sábado, 29 de junio de 2013

En los safaris había visto una manada de búfalos, ciento veintinueve...

ISAK DINESEN
Foto de Richard Avedon

(Dinamarca, 1885–1962)

"Todas las penas pueden ser soportadas si las metes dentro de una historia o haces una historia con motivo de ellas."
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"Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El Ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías".
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Sobre la religiosidad de Farah, mahometano fervoroso, su mayordomo:

"Ha habido tres grandes profetas –me solía decir Farah–: Mahoma, Jesús y Moisés. El no reconocía a Cristo por Hijo de Dios, porque Dios no puede tener hijo en la carne, pero estaba conforme en que no tenía padre entre los humanos. Lo llamaba Isa ben Mariammo. De Mariammo hablaba mucho, alabando su belleza y su virginidad; decía que, estando Ella paseando por el huerto de su madre, un ángel le había rozado en el hombro con su ala haciéndola concebir".
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De Cuentos góticos

"Pero comprendió que no existía viendo que nadie se dignaba parar mientes en ella. ¿Dónde nace la música, en el instrumento o en el oído que escucha? La belleza de la mujer se ha creado en los ojos del hombre."
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"La situación geográfica y la altitud se combinaban para formar un paisaje único en el mundo. No era ni excesivo ni opulento; era el África destilada a seis mil pies de altura, como la intensa y refinada esencia de un continente. Los colores eran secos y quemados, como los colores en cerámica. Los árboles tenían un follaje luminoso y delicado, de estructura diferente a los árboles de Europa; no crecían en arco ni en cúpula, sino en capas horizontales, y su forma daba a los altos árboles solitarios un parecido con las palmeras, un aire romántico y heroico, como barcos aparejados con las velas cargadas, y los linderos del bosque tenían una extraña apariencia, como si el bosque entero vibrase ligeramente. (...) Todas las flores que encontrabas en las praderas o entre las trepadoras y lianas de los bosques nativos eran diminutas, como flores de dunas; tan solo en el mismísimo principio de las lluvias crecía un cierto número de grandes y pesados lirios muy olorosos. Las panorámicas eran inmensamente vacías. Todo lo que se veía estaba hecho para la grandeza y la libertad, y poseía una inigualable belleza.

La principal característica del paisaje y de tu vida en él era el aire. Al recordar una estancia en las tierras altas africanas te impresiona el sentimiento de haber vivido durante un tiempo en el aire. Lo habitual era que el cielo tuviera un color azul pálido o violeta, con una profusión de nubes poderosas, ingrávidas, siempre cambiantes, encumbradas y flotantes, pero también tenía un vigor azulado, y a corta distancia coloreaba con un azul intenso y fresco las cadenas de colinas y los bosques. (...)

En los safaris había visto una manada de búfalos, ciento veintinueve, que emergían de la niebla matinal bajo un cielo cobrizo, de uno en uno, (...) vi a una manada de elefantes que viajaba por el espeso bosque nativo, donde la luz solar se derrama entre las espesas trepadoras formando manchitas y franjas, y que caminaban pausadamente como si tuvieran una cita al fin del mundo. (...)

Debo a Denys Finch–Hatton, el mayor, el más delicioso placer de mi vida en la granja: volar con él sobre África.  (...) Cuando vuelas sobre las tierras africanas tienes unas vistas tremendas, sorprendentes combinaciones y cambios de luz y de color, el arco iris sobre la tierra verde iluminada por el sol, las gigantescas nubes verticales y las grandes y salvajes tormentas negras, que te rodeaban a toda velocidad corriendo y danzando. El lenguaje se queda corto para expresar la experiencia de volar y tienes que terminar inventando nuevas palabras".
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"El conde Schlimmelmann estaba absorto en la contemplación de la hiena cuando el propietario del zoológico ambulante llegó y le habló. El propietario era un pálido hombrecillo de nariz aplastada, que en el pasado había sido estudiante de Teología hasta que tuvo que dejar la Facultad por un escándalo y había ido cayendo, paso a paso, cada vez mas bajo.
–Su excelencia hace muy bien en mirar a las hienas –dijo–. Ha sido una gran cosa traer una hiena hasta Hamburgo, donde nunca había habido antes. Todas las hienas son hermafroditas y en Africa, de donde proceden, en las noches de luna llena se reúnen, se juntan en un círculo y copulan; cada animal toma el doble papel de macho y hembra. ¿Lo sabía usted?.
–No –dijo el conde Schlimmelmann con un ligero movimiento de disgusto.
–¿No cree su excelencia –dijo el empresario– que, a la vista de este hecho, debe ser más duro para la hiena que para otros animales estar encerrada en una jaula? ¿Sentirá un doble deseo o estará, porque se reúnen en ella las complementarias cualidades de la creación, satisfecha y en armonía? En otras palabras, ya que todos somos prisioneros en la vida ¿somos más felices o más desgraciados cuanto más talento poseemos?"

