viernes, 5 de abril de 2013

Entre mujeres no hacen falta palabras


CESARE PAVESE
R, Magritte: It-s-Raining-Fish

(Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, Italia, 1950) 

La mujer del barquero

Alguna vez, en el tibio sueño del alba,
sola en el sueño, le sucede que ha desposado una mujer.

Se despega del cuerpo materno una mujer
magra y blanca que baja la pequeña cabeza
en el cuarto. En el frío resplandor la mujer
no espera la mañana, trabaja. Se mueve
silenciosa: entre mujeres no hacen falta palabras.

Mientras duerme, la mujer sabe la barca sobre el río
y la lluvia que humea sobre la espalda del hombre.
Pero la pequeña esposa, rápida, cierra la puerta
y se apoya y pone la mirada en sus ojos.
La ventana tintinea por la lluvia que arrecia
y la mujer acostada, que mastica despacio,
tiende un plato. La pequeña esposa lo vuelve a llenar
y se sienta sobre la cama y comienza a comer.

Come de prisa la pequeña esposa furtiva,
bajo los ojos maternos, como si fuese una niña,
y resiste la mano que le busca la nuca.
Corre en un instante a la puerta y la abre: las barcas
están todas atracadas en el madero. Regresa
con pies descalzos a la cama y se abrazan ágiles.

Son gélidos y delgados los labios que arrima,
pero el cuerpo se funde en un profundo calor
tormentoso. La pequeña esposa ahora duerme,
tendida al lado de su cuerpo materno. Es sutilmente
áspera, como un muchacho, pero duerme como mujer.
No sabría llevar una barca en la lluvia.

Afuera arrecia la lluvia en la luz indecisa
de la puerta entreabierta. Entra un poco de viento
en la habitación desierta. Si se abriese la puerta,
entraría también el hombre, que ha visto algo.
No diría palabra: sacudiría la cabeza,
con su mirada de burla a la mujer frustrada.    

Versión de Jorge Aulicino
**
La moglie del barcaiolo

Qualche volta nel tiepido sonno dell'alba,
sola in sogno, le accade che ha sposato una donna.

Si distacca del corpo materno una donna
magra e bianca che abbassa la picola testa
nella stanza. Nel freddo barlume la donna
non attende il matino; lavora. Trascorre
silenziosa: fra donne non occorre parola.

Mentre dorme, la moglie sa la barca sul fiume
e la pioggia che fuma sulla schiena dell'uomo.
Ma la picola moglie chiude sevelta la porta
e s'appoggia, e solleva gli sguardi nei suoi.
La finestra tintinna alla pioggia che scroscia
e la donna distesa, che mastica adagio,
tende un piatto. La picola moglie lo riempie
e si siede sul letto e comincia a mangiare.

Mangia in fretta la picola moglie furtiva
sotto gli occhi materni, como fosse una bimba
e resiste alla mano che le cerca la nuca.
Corre a un tratto alla porta e la schiude: le barche
sono tutte attaccate alla trave. Ritorna
piedi scalzi nel letto e s'abbracciano svelte.

Sono gelide e magre le labbra accostate,
ma nel corpo si fonde un profondo calore
tormentoso. La picola moglie ora dorme
stesa accanto al suo corpo materno. È sottile
aspra come un ragazzo, ma dorme da donna.
Non saprebbe portare una barca, alla pioggia.

Fuori scroscia la pioggia nella luce sommessa
della porta socchiusa. Entra un poco di vento
nella stanza deserta. Se si aprise la porta,
enterebbe anche l'uomo, che ha veduto ogni cosa.
Non direbbe parola: crollerebbe la testa
col suo viso di scherno, alla donna delusa.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char