sábado, 21 de septiembre de 2013

A la razón me quejo de mis penas

ATTILA JOZSEF

(Budapest, Hungría, 1905- 1937) 

Arte poética

Sí, soy poeta, ¿pero a mí que puede
interesarme la poesía en sí misma?
No sería tan bello si la estrella
del río nocturno subiese al cielo.
El tiempo fluye lento, despacioso.
No cuelgo de la leche de las fábulas
pues sorbo un mundo puro, verdadero,
coronado por un cielo espumoso.
Bello es el manantial, ¡bañarse en él!
Mientras la calma y el temblor se abrazan,
entre la espuma nace, inteligente,
la dichosa, feliz conversación.
¡Y qué me importan los demás poetas!
Que hasta la misma pechuga se ensucien
y que finjan estar muy embriagados
de imágenes fabricadas y alcohol.
Yo dejo atrás este bar del presente,
dejo atrás la razón, y ¡mucho más!
¡Qué vil sería si fingiera ser,
con mi mente tan libre, un criado estúpido!
¡Que comas, bebas, abraces y duermas!
¡Y que te midas con el universo!
¡Ni aún a regañadientes serviré
de criado a los pobres opresores!
¡No hago pactos! ¡Déjame ser feliz!
Si no, cualquiera a mí me ofendería,
alguien me encontraría manchas rojas
y absorbería la fiebre mis savias.
No, yo no cierro mi boca litigante.
A la razón me quejo de mis penas.
El siglo me contempla, protector.
El labrador, arando, piensa en mí.
El cuerpo del obrero me presiente
entre dos movimientos secos, rígidos.
Por mí espera en la puerta de algún cine,
de noche, el mozalbete mal vestido.
Y donde batallones de granujas
van contra mis poesías enfiladas,
se echan a andar los tanques fraternales
a traquetear mis rimas por el mundo.
Esto digo: que aún no es grande el hombre,
aunque él, irrazonable, si lo crea.
Que sus padres no lo pierdan de vista;
padre y madre: ¡la razón y el amor!

El amor del poeta
El amor del poeta es como un haz
de paja que arde rápido y voraz.

Traducción de Fayad Jamís. Visor, 1975

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char