De Memorias de África, de Isak Dinesen, de la traducción de Barbara McShane y Javier Alfaya.
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CARTAS

A Ingeborg Dinesen

                                     Finca de Mgabathi, 1° de abril de 1914

... En respuesta a tu pregunta te diré que, en mi boda, yo llevaba mi vestido de seda cruda y sombrero, y una de las blusas que compramos en Nápoles. Aquí, para diario, llevo la misma ropa que en casa, o sea, blusa y falda corta, con frecuencia falda de montar, botas obscuras, siempre sombrero de fieltro de ala ancha...

... La casa de aquí necesita con urgencia otro mirador; hace tanto calor en las habitaciones que es para morirse, y en el mirador hace siempre sol o nunca aire, porque tampoco hay aire en el interior de la casa. He pensado usar parte de tu dinero para hacerme aquí un mirador que sea todo exterior y convertir el otro en una especie de pequeño cuarto de estar; también podría servirme en lugar del otro mirador, el que ya tenemos, pues es posible que este lo convirtamos en una especie de fumoir y oficina general...
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A Gustav Mohr
Ngong, junio de 1931

Querido Mohr:
Si muriese en este país, deseo que se tomen medidas para asegurarse de que no me entierran viva —tal como me prometió el Dr. King—, y que me entierren en Ngong Hills. No quiero lápida sobre mi tumba, pero si mi gente se empeña en ponerla, no quiero que aparezca en ella fecha alguna. Si quieren una inscripción, pueden poner «Por la gracia de Dios», si no, solamente Tania Blixen.
En cuanto a lo que pueda dejar, incluyo una lista en la que indico lo que quiero que se haga con cada cosa. Pero eso dependerá de mi gente en Dinamarca, pues les debo dinero a casi todos, aunque imagino que darán su consentimiento.
Afectuosamente, Karen von Blixen
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1939

“Sé perfectamente –escribía en una carta– que disfruto de algo que pertenece al pasado y que pronto terminará. No siento necesidad, como otros, de enfrentarme con las fuerzas que agitan el mundo, y tengo la sensación de que la insólita armonía que experimenté por doquier en compañía de mi madre sigue en cierto modo aquí conmigo. En estos momentos recuerdo las palabras de Nietzsche: Digo que sí a todo.”
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Rungstedlund, el  1 de noviembre de 1954

Estimado Ernest Hemingway:

Los diarios daneses informan que al recibir el Premio Nobel me hizo usted el honor de mencionarme como uno de los autores que podrían podido merecerlo.

Con la esperanza de que esa información se a cierta, le agradezco muchísimo sus amables palabras. Me proporcionan en estos momentos, así lo creo, tanto placer celestial,  –aunque no tanto beneficio terrenal, – como me habría proporcionado el Premio Nobel en sí.

Tengo mucho que agradecerle.  Sus libros -desde que por casualidad adquirí Fiesta en mi librería habitual de Nairobi- han representado mucho para mí. El viejo y el mar fue como un baño o un abrazo.

Es triste que nunca nos hayamos conocido en carne y hueso. A veces he imaginado cómo habría sido ir de safari con usted por las sabanas de África.
Le envío mi gratitud y mi aprecio.
Traducción de Enrique Bernárdez

De Cartas desde Dinamarca. Correspondencia 1931-1962
Nórdica Libros, 2012

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char