viernes, 7 de junio de 2013

Siempre fui buena para los números

NURIT KASZTELAN
Tomada de proyectohibridos.com

(Buenos Aires, Argentina, 1982)

Ensayo y error

Llega temprano, algo distraída saluda,
el pelo arreglado, un poco húmedo.
Los signos no son visibles.
Unas horas antes mientras el agua
corría por la ducha
pensaba en las fuerzas físicas
de dos cuerpos al conectarse
uno en el otro
en un juego de encastres.

El cubo entra en el cuadrado
el prisma en el triángulo
cualquier niño lo sabe

pero ahora
las cosas no son tan simples
como una figura que va o no va.
***
Variables

Noventa y nueve más dos
es ciento uno, ¿no?
dije mirando por la ventanilla del auto
mientras contaba los carteles de la ruta
al volver de las vacaciones.
Tenía cuatro años y todavía
no sabía escribir mi nombre.

Siempre fui buena para los números,
podía resolver ecuaciones
con variables que ya estaban dadas.
Cuando en el colegio me dijeron
escribí tu primera historia
dije números, dame números.

Mi tía murió y murieron las navidades,
la cena en el patio,
la casa en Flores, algo de la familia.
Ante la primera pérdida
agarré una hoja
y empecé a escribir.
***
Equilibrio ineficiente

Demasiadas veces dije que no
pocas dije sí.

Si lo contara,
nadie me creería.
La ansiedad, la repetición,
la insistencia tóxica.

En ciertos equilibrios
no hay punto de saciedad,
solo circunstancias,
la intersección de dos rectas.
La aparición de la voracidad
marca el deseo.
***
Escapar de la inercia

Abandonar la clase,
la cómoda inercia familiar,
buscar alguna
definición de equilibrio.
Como una célula,
ser permeable al alimento,
adquirir conciencia de lo vivo,
desde lo más insignificante.
No huir del vacío, habitarlo.
**
de Lógica de los accidentes, Ediciones Vox, 2013.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char