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YANNIS RITSOS
(Grecia, 1909-1990)
El guante que llevas...
El guante que llevas
no puedes examinarlo
por dentro.
Tienes que quitártelo
volverlo del revés
entrada la noche
en la estrecha habitación
ya que todo el día habrás saludado
a propios y extraños
con la mano desnuda.
Versión de Coloma Chamorro, Javier Lentini y
Dimitri Papagueorguiu
***
Debajo del olvido
Lo único concreto que quedó de él fue su chaqueta.
La colgaron allí, en el gran armario. Fue olvidada,
apretada en el fondo por nuestras ropas, de vera-
no, de invierno,
cada año, nuevas para nuestras necesidades.
Hasta que un día
nos llamó la atención, puede que por su extraño
color,
puede por el corte de la pasada moda, encima
de sus botones
quedaban tres paisajes circulares de forma parecida:
el muro de la ejecución con cuatro agujeros, y
en torno nuestro remordimiento.
***
Helenidad
( I )
Estos árboles no se conforman con menos cielo,
estas piedras no se conforman bajo los pasos extranjeros,
estos rostros no se conforman más que al sol,
estos corazones sólo se conforman con la justicia.
Este paisaje es duro como el silencio,
aprieta en su pecho sus piedras encendidas,
aprieta en la luz sus huérfanos olivos y viñedos,
aprieta los dientes. No hay agua. Solamente luz.
El camino se pierde en la luz y es plomiza la sombra de la cerca.
Se han petrificado los árboles, los ríos y las voces en la cal del sol.
La raíz tropieza con el mármol. Los lentiscos polvorientos.
El mulo y la roca. Jadean. No hay agua.
Todos tienen sed. Hace años. Todos mastican su amargura con un bocado de cielo.
Sus ojos están rojos por el desvelo,
una profunda línea encajada entre las cejas
como un ciprés entre dos montañas al anochecer.
Su mano está adherida al fusil,
el fusil es la extensión de su mano,
su mano es la extensión de su alma
sobre sus labios llevan la ira
y llevan la pena muy honda en los ojos
como una estrella en un hoyo de sal.
Cuando aprietan la mano el sol está seguro del mundo,
cuando sonríen una golondrina pequeña sale de su áspera barba,
cuando duermen doce estrellas caen de sus bolsillos vacíos,
cuando mueren la vida toma la pendiente con tambores y banderas.
Hace años que todos tienen hambre, que tienen sed, que mueren
sitiados por tierra y mar;
el calor ardiente consumió sus campos y la salmuera roció sus casas,
el viento derribó las puertas y las pocas lilas de la plaza,
por los agujeros de sus abrigos entra y sale la muerte,
su lengua es acre como la nuez de ciprés;
murieron sus perros envueltos en su sombra;
en sus huesos la lluvia golpea.
Arriba en las garitas, inmóviles fuman el estiércol y la noche
y vigilan el mar enfurecido donde se hundió
el mástil roto de la luna.
Se agotó el pan, se agotaron las balas,
ahora sólo con su corazón cargan los cañones.
Tantos años sitiados por tierra y mar,
todos tienen hambre, todos mueren, pero no ha muerto nadie
arriba en las garitas brillan sus ojos,
una bandera grande, un fuego grande y muy rojo
y cada amanecer miles de palomas salen de sus manos
a las cuatro puertas del horizonte.
Versión de Francisco Torres Córdova
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