THOMAS STEAMS ELIOT
(St. Louis, Missouri, EE.UU., 1888-Londres, Inglaterra, 1965)
De Cuatro cuartetos
EAST COKER
I
En un principio está mi fin. Las casas
se suceden: se levantan y caen,
se derrumban, se amplían y trasladan,
se destruyen, se restauran, ocupa
su lugar el campo abierto, una fábrica,
el camino. Vieja piedra al edificio
nuevo, leña vieja a los nuevos fuegos,
fuegos de antaño a la ceniza
y las cenizas a la tierra, carne
ya, pelo y excremento, hueso de hombre
y bestia, hoja y tallo de maíz.
Las casas viven, mueren: hay un tiempo
para edificar y para la vida
y la generación y un tiempo
para que el viento rompa el vidrio suelto,
sacuda el zócalo por donde trota
el ratón y el tapiz
donde tejieron callada leyenda.
En mi principio está mi fin. Desciende
ahora la luz sobre el campo abierto
y deja el hondo sendero encerrado
por la enramada en la tarde oscura,
donde te reclinas sobre un talud
para dejar paso a un furgón e insiste
el camino en la dirección del pueblo,
por el calor eléctrico hipnotizado.
En la cálida neblina la luz
es absorbida por la piedra gris,
no refractada. Duermen las dalias
en el silencio vacío. Espera
a la lechuza temprana.
En ese campo abierto,
si no te acercas demasiado, si no te acercas
demasiado se puede a medianoche
en verano oír la música, débil
flauta y tamboril, y verles bailar
en torno a la hoguera, la asociación
del hombre y la mujer en danza que indica
matrimonio: honroso sacramento
y oportuno. Dos y dos, necesaria
unión en la que tómanse del brazo
o de la mano el uno al otro
y con ello significan concordia.
Giran, giran alrededor del fuego
saltando las llamas, formando corros
con rústica severidad y rústico
alborozo, alzando pesados pies
en grosero calzado, pies de tierra,
pies de arcilla en campestre regocijo
alzados, el regocijo de quienes
desde hace mucho alimentan el trigo
bajo tierra. A compás, al ritmo
en la danza como en sus vidas siguen
el ritmo de las estaciones vivas,
el tiempo de las estaciones
y el de las constelaciones, el tiempo
de ordeñar y el de cosechar, el tiempo
del acoplamiento de hombre y mujer
y el de las bestias. Se alzan los pies
y caen. Comen, beben. Muerte y estiércol.
Despunta el alba y se dispone un día
más al calor y al silencio. Al alba
el viento en alta mar ondea
y se desliza. Aquí estoy, o allá,
o en cualquier otra parte. En mi principio.
II
¿Qué hace el noviembre tardío
con el revuelo de la primavera
y con las criaturas del estío,
las campanillas blancas
aplastadas por los pies, la altanera
malva, roja, gris, y caída al fin,
coronado el rosal tardío
de nieve prematura?
Arrastrados por los astros rodantes,
fíngense los truenos carros triunfales
desplegados en guerras consteladas;
contra el Sol lucha el Escorpión
hasta ponerse Luna y Sol,
los cometas lloran, y vuelan
a la caza del cielo y las llanuras
los meteoros, arrastrados
por el torbellino que al mundo atrae
al fuego de la destrucción; el fuego
que arderá hasta que el casco polar impere.
Ésta era una de las maneras de decirlo,
no muy satisfactoria: un estudio
perifrástico en estilo anticuado
que aún le deja a uno con la lucha
intolerable contra las palabras
y el sentido. La poesía
es lo de menos, no es (para empezar
de nuevo) lo que uno se imaginaba.
¿Qué valor podía corresponderle
a lo largamente aguardado,
la anhelada calma, el sosiego
otoñal, la cordura de los años?
¿Nos engañaron o engañábanse
ellos, los ancianos, la voz queda,
al no legarnos sino la receta
de un fraude? La serenidad tan sólo
un voluntario embotamiento,
nada la cordura sino un saber
sobre secretos muertos, inservibles
en la tiniebla a que se asomaron
o de la que apartaron la mirada.
Hay, nos parece, a lo sumo un valor
limitado en el saber por experiencia.
Impone su pauta la percepción
y lleva a error, pues es nueva la pauta
a cada instante y cada instante
es una valoración renovada
y sorprendente de cuanto hemos sido.
Sólo no nos engaña lo que, siendo
engañoso, no puede ya dañarnos.
A mitad del camino, y aún más,
por el camino todo, en una selva
oscura, en un zarzal, junto a una ciénaga
donde el paso es inseguro y hostigan
monstruos, luces fantásticas y el riesgo
de ser hechizados. No me hable nadie
del saber de los viejos,
sino de su demencia, su temor
a la posesión, a pertenecer
al otro, o a otros, o a Dios.
El único saber al que podemos
aspirar es el de la humildad, que es infinita.
Todas las casas yacen bajo el mar .
Los que bailaban yacen bajo el cerro.
III
Tinieblas y más tinieblas. Sumérgense
todos en las tinieblas, en los vacuos
espacios interastrales, vacío
al vacío, capitanes, banqueros,
hombres de letras eminentes,
gobernantes y estadistas, magnánimos
protectores de las artes, ilustres
funcionarios, presidentes de muchos
comités, magnates de la industria
y pequeños contratistas, todos se sumergen
en las tinieblas, el Sol y la Luna,
oscuros y oscuro el Almanaque Gotha
y la Gaceta de la Bolsa,
y la Guía de Directivos,
frío el sentido y perdido el móvil de la acción.
