Tomada de laperiodicarevisiondominical |
Por DAMIÁN TABAROVSKY
(Buenos Aires, Argentina, 1967)
En sus Recuerdos, Alma Mahler compone una escena que bien puede pensarse como fundadora de una cierta tradición. Alojada junto a Gustav Mahler en el undécimo piso del Hotel Majestic de Nueva York durante el invierno de 1908, escribe: “Al oír un ruido confuso nos asomamos a la ventana y vimos una larga procesión por la ancha calle que bordea el Central Park: era un cortejo fúnebre de un bombero de cuya heroica muerte nos habíamos enterado por los periódicos (…) La procesión se detuvo y el maestro de ceremonias avanzó y pronunció una breve alocución. Desde la ventana del undécimo piso sólo podíamos conjeturar lo que decía. Hubo una breve pausa y luego un golpe de tambor enfundado seguido de un silencio de muerte. Luego la procesión siguió su camino y todo terminó. La escena nos arrancó lágrimas y miré ansiosamente hacia la ventana de Mahler: también él se había asomado por la ventana y por su rostro también corrían lágrimas. El breve golpe de tambor lo impresionó tan profundamente que lo usó en la Sinfonía 10”.
A mí se me hace que ese día comenzó el pop. En esa escena privada, casi íntima de Mahler, se atisban varios de los rasgos que luego van a distinguir a las vanguardias históricas y, a mediados del siglo XX, al pop: la inclusión de lo bajo en lo alto (el tambor callejero en la Décima Sinfonía), la centralidad de los medios masivos (se enteraron por los periódicos), la ciudad como escenario definitivo (el gran hotel, el undécimo piso), la ficción de la vida tocando al arte sin ninguna mediación intelectual (las lágrimas).
Quisiera repasar ahora otra escena en la que Mahler es nuevamente la figura central. Esta vez se trata de su encuentro con Freud, según lo relata Ernest Jones en su famosa biografía: “En el curso de la conversación con Freud, Mahler dijo repentinamente que ahora comprendía por qué su música nunca había podido alcanzar su más alto rango en los pasajes más nobles, los inspirados por las más profundas emociones, sino que quedaban frustrados por la intrusión de alguna melodía común. Su padre, al parecer un hombre brutal, trataba muy mal a su mujer y cuando Mahler era un muchacho hubo una escena especialmente penosa entre ellos. Fue tan intolerable para el muchacho que escapó de su casa. En ese momento un organillo tocaba en la calle una popular canción vienesa. En opinión de Mahler, la conjunción de la tragedia y la diversión ligera estuvo siempre desde entonces inexplicablemente fija en su mente, y un estado de ánimo lleva repentinamente a otro y viceversa.”
De este testimonio se puede extraer una pregunta: ¿el pop comenzó como un trauma? ¿Tiene el pop un contenido traumático? (el trauma de Mahler y su incapacidad para alcanzar su “alto rango” en los pasajes más nobles). En todo caso, podemos decir que la ruptura con la alta cultura tiene efectos traumatizantes, que en términos históricos significó la liberación de un conjunto de energías reprimidas. La crítica a la alta cultura está en sincronía con el surgimiento de las vanguardias históricas, y las neovanguardias como el pop. Pero la época de conflicto, de la competencia, entre el pop y la alta cultura parece haber terminado. El pop, el capitalismo de masas y la democracia formal acabaron con la alta cultura. Hoy es imposible encontrar lo bajo en lo alto, porque lo alto ya no tiene razón de ser. En segundo lugar, terminó porque el ciclo del pop parece también haber llegado a su fin. Ya estamos más allá del pop: vivimos bajo el triunfo universal de lo mediático, de los flujos informativos. Los medios de comunicación retomaron lo pop pero quitándole su radicalidad, su aspecto lúdico, su invitación a leer siempre en segundo grado. Encontrar lo sublime en lo trivial fue el mérito del pop. Pero ahora sólo parece haber lo trivial en lo trivial.
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Fuente: perfil.com
1 comentario:
Triste constatación... entonces, me pregunto ¿qué nos queda? ¿una rebelión individual, discreta, íntima?
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