miércoles, 28 de noviembre de 2012

Algo de delirio otro


MACEDONIO FERNÁNDEZ
(Buenos Aires, Argentina, 1874-1952)

El accidente de Recienvenido 

Me di contra la vereda.
¿En defensa propia? indagó el agente.
No, en ofensa propia: yo mismo me he descargado la vereda en la frente.
La comisa de la vereda apuntó un reportero le cayó sobre el rostro a nivel de la tercera circunvolución izquierda, asiento de la palabra...
Y del periodismo insinuó el accidentado.
Que ha recobrado en este momento. Y sigue redactando el periodista: El artesonado de la acera...
No se culpe a nadie, propongo... No, eso es para suicidarse.
De mi pronta mejoría, quería decir. Ruego al señor reportero que figure algo en la noticia de "decúbito dorsal".
No hay necesidad: los operarios tipógrafos lo ponen siempre. O si no, ponen: "base del cráneo".
¿Se me dirá si me puedo levantar sin deslucir la noticia de un suicidio?
¿Iban mal sus negocios?
Nada de eso: la única dificultad ha sido el cordón de la vereda. ¿Puedo anotar oposición de familia a su noviazgo?
Otro insiste en que había mediado agresión y le ruega aclare si se interponía "un viejo resentimiento".
Alguien, un desconocido desde mucho tiempo atrás para usted, avanzó resueltamente y desenfundando un cordón de la vereda ColtBrowing se lo disparó.
En fin, Recienvenido empieza a sulfurarse y los increpa:
¡Yo estaba aquí antes que ustedes y mis informes son más anticipados! Voy a darles un resumen publicable:
"Yo caí. fui derribado por el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi cabeza salió a recibir el golpe yéndose al suelo.
"Caí; fue en ese momento que me encontré en el suelo. Ninguna persona había.
¡Estaba yo! Y yo.
Y yo dicen los reporteros.
Muy bien. No imaginando que hubieran tantas personas en torno mío que me precisaran, invertí unos minutos de desmayo en estarme
quieto sin apresuramiento. Cuando desperté, me supuse o que había recibido parte de la vereda en la cabeza, o que había leído algún capítulo de Literatura Obligatoria del Mío Cid o el Cielo del Dante. Rodeado, en las cuatro direcciones de la instrucción pública, N. S. E. y O., por infinitas personas en número de setenta que habían abandonado importantes negocios para formarme un cinturón zoológico suburbano, se llamó a la Asistencia Pública para que me trajera un vaso de agua que nunca llegó. Retardo de la Asistencia Pública anota un cronista.
Algo de delirio otro.
¿Me permiten? siguió Recienvenido. No obstante la falta de horario, el accidente es la única cosa que yo nunca he visto desperdiciar; el agua caliente, el fuego, desperdiciamos con frecuencia, pero siempre alrededor de aquél he visto a muchas personas que están juntando al accidentado, rodeándolo para que no se filtre y desparrame, formando un círculo tan perfecto como perfecto es el centro de él formado por la persona más o menos completa en el momento que ha tomado el papel de accidentado.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char