miércoles, 14 de febrero de 2018

Calles con luz de patio

Jorge Luis Borges 
(Buenos Aires, 1899 - Ginebra, Suiza, 1986)
Tomada de montevideo.com.uy

Obligación no final de mi prólogo es no dejar en blanco esta observación. Los argentinos vivimos en la haragana seguridad de ser un gran país, de un país cuyo solo exceso territorial podría evidenciarnos, cuando no la prole de sus toros y la feracidad alimenticia de su llanura. Si la lluvia providencial y el gringo providencial no nos fallan, seremos la Villa Chicago de este planeta y aún su panadería. Los orientales, no. De ahí su claro que heroica voluntad de diferenciarse, su tesón de ser ellos, su alma buscadora y madrugadora. Si muchas veces, encima de buscadora fue encontradora, es ruin envidiarlos. El sol, por la mañanas, suele pasar por San Felipe de Montevideo antes que por aquí.

De su prólogo para la Antología moderna de la poesía uruguaya, 1900-1927, seleccionada por Ildefonso Pereda Valdés, El Ateneo, 1927
***
Montevideo

Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive. 
La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas. 
Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente. 
Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas. 
Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve. 
Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias. 
Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas. 
Ciudad que se oye como un verso. 
Calles con luz de patio.
***
Afterglow

Siempre es conmovedor el ocaso 
por indigente o charro que sea, 
pero más conmovedor todavía 
es aquel brillo desesperado y final 
que herrumbra la llanura 
cuando el sol último se ha hundido. 
Nos duele sostener esa luz tirante y distinta, 
esa alucinación que impone al espacio 
el unánime miedo de la sombra 
y que cesa de golpe 
cuando notamos su falsía, 
como cesan los sueños 
cuando sabemos que soñamos.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char