miércoles, 3 de julio de 2013

¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es el misterio!

Fernando Antonio Nogueira Pessoa

(Portugal, 1888-1935)
de  Alberto Caeiro

«EL GUARDADOR DE REBAÑOS» 
(1911-1912) 

V

Hay metafísica bastante en no pensar en nada.
¿Qué pienso yo del mundo?
¡Qué sé yo lo que pienso del mundo!
Si me enfermara pensaría en eso.

¿Qué idea tengo yo de las cosas?
¿Qué opinión tengo sobre las causas y los efectos?
¿Qué es lo que he meditado sobre Dios y el alma
Y sobre la creación del Mundo?
No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos
Y no pensar. Es correr las cortinas
De mi ventana (pero no tiene cortinas).

¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es el misterio!
El único misterio es que haya alguien que piense en el misterio.

Versión de Mario Bojórquez
***
Poema IX

Soy un cuidador de rebaños.
El rebaño son mis pensamientos
y mis pensamientos son todos sensaciones.
Pienso con los ojos y con los oídos

y con las manos y los pies
y con la nariz y la boca.

Pensar una flor es verla y olerla
y comer una fruta es conocerle el sentido.

Por eso cuando en un día de calor
me siento triste de gozarlo tanto,
y me echo de espaldas sobre el pasto,
y cierro los ojos calientes,
siento todo mi cuerpo echado en la realidad,
sé la verdad y soy feliz.

Versión de Santiago Kovadloff
***
Poema X

La asombrosa realidad de las cosas
es mi descubrimiento de todos los días.
Cada cosa es lo que es,
y me cuesta explicar lo mucho que eso me alegra
y lo mucho que me basta.

Sólo hace falta existir para ser completo.

Escribí muchos poemas
y voy a escribir muchos más, naturalmente.
Cada uno de mis poemas dice eso,
y todos mis poemas son diferentes,
porque cada cosa que hay es una manera de decir esto.

A veces me pongo a mirar una piedra.
No me pongo a pensar si siente.
No se me ocurre llamarla mi hermana.
Me gusta porque es una piedra,
me gusta porque no siente nada,
me gusta porque no tiene ningún parentesco conmigo.

Otras veces oigo pasar el viento
y creo que sólo para oír pasar el viento vale la pena haber nacido.

Yo no sé qué pensarán los demás leyendo esto;
pero creo que debe estar bien porque lo pienso sin esfuerzo
y sin pensar que otras personas me puedan estar oyendo;
porque lo pienso sin pensamientos,
porque lo digo como mis palabras lo dicen.

Una vez me llamaron poeta materialista,
y yo me sorprendí porque no creía
que me pudieran definir.
Yo ni siquiera soy poeta: veo.
Si lo que escribo tiene valor, no soy yo quien lo tiene:
el valor está allí, en mis versos.
No hay nada, en todo eso, que dependa de mi voluntad.

Versión de Santiago Kovadloff
***
Poema XXIV

Lo que vemos de las cosas son las cosas.
¿Por qué veríamos una cosa si en su lugar hubiera otra?
¿Por qué ver y oír serían eludirnos
Si ver y oír son ver y oír?

Lo esencial es saber ver,
Saber ver sin ponerse a pensar,
Saber ver cuando se ve,
Y no pensar cuando se ve,
Ni ver cuando se piensa.

Pero eso (¡ay de nosotros que traemos el alma vestida!)
Eso exige un estudio profundo,
Aprender a desaprender,
Terminar con la libertad de aquel convento
Que según los poetas tiene a las estrellas por monjas eternas
Y a las flores por penitentes fervorosas de un solo día,
Pero donde, al fin de cuentas, las estrellas no son sino estrellas
Y las flores no son más que flores,
Siendo por eso que las llamamos estrellas y flores.

Versión de Santiago Kovadloff
***
XXXII

Ayer por la tarde un hombre de ciudad
hablaba a la puerta de la posada.
Hablaba conmigo también.
Hablaba de la justicia y de la lucha para que
            haya justicia
y de los obreros que sufren,
y del trabajo constante, y de los que tienen
           hambre,
y de los ricos, que sólo tienen costillas para eso.

Y, mirándome, vio lágrimas en mis ojos
y sonrió con agrado, juzgando que yo sentía
el odio que él sentía, y la compasión
            que él decía sentir.

(Pero yo mal lo estaba oyendo.
¿Qué me importa a mí de los hombres
y lo que sufren o suponen que sufren?
Sean como yo: no sufrirán.
Todo el mal del mundo viene de importarnos
           los unos a los otros,
de querer hacer bien, de querer hacer mal.
Nuestra alma y el cielo y la tierra nos bastan,
           querer más es perder esto, y ser infeliz).

En lo que yo estaba pensando
cuando el amigo de la gente hablaba
(y eso me conmovió hasta las lágrimas),
era en cómo el murmullo lejano de los cencerros
          en aquel atardecer
no parecían las campanas de una capilla
          pequeñita,
donde fuesen a misa las flores y los arroyos
y las almas simples como la mía.

(Alabado sea Dios que no soy bueno,
y tengo el egoísmo natural de las flores
y de los ríos que siguen su camino
preocupados sin saberlo
sólo en florecer y en ir corriendo.
Esa es la única misión en el mundo,
esa: existir claramente,
y saber hacerlo sin pensar en ello.)

Y el hombre se calló, mirando el poniente.
¿Pero qué tiene que ver con el poniente quien
             odia y ama?

De Pessoa Poemas, Fabril Editora, Buenos Aires, 1961, traducc. Rodolfo Alonso).

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char