jueves, 22 de febrero de 2018

Aquí nadie se llama así

Gustavo Zappa 

(Buenos Aires, Argentina, 1962-2018)
In Memoriam

LA CIUDAD DE DIOS

Es un personaje como el que creó Wenders en Paris-Texas. Un caminante mudo con su idea fija bajo el sol del desierto. De alguien así sólo cabe pensar que anda tras la mujer de su vida o que, si es más osado, busca a Dios. Deambula durante años, tropieza con ciudades de todo tipo hasta que finalmente decide quedarse en una especialmente bella. Una ciudad angélica.
– Ésta es la ciudad de Dios, es hora de descansar- dice convencido.
Por supuesto, no debe pedir limosna ni golpear puertas como ha venido haciendo en cada pueblo porque enseguida una mujer caritativa lo invita a dormir y le da alimento. Ninguno de los dos dice una palabra, hasta que después de varios días él pregunta:
-Dónde vive Dios.
Ella lo mira sin entender.
-Aquí nadie se llama así.
-¿Pero saben que creó el universo y que vive en esta ciudad?
-Nosotros no sabemos-respondió la mujer-. Jamás se nos ocurrió saber nada de Dios.
Entonces el hombre sonríe y abraza a la mujer, porque en ese lugar termina su viaje.


De Una perfecta felicidad (Ediciones Simurg, 1998) 
 ** 
Gran amigo, entre otros, de Ricardo Maneiro, Hebe Uhart, quien me cuenta que Gustavo murió hace unos días de un cáncer más que horripilante. Cinéfilo, traductor, desgrabador, lector, tipiador, subtitulador de filmes, pero más que nada, un tipo de barrio. Como se decía antes: un muy buen tipo. Hipocondríaco, cariñoso, glotón, enamoradizo con y sin suerte. Yo lo llamaba "Oblomov"; mis hijos, "Unas líneas de fiebre" (y no se ofendía). Donde había asado, Gustavo llegaba contento como quien viene vaya a saber a qué.  

Chau. Irene

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char