la pelaya ha desaparecido. Se lame los labios y vuelve a pinchar.

———-SEÑORA ORGAN MORGAN
Y cuando piensas en todas aquellas criaturas que tiene, todo lo que  puedo decir es que más le valdría dejar de buscar nidos, es todo lo que puedo decir, no es la mejor forma de pasar el rato para una mujer que no sabe decir que no ni a los enanos. ¿Te acuerdas de Bob Spit? No era más alto que un niño y le hizo dos. Pero dos criaturas encantadoras, de veras, Fred Spit y Arthur. A veces me gusta más Fred y a veces Arthur. ¿Cuál te gusta más a ti, Organ?

———-ORGAN MORGAN
Oh, Bach sin ninguna duda. Para mí, siempre Bach.

———-SEÑORA ORGAN MORGAN
Organ Morgan, no has escuchado ni una palabra de lo que he dicho. Contigo, siempre órgano órgano…

———-VOZ PRIMERA
Y estalla en llanto, y, en medio de su salado aullar, ensarta ágilmente un pequeño pez plano y se lo pelicanea entero.

———-ORGAN MORGAN
Y luego Palestrina,

———-VOZ SEGUNDA
dice Organ Morgan.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char