Y todos les seguimos al callado
funeral, funeral que no es de nadie,
pues no hay nadie a quien enterrar.
Le dije a mi alma quédate quieta,
deja que te anegue la oscuridad
porque será la oscuridad de Dios.
para cambiar la escena con vacío,
rumor de bastidores, movimiento
de los oscuro en lo oscuro, y sabemos
que se llevan enrollados el árbol
y la colina, el paisaje lejano
y la imponente fachada; como en el Metro,
cuando se detiene el tren demasiado,
tiempo entre estaciones y animase
la conversación para poco a poco
hacerse el silencio y en cada rostro
ves ahondarse el vacío de la mente
que deja sólo el creciente terror
a no tener en qué pensar; o cuando
bajo los efectos de la anestesia
sigue uno consciente, pero consciente
de la nada… Le dije a mi alma quédate
quieta y espera sin expectativas,
pues tenerlas supondría esperar
erradamente; espera sin amor,
pues sería amor a cosa equivocada;
hay todavía fe, pero la fe
y el amor y la esperanza consisten
en esperar. Espera sin pensar,
pues no estás aún preparada
para el pensamiento: la oscuridad
será, así, la luz y la quietud de la danza.
Murmullo de los arroyos, relámpagos.
Invernales. El silvestre tomillo
Inadvertido y la fresa silvestre,
la risa en el jardín, el éxtasis
guardado por el eco, no perdido
sino exigiendo, señalando
la agonía de morir y nacer.
Dices que repito algo que ya he dicho.
Lo diré otra vez. ¿Volveré a decirlo?
Para llegar adonde estás
desde el lugar en el que no te encuentras,
deberás seguir un camino
en el que el éxtasis no existe.
Para acceder a lo que no conoces
debes seguir una senda de ignorancia.
Para poseer lo que no posees
debes recorrer el camino
de la desposesión.
Para poder ser quien aún no eres
debes seguir el sendero en que no estás.
Y sólo sabes lo que ignoras
y lo que no tienes es lo que tienes
y estás donde no estás.
IV
Blande el herido cirujano
el acero, hurga en la parte
afectada; bajo la mano
sangrienta se adivina el arte
del médico, compasivo, sutil:
resuelve el enigma de la gráfica febril.
Será salud nuestra afección
obedeciendo a la enfermera
moribunda cuya atención
permanente no es nuestra mera
complacencia, sino recordar la maldición
de Adán: hemos de empeorar para la curación.
La tierra entera un hospital
legado por el arruinado
millonario; el afortunado
muere en él por el paternal
y absoluto cuidado
que no nos abandona y nos aparta del mal.
Sube a las rodillas el frío
de los pies, silba en los mentales
hilos la fiebre. Si el calor ansío
habré de helarme en los glaciales
fuegos purgativos, temblor
donde la llama es rosas y el humo es zarza en flor.
No teniendo para beber
sino la sangre, y por comida
la carne enrojecida,
nos gusta imaginarnos sanos, ser
carne y sangre de verdad; entretanto
y sin embargo llamamos a este viernes Santo.
Aquí estoy, pues, en medio del camino,
después de haber pasado veinte años
-veinte años casi perdidos, los de entreguerras-
intentando aprender a utilizar las palabras;
y es cada intento un comienzo totalmente nuevo
y un fracaso de orden completamente distinto
porque sólo se aprende a dominar las palabras
para decir lo que uno ya no quiere decir
o para decirlo como a uno no le gusta
ya decirlo. Así cada empresa es comenzar
de nuevo; una incursión en lo inarticulado
con mísero equipo que sin cesar
se deteriora en el desarreglo general
del sentimiento impreciso: indisciplinadas
patrullas de la emoción. Y aquello que se trata
de conquistar por la fuerza y el sometimiento
ya lo han descubierto en una o dos, o en varias ocasiones,
hombres que uno no puede aspirar a emular;
pero no hay competencia, sólo existe
la lucha por recuperar lo que se ha perdido
y encontrado y vuelto a perder mil veces; y ahora
de nuevo en circunstancias que parecen adversas.
Pero tal vez no haya ni pérdida ni ganancia.
Para nosotros no hay sino el intento.
Lo restante no es de nuestra incumbencia.
El hogar es el punto del que partimos. Vuélvese
más extraño el mundo a medida que envejecemos,
más complicada la trama de muertos y vivos.
No el vívido instante aislado sin después ni antes,
sino el arder constante de una vida,
y no la sola vida de un hombre, sino de viejas
piedras que nadie sabe descifrar. Hay un tiempo
para la noche bajo la luz de las estrellas
y un tiempo para la noche a la luz de la lámpara
(noche del álbum de fotografías).
Es más él mismo el amor cuando aquí
y ahora dejan de importar.
Los viejos deberían ser
exploradores, ahora y aquí
no importan, debemos quedarnos quietos
y movernos hacia otra intensidad
para lograr mayor unión, una comunión
más profunda en la fría desolación oscura,
entre los gritos del viento y la ola,
en las aguas inmensas del petrel
y la marsopa. En mi fin está mi principio.
Versión: s/d
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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