jueves, 27 de junio de 2013

A calmar me retiro el acre menester


ARTHUR RIMBAUD
(Charleville, Francia, 1854–Marsella, íd., 1891)
   
FIESTA INVERNAL

La cascada resuena detrás de las cabañas de ópera
Cómica. Las girándulas se extienden, en los jardines
Vecinos al meandro -los verdes y los rojos del
Crepúsculo. Ninfas de Horacio con peinados del Primer
Imperio. -Rondas siberianas, mujeres chinas de Boucher.
***
ORACIÓN DE LA TARDE 

 Como un ángel en manos del barbero, sentado
 Vivo. Y empuño un chop de acentuadas estrías.
 Una pipa en los dientes y el epigastrio inflado,
 En el aire que surcan inciertas travesías.

 Como las heces cálidas de un palomar vetusto,
 Mil sueños en mí dejan una dulzura ardiente:
 Y así mi corazón es como un triste arbusto
 Que tiñen rojas gotas de un oro incandescente.

 Y una vez que a mis sueños me los volví a beber,
 Cauto, después de treinta o cuarenta festejos,
 A calmar me retiro el acre menester.

 Dulce como el Señor del cedro y los hisopos,
 Meo hacia el cielo pardo, muy arriba y muy lejos,
 Con la aquiescencia de los grandes heliotropos.
***
Vergüenza

Mientras la cuchilla no haya
cortado este cerebro,
este bulto blanco, verde y graso
de vapor jamás nuevo,

(¡Ah! ¡Él debería cortarse
la nariz, los labios, las orejas,
el vientre, y abandonar
sus piernas! ¡oh maravilla!)

pero, no, creo, en verdad
que mientras la cuchilla
no haya pasado por su cabeza,
las piedras por su costado

y la llama por sus entrañas,
el niño molesto, la bestia tan tonta,
no debe cesar ni un instante
de engatusar y de ser traidor

como un gato de los Montes Rocosos,
¡de apestar todas las esferas!
que a su muerte, ¡oh Dios!
se eleve alguna oración.
**
Versiones S/D

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char