viernes, 13 de septiembre de 2013

Se quedó muy quieta, nuevamente vacía

RAYMOND CARVER

(EE.UU., 1939-1988)

La lapicera

La lapicera que no faltaba a la verdad,
por todas sus preocupaciones
terminó dentro del lavarropas.
Salió una hora más tarde y la tiraron
al secarropas junto con un par de ‘jeans’ viejos
y una camisa a cuadros.
Los días pasaron y ella permaneció
recostada tranquilamente sobre el escritorio
 que estaba frente a la ventana.
Ella pensaba que estaba totalmente agotada.
Sin convicciones. Sin voluntad.
Una mañana, poco antes del amanecer, 
recuperó antiguas fuerzas
y escribió:
‘‘Los campos húmedos duermen
bañados por la luz de la luna’’.
Después de este esfuerzo
se quedó muy quieta,
nuevamente vacía, su utilidad
terminada.

Él la sacudió,
la golpeó sobre la tapa del escritorio.
La dejó a un lado.
Abandonó las pretensiones de hacerla trabajar
o casi todas.
Sin embargo
ella realizó un nuevo esfuerzo,
apeló a sus últimas reservas.
 Esto es lo que escribió:
‘‘Un viento suave, y más allá del ventanal
los árboles flotan en el dorado aire de la mañana’’.

Él trató de hacerla escribir algo más,
pero eso fue todo. La lapicera
dejó de escribir, definitivamente.
Él la puso con otras cosas inservibles
en el incinerador.
El tiempo transcurrió, días o meses,
y fue otra lapicera
una que todavía no había demostrado nada
la que con facilidad escribió:
‘‘La oscuridad se posa en las ramas.
Quedate muy quieto, no salgas de la casa,
                                                                   quedate muy quieto...’’
***
Los desnudos de Bonnard

Su esposa.
Durante cuarenta años su modelo.
Él la pintó una y otra vez. El desnudo
de su último cuadro, es el mismo desnudo joven
del primer cuadro. Su esposa.

Él la recordaba joven. Los tiempos
en que ella era joven. Su esposa, en la bañadera,
en el tocador frente al espejo. Sin ropas.

Su esposa cubriéndose con las manos 
los pechos duros, mirando hacia el jardín,
donde los rayos del sol desparraman
tibieza y color.

Todas las especies vivientes floreciendo.
Ella joven y temerosa y excesivamente deseable
en su desnudez. Cuando ella murió,
él continuó pintando un poco más.

Fueron algunos paisajes, luego se murió.
Lo enterraron junto a ella.
Su joven esposa.

Versiones de Esteban Moore 
 ***
El cenicero

Podrías escribir una historia sobre este
cenicero, por ejemplo, y un hombre y una
mujer. Pero el hombre y la mujer son
siempre los dos polos de tu historia.
El Polo Norte y el Sur. Cada
historia tiene estos dos polos - él y ella.
                                              A. P.  Chéjov


Ellos están solos en la mesa de la cocina del apartamento
de su amiga. Estarán solos una hora y después,
su amiga volverá. Afuera, está lloviendo -
la lluvia cae como agujas, fundiéndose con la nieve
de la semana pasada. Están fumando y usando el cenicero... Quizás
sólo uno de ellos está fumando... ¡Él está fumando! No
importa. De cualquier modo, el cenicero se está llenando con
cigarrillos y cenizas.

Ella está lista para romper en llanto en cualquier momento.
Para declararsele a él, de hecho, aunque ella es orgullosa
Y nunca pidió nada en su vida.
Él ve lo que está viniendo, reconoce las señales -
un nudo en su voz cuando lleva sus dedos
a su medallón, el que su madre le dejó.
Él empuja la silla hacia atrás, se levanta, se acerca a
la ventana... Él desearía que fuese mañana y
estar en las carreras. Él desearía estar afuera caminando,
con el paraguas... Se acaricia el bigote
y desearía estar en cualquier lugar menos acá. Pero
no tiene opción en este asunto. Tuvo
que poner una buena cara por el bien de todos.
Dios sabe, él nunca quiso que las cosas sucedieran
así. Pero es hundirse o nadar ahora. Un movimiento
equivocado y él se arriesga a perder su amiga, también.

Su respiración se ralentiza. Ella lo mira pero
no dice nada. Ella sabe, o cree
saber, donde esto lleva. Ella pasa una mano
sobre sus ojos, se inclina hacia delante y pone su cabeza
en sus manos. Ella hizo esto unas cuantas veces
antes, pero no tiene idea de que es algo
que lo enloquece. Él mira hacia otro lado y rechina
sus dientes. Enciende un cigarrillo, sacude
el fósforo, permanece un minuto más en la ventana.

Después vuelve hacia la mesa y se sienta
con un suspiro. Suelta el fósforo en el cenicero.
Ella toma su mano, y él la deja
tomarla. ¿Por qué no? ¿Dónde está el problema?
La deja. Su decisión está tomada. Ella cubre sus
dedos con besos, las lágrimas caen sobre su muñeca.

Él tira el cigarrillo y la mira
como un hombre miraría con indiferencia a
una nube, un árbol, o un campo de avena al atardecer.
Limita sus ojos contra el humo. De vez
en cuando utiliza el cenicero mientras espera
a que ella termine de llorar.


Versión en castellano: Hugo Zonáglez

2 comentarios:

Laura B. dijo...

Carver es uno de mis escritores preferidos. Tres rosas amarillas fue uno de los primeros libros que leí en la adolescencia. Felicitaciones por este espacio tan lindo!

Besos van

Noesperesnada dijo...

Como siempre, da gusto pasar por aquí!

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char